En el tranquilo oeste francés, se destaca por sus aguas, beneficiosas para afecciones de la piel, que se filtran lentamente a través de las capas de arcilla del subsuelo y están cargadas de oligoelementos
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Los pueblos del Poitou tienen todos la misma fisonomía. En esta región de llanuras del oeste de Francia, alrededor de la ciudad de Poitiers, se alinean casas de dos pisos ubicadas a ambos lados de calles angostas. Las fachadas están hechas con bloques de piedra blanca de la región y los techos son de pizarra negra. Las iglesias, que apenas se hacen notar en estos paisajes más bien uniformes, suelen conservar reminiscencias de estilo románico, señal de que fueron construidas en torno del fin del primer milenio. Aunque desértico, el espacio público de estos pueblos parece cuidado por profesionales del detallismo: los empedrados, los canteros y las veredas se ven prolijamente mantenidas y tratan de insuflar armonía para compensar la vitalidad ausente. Forman así una suerte de acuarela campestre que vive, en pleno siglo XXI, según un ritmo marcado por las estaciones, las cosechas y los ciclos de la fabricación de quesos de cabra (que se exportan al mundo entero), tal como se hacía ya hace siglos.
Poca gente camina por las calles, incluso en el centro de los pueblos, que suelen despertar brevemente durante el tiempo que dura un mercado callejero o una fiesta patronal. Poitiers, sus universidades, sus centros comerciales y su asombroso parque temático del futuro, el Futuroscope, parecen habérselo tragado todo.
Cuando se sale de la autopista entre París y Bordeaux para circular por las rutas interdepartamentales cuesta creer que esta región fue tan importante que dos reinos se la disputaron durante una guerra que duró cien años. La increíble riqueza del Poitou fue el botín de batallas interminables entre las casas de Francia y de Inglaterra, durante buena parte de la Edad Media. Algunos siglos antes, las mismas llanuras marcaron el punto final de las ambiciones europeas de los sarracenos, gracias a una épica victoria de Carlos Martel, el abuelo de Carlomagno.
La anomalía
Siempre está, en francés como en castellano, l’exception qui confirme la règle… La excepción en este caso se llama La Roche-Posay, un nombre famoso en el mundo. Y aunque sea en realidad un pueblo parecido a los demás, con las mismas calles angostas y la misma iglesia presidiendo el centro histórico, su suerte es muy distinta: las calles rebosan de comercios, de hoteles, restaurantes y… consultorios de dermatólogos.
La Roche-Posay se lo debe todo a su centro termal y su “agua de terciopelo”, como se la promociona. Hace décadas que atrae a visitantes de Francia y de otros países, herederos de los famosos que dieron a conocer estas termas desde principios del siglo XX: entre ellos Sacha Guitry, Jean Cocteau o la influencer de los años 40 y 50 Florence Gould. Las termas se hicieron masivamente frecuentadas desde mediados del siglo XX, como centro curativo de dermatología. Actualmente, es el mayor destino en Europa para curar afecciones de la piel gracias a las cualidades de las aguas, que se captan varias decenas de metros bajo tierra. El pueblo de 1500 habitantes recibe más de 7000 visitantes al año.
La pregunta es, por supuesto: ¿cómo será un agua de terciopelo? La fuente termal local se ganó ese mote por su suavidad, y lleva a preguntarse qué provoca esa cualidad. Desde un punto de vista técnico-medicinal, escuchamos a los directores del centro termal explicar que “como el agua se filtra lentamente a través de las capas de arcilla del subsuelo, está cargada de oligoelementos y poco mineralizada al mismo tiempo. Contiene calcio, silicato y selenio”. Suelen insistir sobre este último elemento, en realidad un oligoelemento, indispensable para la vida en bajísimas dosis.
En otras palabras, es un agua que llega a la superficie a una temperatura de 13 °C, sin sabor particular, con un pH neutro y que sirve para curar problemas de la piel. Las visitas a La Roche-Posay se suelen recomendar en casos de lesiones, inflamaciones o irritaciones cutáneas, desde eczema hasta procesos de cicatrización, luego de quemaduras o tratamientos contra el cáncer.
Una caminata por los siglos
Caminar por La Roche-Posay es trocar el mundo 4G por postales del pasado, desde la belle époque hasta las terribles batallas entre caballeros medievales. Antes siquiera de llegar al centro, el edificio que más llama la atención es el centro termal, una gran construcción rodeada de verde y de parques. En la oficina de turismo local dicen que tiene un toque oriental. A decir verdad no es muy evidente, pero la visita es agradable y bucólica, y puede dar una idea de lo que conocieron Florence Gould o André Gide cuando viajaban a La Roche-Posay.
A pasos de distancia hay varios edificios más, un spa y más jardines. Además del edificio principal se destaca el Pavillon Rose, más antiguo que el primero: fue el primer edificio termal de La Roche-Posay y entró en funciones en 1905, sobre un predio donde Napoléon había mandado construir un hospital militar.
A un kilómetro de distancia, en dirección al centro del pueblo, Les Loges es una especie de gran hotel de estilo belle époque, un palacio extraviado en este ámbito rural y bucólico que parece llegado de Biarritz o las montañas suizas.
El hotel fue inaugurado también en 1905 y se convirtió en un auténtico hito en esta región dedicada al cultivo de cereales y los criaderos de cabras. Sus 110 habitaciones a todo lujo y su casino recibían al jet-set anterior a la Primera Guerra Mundial. Los ricos y famosos de entonces venían prendre les eaux (tomar las aguas) según la expresión consagrada en aquellos tiempos. Era una suerte de desprendimiento de un mundo à-la-Proust, caído en medio de los campos del Poitou.
Los demás atractivos que esperan a los visitantes, entre baños y tratamientos, son un jardín botánico y un centro medieval. Allí se puede conocer la iglesia de Notre-Dame, que comparte el nombre de la famosa catedral de París pero es en realidad una robusta construcción donde se mezclan los estilos románico y gótico. Fue inaugurada por el papa Urbano II en persona a fines del siglo XI.
No muy lejos se levanta la torre medieval de 23 metros de altura, único vestigio de un castillo que ocupaba la parte más alta de la colina y controlaba un paso sobre el río Creuse, brindando a La Roche-Posay una importancia estratégica de alcance regional. Su nombre venía incluso de aquella colina o roca (roche), controlada por el marqués de la Roche-Posay hasta el siglo XVII. La torre se visita y revela algunos secretos, como una acústica excepcional que permite comunicarse de un extremo a otro de la sala sin elevar la voz ni moverse.
El monumento, que enfrentó temibles catapultas, fue testigo de guerras con espadas y arcos, de las victorias y derrotas de soldados en armadura. Ese mundo también se recuerda en la Puerta de Bourbon, la única porción de las fortificaciones medievales que quedó en pie. Tiene un ancho apenas suficiente para dejar pasar un auto y marca el punto de ingreso al centro histórico, separándolo de la parte más moderna, que creció en torno de las termas.
Otro atractivo es el Jardín de las Confluencias, un parque diseñado para dar paseos en contacto con el agua. Y si se quiere pasar de la Edad Media y la tranquilidad a la velocidad del futuro, a solo 50 kilómetros está el Futuroscope, el parque temático más vanguardista de Europa, con atracciones basadas en las nuevas tecnologías y personajes tan entrañables como Rabbids o el Principito.
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