La importancia de educar para la paz, sin dejar de lado el sano enojo
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La elección de juguetes para los chicos es un eterno debate. En estos tiempos convulsionados, en los que es muy difícil apartar a nuestros hijos de lo que ocurre en el mundo, ya que todo puede verse sin filtro y en el mismo momento en que sucede, nos preguntamos si es malo regalarles armas de juguete.
La respuesta no es sencilla y remite a otra cuestión más amplia: cómo viene haciendo la humanidad para que en los chicos no crezca la hostilidad hasta convertirse en violencia. Las relaciones no son solo calidez, intimidad y diversión sino también luchas de poder, compartir y peleas; los sentimientos ambivalentes son parte de todas las relaciones, incluso con los padres. La agresividad sana, el buen enojo, son formas saludables de manejar estos sentimientos y parte del desarrollo emocional. Nos dan energía, nos motivan a mejorar, ayudan a definir nuestra identidad y nuestras fronteras, quiénes somos y quiénes no somos. Es decir que enojo si, violencia no.
Como dice una leyenda cherokee en todos nosotros conviven dos lobos, uno malo y uno bueno, y no podemos hacer desaparecer al malo eliminando las armas y solo hablando de la paz y el amor en el mundo. Se trata de integrar ese lobo malo y encauzar su energía hacia acciones positivas y reparadoras.
Hacer desaparecer la maldad no es una opción: negar, reprimir, esconder llevan mucha energía, y los chicos se debilitan al hacerlo; además resulta muy difícil que tengan la autoestima alta si creen que sus padres no toleran emociones o sentimientos desprolijos como celos, ira, codicia, etc.
No es casual que en los cuentos infantiles tradicionales aparezcan madrastras malvadas y lobos que quieren comerse a los niños. Esos personajes están dentro de todos nosotros y es un enorme alivio para los chicos que en esos cuentos ganen los “buenos”, no solo por el miedo que dan tanto el lobo como la madrastra y otros personajes igualmente “oscuros” sino porque les da la tranquilidad de que los adultos saben que existen y que van a saber vencerlos y/o encauzarlos.
Hacer desaparecer la maldad no es una opción: negar, reprimir, esconder llevan mucha energía, y los chicos se debilitan al hacerlo; además resulta muy difícil que tengan la autoestima alta si creen que sus padres no toleran emociones o sentimientos desprolijos como celos, ira, codicia, etc.
Desde tiempos inmemoriales los chicos procesan a través del juego las cosas que sienten o los hechos que les van ocurriendo y así a menudo logran que no se acumulen adentro de ellos.
El jugar sucede en virtualidad, es decir que es “de mentira” y los chicos lo saben. Pueden ser un ratito los malos, matar sin que nadie muera, robar sin que nadie los acuse de ladrones en el mundo real, así amasan, procesan la realidad externa y también la de su mundo interno, y bajan el nivel de estrés de su vida diaria.
Pero… para eso no necesitan un arsenal, a veces alcanza con usar el índice y el pulgar como pistola, o un arma de juguete. La sociedad de consumo invierte fortunas para invitarlos a creer que necesitan el arma de cada uno de los personajes a los que les gusta jugar y por eso los piden. Pero los adultos, que jugamos de chicos con un palo de escoba y lo usamos como caballo, como espada, como lanza, como ametralladora, como escopeta y mil cosas más, podemos no dejarnos llevar por esos mensajes y enseñarles lo mismo a nuestros chicos.
Tenemos que educar para la paz sin olvidar que todos tenemos adentro una parte nuestra que siente celos, que quiere el objeto que tiene el hermano, que necesita tanto ser escuchada (por ellos mismos y por los adultos) como procesada y encauzada.
Adultos y niños tenemos que poder enojarnos, es fundamental para poder defender nuestro territorio y nuestros derechos, ya sea en casa, en el recreo, en la calle, es necesario que los chicos crezcan integrando su agresividad sana, su buen enojo, defiendan sus derechos y, cuando crezcan, cuiden a su familia y a su patria.
Ni armas ni guerras
Para eso, no solo no necesitan un arsenal sino que tampoco les hace bien jugar en pantallas a juegos realistas de guerra durante horas, ya que se acostumbran y naturalizan lo que no es sano, normal, natural ni deseable…
Es fundamental cuidarlos también de las imágenes de guerra, de violencia, catástrofes y accidentes en las pantallas de televisión, o lo que escuchan en la radio. Lamentablemente los adultos quedamos atrapados, encandilados, por esas imágenes y no nos damos cuenta de que los chicos se llenan de miedo y de preocupación.
De todos modos, inevitablemente van a estar al tanto de muchas de esas situaciones y les hace mucho bien hacer algo para ayudar, como por ejemplo ocuparse de juntar ropa, colchones y frazadas para la gente que perdió todo en las lluvias de la semana pasada. Fomentemos estas acciones para que se animen a convertirse en agentes de cambio y busquen hacer del mundo un lugar mejor para vivir para todos.
Quiero destacar que la Fundación Acnur Argentina promueve charlas sobre estos temas relacionados con nuestros chicos y la tarea que realizan en el mundo en favor de los refugiados (adultos y niños), que fueron forzados a huir de sus hogares por causas como la guerra, la violencia, catástrofes naturales y violaciones de los derechos humanos.