Los especialistas aseguran que la empatía y la capacidad para conectar con el otro se pueden entrenar y que son fundamentales para alcanzar la realización personal
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Valeria fue una estudiante con diez de promedio. Se recibió de licenciada en Economía, con diploma de honor. Cursó posgrados y tiene una carrera exitosa en la que alcanzó hasta un cargo ejecutivo. “Valeria llega a la consulta muy enojada y preocupada porque su marido, con el que vive hace cinco años, le planteó que no quiere que continúe trabajando en ese lugar. Siente que no le presta atención a la pareja y no pueden proyectarse como familia. Le dedica mucho tiempo al trabajo y pareciera que la felicidad la alcanza solo con algún logro profesional”, narra Luz López Llano, licenciada en Psicopedagogía y en Psicología (M.N. 41517) y presidenta de la Sociedad de Neuropsicología Argentina (Sonepsa).
La paciente dice no sentirse acompañada ni comprendida por su pareja. “Ella expresa que pasa muchas horas dedicada al trabajo para lograr un buen nivel adquisitivo, no solo por ellos, sino por un bebé, si llegara a venir”, relata la psicóloga.
Sin tiempo para ella, le cuesta comprender el planteo de su marido. “Tiene dificultad para conectarse con sus afectos, con sus emociones”, continúa. Su vida está centrada en el éxito profesional pero, la decisión de comenzar un proceso terapéutico da lugar a algún cambio que le permita espacios de autorreflexión y conocimiento para conectarse afectivamente con su pareja”, señala la especialista. Sin dudas, carece de la empatía de entender lo que le pasa a su pareja.
La inteligencia es, desde hace tiempo, objeto de innumerables estudios. Nadie discute que si bien, en general, se valora especialmente aquella que asegura el éxito académico en todos los niveles, la emocional es igual o más importante para quienes buscan el bienestar en la vida.
El rol de las emociones para alcanzar la realización personal está en el centro de la escena. En el pasado, se pensaba que el tener un nivel intelectual alto era predictor de una vida exitosa, al menos laboralmente.
López Llano señala que, al medir el coeficiente intelectual (CI) se tienen en cuenta diversos componentes relacionados con la inteligencia cognitiva, como el razonamiento abstracto, la memoria, la velocidad de procesar la información, el lenguaje, la comprensión verbal y la atención. “Son componentes que hacen que una persona pueda, desde el aspecto intelectual, conocer, aprender, memorizar. Después está la otra parte que tiene que ver con la inteligencia emocional relacionada con otros aspectos que ayudan al ser humano a adaptarse adecuadamente a la vida”, recalca.
Más allá del intelecto
Hoy está comprobado que el coeficiente intelectual no alcanza. La explicación es que aparecen limitaciones en otros niveles.
“La inteligencia emocional se refiere a las competencias o habilidades de las personas para monitorear, comprender y procesar de manera efectiva la información y usar estas habilidades para guiar el pensamiento, las acciones y para resolver problemas sociales y emocionales”. Esta definición pertenece a John Mayer, el psicólogo norteamericano de la Universidad de New Hampshire que desarrolló un modelo de inteligencia emocional junto al psicólogo social Peter Salovey, presidente de la Universidad de Yale. Fueron ellos quienes refirieron a la inteligencia emocional como un “pensador con un corazón” (“a thinker with a heart”) que percibe, comprende y maneja relaciones sociales.
El doctor Daniel Goleman, psicólogo egresado de Harvard, experiodista de la sección científica de The New York Times fue precursor en el tema con su best seller, “La inteligencia emocional”, publicado en 1995 y está convencido de que las habilidades emocionales son prioritarias dentro del conjunto de las aptitudes necesarias para la vida (incluso más que la razón) y que su manejo no sólo permite una buena salud psíquica sino que además es clave para la vida laboral.
Cuando habla de habilidades emocionales, el autor se refiere a la empatía, la automotivación, el manejo de los impulsos, la adopción del humor, la habilidad social y el no doblegarse ante las frustraciones.
