Esta emoción, cuando está bien canalizada, puede ayudar a resolver problemas cotidianos y mejorar el resultado de una negociación; es clave trabajar en el origen y no reprimirla
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“Siempre digo que tengo enojo de carretera. Me encanta manejar y lo hago desde muy chica, pero me da mucha furia la gente que lo hace mal, por ejemplo que va lento por el carril rápido o que no señala al doblar”, cuenta Belén Álvarez, licenciada en Letras de 35 años. Y confiesa: “Sé que podría salir antes para andar más tranquila, pero creo que un poco disfruto del momento en el que estoy sola en el auto con música, las ventanas cerradas y puedo gritar y descargarme tranquila”.
El enojo es una emoción básica y de las más primitivas: “Surge cuando nos enfrentamos a una situación que advertimos como mala. Al igual que otras emociones, forma parte de una herramienta de supervivencia desde tiempos remotos y tiene que ver con una manera de defenderse del peligro”, comenta Marisol Barreiro, neuropsicóloga clínica especialista en neurodesarrollo del Sanatorio San Gabriel (M.N.: 45683). Específicamente, cuando “no se controla, puede ser destructivo y afectar nuestras relaciones con los demás. Sin embargo, si se lo administra y usa con prudencia, puede ser un instrumento ventajoso y poderoso para nuestra salud mental”, ahonda la especialista.
Los profesionales de la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos dan cuenta de diversas investigaciones neurocientíficas que explican que el enojo juega un rol importante a la hora de informar y guiar muchas de las conductas cotidianas. Este hecho, que puede sonar disruptivo, está en la agenda de la comunidad científica y de los psicólogos desde hace más de dos décadas. Y así lo demostró un informe de hace algunos años de la Asociación Americana de Psicología que refuta la creencia popular que relaciona al enojo con la violencia. Según resaltan, solo el 10% de las veces es seguido por agresión.
Enojarse no se planea, aparece de forma automática frente a una “discusión o situación que genera irritación. En ese momento dejamos de ser racionales: por lo general nos enojamos en cuestión de 300 milisegundos, que es lo que le lleva al cerebro comprender que algo está mal. Luego, se pierde el control en menos de media hora”, indica Barreiro y explica que aquella sensación de malestar que decodifica nuestro cerebro puede ser disparada por factores internos tales como recuerdos traumáticos, pensamientos malos y celos.
Mecanismo de defensa
Para Augusto Marolla, coach en bienestar y biohacker, si bien uno de los mayores problemas del enojo es que “está estigmatizado porque las respuestas a veces pueden ser disfuncionales, creo que cuando está bien canalizado se puede sacar ventaja”. Y esto se debe a que funciona como un mecanismo de defensa que surge “cuando alguien está sobrepasando mi espacio personal, cuando no me siento visto, respetado ni entendido. Por tal motivo, otorga una cuota de energía y motivación para poner límites”, continúa Marolla.
De acuerdo a Barreiro, el enojo también funciona “como tranquilizador”. Precisamente, especifica la psicóloga, esta emoción “te ayuda a sobrellevar el estrés descargando la tensión en el cuerpo y luego proveyendo una sensación de calma”. Por otro lado, agrega que potencia la resolución de conflictos y ayuda a tomar las riendas de una situación en donde uno se ve perjudicado: “Sentirnos enojados nos impulsa a tomar acción y nos motiva a encontrar soluciones a los problemas”, dice la especialista.
Un informe de la Universidad de California avala los beneficios de esta emoción y detalla que en ocasiones puede ser utilizada para leer y responder situaciones sociales perturbadoras. Al respecto, señalan que existen estudios que indican que sentirse enojados aumenta el optimismo, la creatividad y el desempeño. Además, destacan las bondades que conlleva expresarlo y sacárselo de adentro aludiendo que así, se podría mejorar el resultado de una discusión o negociación en cualquier situación de la vida.
Por el contrario, coinciden los especialistas consultados, reprimir el enojo podría tener consecuencias negativas para la salud y derivar en posibles complicaciones físicas y mentales tales como el aumento de la presión arterial y el desarrollo de enfermedades crónicas. Y esto se debe a que por un lado se activa el sistema parasimpático encargado de liberar adrenalina y cortisol. En este proceso además, “se acelera el ritmo cardíaco, la respiración y se tensan los músculos”, manifiesta Marolla. Por otro lado, “cuando no pongo límites, empiezo a generar resentimiento y angustia lo que me puede producir malestar interno como por ejemplo ansiedad o depresión”, ahonda el experto.
El punto de partida para capitalizar el enojo y obtener sus frutos, dice Marolla, es trabajar en su origen. De esta manera una de las vías para lograrlo es preguntarse: “¿Por qué lo que determinada persona me hizo o me dijo me enoja? ¿En qué puntos me está tocando? ¿Qué me está haciendo sentir? Muchas veces cuando nos enojamos con alguien tiene que ver con que me veo reflejado en aspectos que no tengo trabajados”, puntualiza el biohacker.
La buena noticia es que el enojo también se puede atacar de antemano: “Cuando vemos que nos está invadiendo y que empezamos a generar una reacción, lo más importante es tener conciencia a nivel corporal”, comenta Marolla. Una de las mejores maneras de controlarlo, dice el especialista, es con técnicas de respiración: “Uno de los métodos más efectivos es la respiración diafragmática como también extender la exhalación”.
Otra estrategia para canalizar el enojo de manera positiva es aprender a salir de la situación antes de que sea demasiado tarde: “Previo a confrontar al otro, es ideal hacer una pausa. Depende de dónde se esté, una alternativa es alejarse unos minutos del lugar en el que se está desarrollando el problema para disipar esa tensión y volver con la mente más calma y clara”, dice Marolla. En estos casos, advierte que lo más importante es tener el objetivo de no querer ganarle al otro, ni castigarlo “porque muchas veces la manera en que respondo con el enojo se traduce en querer dañar al otro: el enojo es una emoción que siempre va a esconder dolor”.
Marolla sugiere aprender a “canalizar el enojo de manera funcional”. Esto significa que “si me enojo, tendría que entender su razón para reaccionar y responder de manera asertiva y consciente en vez de impulsiva”. Esta explicación la grafica con una posible situación cotidiana: “Si me enojo porque me dicen algo que me cae mal, quizás grito y le pego a una pared. Pero esto va a ser una respuesta disfuncional, no productiva”. Por último, Barreiro reflexiona: “El enojo no es el problema, la cuestión es cómo accionamos ante esta emoción. El secreto es aprender a gestionarlo y exteriorizarlo de manera asertiva y firme”.ß