Vertical y asimétrica pero respetuosa, en el medio de propuestas más extremas
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Las palabras autoritaria, vertical y asimétrica tienen mala prensa en la crianza porque se asocian con el autoritarismo de generaciones anteriores, cuando padres, madres y otros adultos eran rígidos y arbitrarios en sus pautas de crianza. Esa forma de disciplinar venía de generación en generación sin ser revisada; los adultos imponían el modo de hacer las cosas al que estaban acostumbrados, y no siempre eran claros el sentido o el motivo.
El control venía desde afuera, de esos adultos que tomaban decisiones indiscutibles e indicaban a los chicos lo que tenían que hacer. Los menores no aprendían a pensar ni a resolver, sino a obedecer, y muy a menudo a hacerlo por miedo y no por confianza o respeto a los mayores. Esta modalidad de crianza llevaba a autoestimas bajas en los hijos, ya que no había espacio para disentir y había que esconder aspectos de uno mismo por miedo a la pérdida del amor o de la aprobación de los adultos.
Por otro lado, por este camino los hijos resultaban fuertes, “aguantadores”, se fortalecían y adquirían recursos para esperar, esforzarse, lograr sus objetivos sin rendirse. Con esa modalidad de crianza adquirían garra y energía para enfrentar los inevitables contratiempos de la vida.
Lentamente y, por suerte, la humanidad empezó a ver a los niños como personas con derechos –y no posesiones de sus padres– merecedoras de respeto y de ser escuchados.
Con esas ideas, y como reacción a las arbitrariedades de la crianza autoritarista, una gran parte de la sociedad se fue al otro extremo y así surgió el movimiento de crianza permisivo, horizontal y simétrico en el que se escucha a los chicos en un respeto, para mí mal entendido, que lleva a que los padres dejen de guiarlos y conducirlos. Que los dejen hacer o que busquen convencerlos de lo que les conviene en lugar de poner pautas claras en base a su experiencia adulta y a la edad y maduración de sus hijos. Los menores deciden y resuelven, incluso exigen, quedan librados a sus ideas, y no siempre toman decisiones adecuadas ya que les falta madurez y criterio para saber lo que realmente necesitan o les hace bien.
Estos chicos suelen tener la autoestima alta y sentirse superiores y merecedores de todos los derechos. Lamentablemente esto lleva también a que tengan cierta fragilidad yoica ya que, acostumbrados a que el mundo gire alrededor de sus deseos, no desarrollan capacidades necesarias y fortalecedoras como manejo del estrés, tolerancia a la frustración, capacidades de espera y de esfuerzo. Por algo algunos los llaman niños cristal, ¡es que se quiebran con facilidad!
En muchas oportunidades los padres permisivos se enojan y/o desilusionan, y llegan a enfurecerse: suponen que sus hijos los van a tratar en función de lo amables, considerados y generosos que son con ellos; pero esto no es así, incluso los hijos los tiranizan o maltratan. Y a medida que los chicos crecen se hace muy difícil la convivencia, porque cuesta que esos hijos tan “empoderados” respeten las reglas y al resto de las personas.
Lo mejor de los dos mundos
Hoy intentamos ir –o volver– al centro dentro de ese movimiento pendular tomando lo mejor de cada uno de esos modelos extremos y proponemos una crianza vertical y asimétrica pero respetuosa: ¿Por qué vertical y asimétrica? Porque los adultos, desde su experiencia, saben más, ven más lejos, y reconocen que es su tarea cuidar a su hijos sin dejar de respetar sus personas, entienden que respetar significa escuchar, tener en cuenta, honrar, no burlarse, no humillar, no amenazar, no abusar, no juzgar ni criticar. Entienden que educar no significa hacer o darles todo lo que desean o piden. Adultos que son capaces de ofrecer amor y cuidados generosos, considerados, que buscan lo mejor para sus hijos, y miran más allá: el contexto, las circunstancias y el momento adecuado para cada cosa. Los chicos no pueden hacerlo solos por su inmadurez.
Esta buena autoridad respetuosa, no abusiva, ofrece una disciplina con sentido, busca explicar –pero no necesariamente convencer– los buenos motivos de sus normas, comprende y tolera el enojo y la frustración de los hijos sin enojarse. A medida que crecen les va dando opciones, incluso gradualmente los deja equivocarse y aprender de sus errores –atentos a que no sean graves– por lo que los chicos van tomando control de sus decisiones a medida que están listos para ello, es decir que de la mano de sus cuidadores aprenden a pensar, a resolver y a hacerse cargo de las consecuencias de sus decisiones y errores.
La autoridad vertical respetuosa logra sintetizar lo mejor de los modelos anteriores ya que lleva a autoestimas altas y a hijos con fortaleza de recursos, se saben respetados y aprenden a obedecer por amor y confianza.