El don de leer al otro
“La habilidad social es la más importante porque es la capacidad de resolver problemas a través de una compresión situacional, donde uno es capaz de poder leer de manera rápida y efectiva el sentir del otro”, detalla Pablo Mizes, psicólogo (M.N. 9146), staff del servicio de Psiquiatría del Hospital Británico de Buenos Aires y profesor titular de las cátedras de Psicopatología infanto juvenil y de Diagnóstico y tratamiento de niños y adolescentes de la Universidad del Salvador. El especialista explica que cuando alguien no tiene inteligencia emocional se generan situaciones en las que, sin querer, puede producir un daño afectivo al otro y a uno mismo. Y da un ejemplo concreto: cuando una persona llega a una reunión y se encuentra con tres personas que están tristes conversando en voz baja. Si quien se integra tiene inteligencia emocional, comprenderá ese contexto y, sin necesidad de que medien palabras, se ajustará a la situación: interactuará con tono acorde y logrará un posicionamiento empático afectivo y va a poner en juego la habilidad social. Si la persona, en cambio, tiene poca inteligencia emocional no tendrá la capacidad de entender el clima y correrá el riesgo de realizar un comentario disruptivo, desajustado para la situación. Como consecuencia no logrará empatía y se generará una situación de tensión.
Una cualidad indispensable
La empatía, clave en las personas con inteligencia emocional, es la capacidad de sincronizarse emocional y cognitivamente con otra persona. Es esencial para construir y mantener relaciones, ya que ayuda a conectar con los demás a un nivel más profundo. También se asocia con una mayor autoestima y propósito de vida.
Mizes hace foco en la capacidad empática y asegura que es la que permite establecer mejores vínculos. Si somos incapaces de ponernos en el lugar del otro, probablemente nuestras decisiones van a fracasar”, analiza. Lo que plantea el especialista se ve claramente en la realización de tareas que requieren de trabajo en equipo. Por ejemplo, en una tripulación de un velero, donde uno tiene que ir leyendo, además de las funciones específicas que cada uno tiene dentro de ese equipo, cómo se va sintiendo el otro para generar un liderazgo que lleve a un resultado más exitoso.
De hecho, en el plano laboral poseer inteligencia emocional puede hacer la diferencia en el desarrollo de una carrera y su importancia se podría equiparar a la inteligencia que permite realizar un trabajo intelectual. Por esa razón, hoy las empresas, en sus búsquedas, hacen hincapié en estos perfiles y valoran a las personas capaces de manejar gente. “Esto está asociado a la inteligencia emocional. Por eso, cada vez son más las empresas que entre los beneficios a sus empleados incluyen cursos de mindfulness para trabajar la regulación y el alivio del estrés. A menor nivel de estrés, menor nivel de ansiedad, mayor capacidad de resolver situaciones y mayor estabilidad anímica. Y pueden resolver mejor las situaciones cotidianas”, añade López Llano.
Desde una arista distinta pero similar a la vez, en su libro, “Dar y recibir”, Adam Grant, profesor de The Wharton School. escribe sobre la generosidad –una vuelta más a la empatía- y asegura que las personas generosas son más queridas por los compañeros de trabajo, más felices y tienen mayor energía. “Es un espiral virtuoso: ser amable con los demás te hace más feliz, lo que te hace más amable, lo que te hace aún más feliz”, sintetiza el autor en sus líneas.
Ser consciente
Otro componente muy importante es la autoconciencia, esto es ser consciente de quienes somos y de lo que uno siente, de lo que está sucediendo. Una persona con escasa autoconciencia se presentará de un modo que el entorno con capacidad de lectura emocional lo leerá distinto a cómo se presenta. “Es decir, se generará un efecto de incongruencia con sus consecuencias”, reflexiona Mizes. Y ejemplifica: Un caso de esto, dentro de un grupo familiar, sería si el padre está hablando al resto “de una manera brusca, altiva, como si estuviera enojado. Cualquier persona con inteligencia emocional vería en esa forma de hablar a un hombre atravesado por la ira y por el enojo. Cuando se lo confronta, diciendo «hablame bien, decime por qué me hablás de esta manera”, el padre responde: “si yo te estoy hablando bien”. Esto sucede porque hay pérdida, en ese momento, de la autoconciencia, que le impide entender la cualidad emocional de lo que está diciendo y cómo lo está diciendo. Se está, de alguna manera, desprendiendo de esa cualidad emocional que es percibida por todo el resto.
Sin embargo, lo que podría parecer, a primera vista, un asunto propio de la psiquis que regula las emociones, tiene una raíz física. “Hay estructuras en el lóbulo frontal del cerebro que intervienen en la inteligencia emocional. Amit Etkin, psiquiatra de la Universidad de Stanford, en una investigación publicada en la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos analizó que el lóbulo frontal tiene dos funciones, la ejecutiva, que interviene en la planificación, la organización, la flexibilidad, el análisis y la síntesis. Y la que regula las emociones y está íntimamente relacionada con la capacidad de comprender al otro e interactuar.
