Es la paciente cero de una polémica terapia genética a la que se sometió hace ocho años; hoy, su compañía biotecnológica intenta desarrollar la cura de todas las enfermedades
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“Los amo”. Ese fue el mensaje que dejó Elizabeth Parrish en el celular de sus hijos y su esposo aquella mañana del 16 de septiembre de 2015. Había partido de Estados Unidos sin contarles las causas reales de su viaje. Hacía poco que le había dado vida a BioViva, un emprendimiento de biotecnología radicado en Washington, que surgió casi por accidente. A uno de sus hijos de 9 años le habían diagnosticado diabetes de modo inesperado. Sin antecedentes familiares ni dolencias intermedias que hicieran presagiar la enfermedad.
Con su niño en tratamiento, sus estudios en ciencia y un MBA en negocios internacionales, se dedicó a tratar de entender los porqué de la enfermedad que había aparecido. Se obsesionó. Asistió a cientos de conferencias por el mundo, hasta que entendió que encontrar financiamiento para una investigación que permitiera encontrar una solución a situaciones genéticas repentinas no podía ser demasiado difícil. Fundó su compañía con el objetivo de ahondar en la investigación genética. Una serie de avances en su propio laboratorio habían demostrado que un tratamiento en particular efectuado sobre ratones en el laboratorio, los convertía en una versión más joven y mejorada de sí mismos en cuestión de horas.
Con un par de docenas de viales congelados en hielo seco y las esperanzas bajo el brazo, partió a Bogotá, Colombia, para inocularse en una terapia similar a la de los ratones. A su familia les dijo que iba en viaje de negocios. El procedimiento entre manos violaba las regulaciones de su país. Debía necesariamente hacerlo en el exterior.
Una vez en la capital colombiana, apenas pudo superar su primera noche insomne. Al día siguiente la esperaba un médico, una enfermera y dos asistentes para registrar en una grabación todo el proceso. Ese video aún sigue preservado en las cajas de seguridad de BioViva.
El procedimiento se inició a la mañana, implicó más de una centena de aplicaciones sobre sus brazos, muslos, glúteos, rostro… Se prolongó hasta pasada la medianoche. Cada inyección exigía una inoculación lenta. La última aplicación fue en el omóplato. Al finalizar se sentía famélica. Aún dudaba de si el trámite valdría para algo.
Desde que a su hijo menor le diagnosticaran su diabetes, su emprendimiento había progresado en la investigación genética. Su viaje se basaba en que ella confiaba en que esta dosis –la más importante que se hubiera aplicado cualquier humano hasta el momento– la ayudaría a combatir lo que en BioViva llamaron “enfermedad del envejecimiento”.
Para sus especialistas los 50 millones de personas que según la Organización Mundial de la Salud (OMS) tienen demencia, cantidad que se prevé que se triplique para 2050, podrían retrasar su condición o evitarla por completo si se perfeccionaran los desarrollos de terapias genéticas en búsqueda de una longevidad mayor.
“A pesar de años de esfuerzo, cientos de especialistas en el mundo abocados a esta disciplina y millones de dólares destinados a la investigación en pos de prevenir el deterioro cognitivo por la edad, el mundo ha visto poco progreso –explica la propia Parrish–. Nosotros empezamos a demostrar que hay un camino viable y con resultados científicos ciertos”.
Revertir el envejecimiento
De regreso a casa, luego de aquella experiencia colombiana, no contó nada a los suyos. Se deslizó por su mundo por dos semanas esperando que las cosas transitaran sin contratiempos.
"La longevidad es por un lado la esperanza de vida, o cuánto tiempo se vive; por el otro, cuánto tiempo se vive sano."
Elizabeth Parrish
A los 14 días decidió que su empresa estaba en condiciones de emitir un comunicado formal. Allí no escatimó información respecto de quién se había convertido en el paciente cero a la hora de testear por primera vez una terapia genética de este tipo. El documento por ese momento informó: “BioViva trató al primer paciente con terapia genética para revertir el envejecimiento. El sujeto se encuentra bien y ha retomado sus actividades habituales”.