López Llano explica que hay patologías psiquiátricas en las que “hay fallas de estructuras del lóbulo frontal que pueden estar dañadas y esto hace que las personas fallen en cuestiones de regulación o de empatía. Esto provoca dificultades en la inteligencia emocional”. Entonces es importante pensar la inteligencia emocional de una manera integrada, teniendo en cuenta el aspecto neurobiológico, además del psicológico.
De todas formas, si bien posee un componente que viene dado en cada persona, la inteligencia emocional no es una capacidad estática: se estimula y se mejora.
El rol de la atención plena
Vivencial, experiencial y modificable, la inteligencia emocional puede trabajarse y entrenarse. Sobre este punto, en sus publicaciones, Goleman afirma que la inteligencia emocional no es hereditaria e insiste en que puede desarrollarse. Dice que el desafío es como enseñarle a un chico a andar en bicicleta. La clave está en el autoconocimiento: hay personas hábiles para motivarse, o para manejar las emociones, pero no en las relaciones con otras personas. El punto es desarrollar lo que falta.
“Hoy hay una fuerte y sólida evidencia científica que el mindfulness ayuda a beneficiar la atención plena y a conectarse con uno mismo. Esto contribuye a que uno pueda ver cómo está y tiene un fuerte impacto en la regulación de la conducta”, analiza López Llano.
En la misma línea, Javier Cándarle, escritor, docente, terapeuta cognitivo, y entrenador de instructores de mindfulness, coincide en que tanto la práctica meditativa, como algunas técnicas de la psicoterapia, o el mindfulness (atención plena), apuntan a generar ese distanciamiento crítico. “Pero hay que hacerlo con frecuencia y entrenamiento. Aquí no hay ‘fast-mindfulness’. Hay que entrenar la mente y el corazón para vivir bien”, afirma.
Hay estudios que muestran que, a mayor inteligencia emocional, hay mayor predicción de una mejor calidad de vida. La adolescencia es una etapa clave en el desarrollo de la inteligencia emocional. “Es importante enseñarles a los jóvenes entender qué les pasa, lo que sienten y acompañarlos en el proceso de conocerse”, relata López Llano.
En ese sentido, la especialista en crianza, Maritchu Seitún, grafica el poder que tienen los padres para inspirar la empatía a sus hijos. Pone de ejemplo a un chico de 22 años que se enoja porque perdió un partido y su padre lo desmerece por el resultado. “Ese joven carecerá de la empatía, mientras que un papá que lo alienta y le demuestra empatía le enseñará que debe tener las mismas actitudes bondadosas independientemente del resultado”, explica.
El poder de las palabras
Por otra parte, una investigación realizada por la Universidad de California en la que se analizó cómo las interacciones sociales influyen en las emociones de las personas, concluyó que los cerebros de las personas están en sintonía con la información que obtienen de los demás y la usan constantemente como retroalimentación para cambiar sus comportamientos y respuestas. En ese proceso, las palabras juegan un papel poderoso en la formación de las emociones de las personas porque los humanos son seres sociales por naturaleza y está comprobado que algunas formas de apoyo verbal son más útiles que otras como por ejemplo la validación que es especialmente reconfortante. " Es que cuando las personas te escuchan y te dicen que te entienden, uno se siente confiado, querido y conectado”.
Esta es sólo una de las conclusiones del estudio que también detalló que las personas dan pistas sobre lo que quieren en función de las palabras que usan. Si se enfocan en sus emociones diciendo algo como “siento que no les importo”, probablemente solo estén buscando validación. Si, por el contrario, dicen que les gustaría sentirse diferente o que quieren saber cómo resolver un problema, entonces “los están invitando a uno a que los ayude”.
¿Hay alguna inteligencia más importante que otra? Todas son clave y cada una favorece el abordaje de distintos aspectos de la vida. “Cada capacidad para la resolución de un problema coexiste junto a otra. Poder llevarlas adelante es el desafío que tiene el ser humano. Hay personas que tienen serias dificultades para disponer de una inteligencia emocional, así como hay otras que tienen limitaciones para aprender de la experiencia”, concluye Mizes.
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