Liz ya llevaba a sus hijos a la escuela, había reiniciado sus tareas en la empresa y conducía su auto. Un año más tarde llegó un nuevo anuncio. “El experimento había retrocedido el reloj biológico del paciente cero en 20 años”, decían desde BioViva. “Gracias a los tratamientos de terapia génica hoy tengo una edad biológica de 25 años –declara–. Cuando hice mi tratamiento tenía 44, pero el análisis de mi ADN indicaba que tenía 65″. Sus marcadores de análisis públicos son prometedores, pero no concluyentes, ya que se basan por ahora en resultados de una sola persona y no fueron publicados siguiendo los pasos científicos, bajo un mecanismo de estudio revisado por pares.
–¿Cómo define usted la longevidad?
–Creo que se puede dividir en dos grupos. Uno es la esperanza de vida, o cuánto tiempo se vive. La otra es cuánto tiempo se vive sano. El objetivo óptimo en el ámbito de la longevidad es ampliar ambos. La razón por la que comencé en esto fue para curar enfermedades infantiles. Nunca creí que terminaría hablando de longevidad. Pero me di cuenta que la clave es batallar una guerra contra ser viejo. Al curar el envejecimiento, podemos hacerlo con muchas de las enfermedades que padecen también los niños.
–Hay una rama de la ciencia que habla de la muerte de la muerte. Es decir, en un futuro no muy lejano será posible vivir para siempre. ¿Qué piensas de esta idea?
–Nuestro objetivo es curar todas las enfermedades. Eso es algo posible. Requerirá tiempo y esfuerzo. Vivir para siempre es una idea romántica que resulta más difícil de lo que se pensaba, ya que habrá problemas ajenos a las enfermedades que nos aquejan actualmente. Las catástrofes globales, la expansión del sol y los asteroides son solo algunas de ellas. Vivir más tiempo y de forma más saludable nos dará tiempo para prepararnos para estos problemas inminentes. Si nos tomamos en serio estos objetivos, debemos ser aún más serios a la hora de probar nuevas terapias y tecnologías. Podemos envejecer con gracias.
–¿Podría contarme los detalles de la vacuna rejuvenecedora?
–La terapia génica nos permite agregar genes a las células, lo que las ayuda a comportarse de manera más juvenil. Como el envejecimiento es un trastorno complejo, no podemos esperar que un gen cure la afección. La biotecnología está trabajando en diseños para administrar múltiples genes con una sola dosis. Esperamos vivir en un mundo donde todos puedan permitirse estas terapias, que sólo deben administrarse una vez cada 5 a 10 años.
–Más allá de lo que cuenta, hay especialistas que dicen que su propuesta es seudociencia. ¿Qué dilemas éticos enfrenta?
–Un dilema ético es el que enfrentan quienes no ayudan al desarrollo de opciones efectivas como deberían, porque son disruptivas para su propia industria. También es preocupante el acceso a la atención. Sin grandes cantidades de financiación, estas tecnologías solo estarán disponibles para las personas que puedan permitírselas. Desarrollar una terapia génica solo para unos pocos es muy costoso, por lo que quita a la gente promedio del mercado. Toda persona tiene derecho a una vida sin sufrimiento.
–¿A qué desafíos familiares se enfrenta una esperanza de vida cada vez mayor?
–A medida que las poblaciones humanas envejecen, sin avances médicos, surgen muchos inconvenientes financieros y sociales. Prolongar la esperanza de vida, sin hacer nada con respecto a la salud, es una carga. La medicina regenerativa ayudará a las personas a vivir más y mejor. Serán productivos y trabajarán más tiempo y es posible que incluso sean más fuertes e inteligentes que nunca. Tendrán un mayor poder adquisitivo ya que podrán trabajar todo el tiempo que quieran. Si pudiéramos dejarnos de esforzar por vivir para siempre porque la ciencia nos ayudase en eso, podríamos preocuparnos simplemente por vivir.
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