Así como se puede sufrir una arritmia cardíaca o pulmonar, es posible experimentar un malestar físico que tenga su origen en un problema social
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La inflación, los precios, los paros, los cortes, las cancelaciones, las demoras. Son problemas sociales que afrontamos a diario y que tienen un impacto en la salud, producen arritmias en nuestras vidas. Son problemas que provocan golpes en nuestro equilibrio emocional sin que nos demos cuenta.
Las arritmias se vuelven tangibles cuando decimos: “estoy estresado”; “no soporto más esta incertidumbre en mi vida”; “estoy harto de no poder sostener algo”; “no logro llegar”; “me cansa tener que volver a empezar de nuevo”.
¿Por qué arritmias? Así como podemos sufrir una arritmia cardíaca o pulmonar, que tiene su origen en nuestra salud personal, podemos experimentar un malestar físico que tenga su origen en una arritmia social. El estrés, por ejemplo, es un diagnóstico médico que suele ser multicausal, sin una determinación única y específica. En tanto diagnóstico antropológico, su multicausalidad responde precisamente a ser una afección personal que tiene su origen en afecciones colectivas, compartida por uno o varios grupos sociales. El estrés se experimenta en lo corporal, pero tiene sentido como fenómeno social que le pasa a los demás y no solo a uno.
La pandemia del Covid-19 produjo una arritmia social de escala global, en la cual las dolencias personales, como el contagio y las consecuencias del virus, tuvieron resonancia en comportamientos colectivos (restricciones de circulación, aislamientos, inmovilidad, desabastecimiento, por solo mencionar algunas).
Así como tenemos salud personal cuando los ritmos del cuerpo están en equilibrio, cuando sufrimos arritmias entre nuestros organismos sociales, es nuestra salud sociocultural la que se debilita y entra en crisis.
Nuestra relación simbólica con el tiempo, como lo imaginamos, es central para nuestro bienestar diario. Por lo tanto, cambiar el modo en que lo pensamos tiene un impacto directo en nuestra salud. Los ritmos son una llave para abrir esa puerta y comprender la articulación entre lo que experimentamos y lo que interpretamos sobre el tiempo.
Comprender que el tiempo se experimenta a través de los ritmos de vida, nos habilita a buscar un balance entre las decisiones que tomamos a nuestro ritmo y el que podemos según los ritmos laborales, productivos, económicos. Como bien lo expresa Carl Honoré en su libro Elogio de la lentitud, se trata de coordinar las diferentes velocidades que nos atraviesan y un gran desafío al respecto es encontrar el “tempo justo”.
Un tema que suponemos sólo económico, como la inflación, tiene su implicancia rítmica en lo afectivo, lo familiar, la pareja, los sueños, los planes de vida. Es un factor de arritmia diario porque no es posible saber el valor del trabajo y los bienes, y si es posible acceder a ellos. Produce angustia en el presente y en cómo experimentamos el futuro al generar incertidumbre y falta de previsibilidad. Por el contrario, cuando sentimos estabilidad económica, experimentamos armonía, sincronía, equilibrio o balance, conceptos que nos indican coherencia en nuestros movimientos diarios y de mediano o largo plazo.
Un conflicto entre pares en el trabajo, o uno asimétrico con un jefe, no solo produce malestar a los interlocutores, puede afectar al grupo inmediato, resentir la confianza grupal e instalar una sensación que suele llamarse de mala onda o mala vibra; ambas claras referencias a conceptos rítmicos. Son situaciones que, sin conocer en detalle el origen de este malestar en el cuerpo, las experimentamos como un desequilibrio, un desfase o una asincronía.
En otra escala más amplia, también encontramos arritmias sociales en la desigualdad social, en la pobreza, la contaminación, la carencia de salud o la educación interrumpida. Estas problemáticas pueden ser comprendidas como un desfase entre ritmos que impactan en nuestro bienestar personal y tribal, alterando los ritmos familiares, laborales, económicos, productivos, financieros, políticos, entre tantos otros.
Por esto hablamos de arritmias sociales, de rítmicas que al no estar sincronizadas, no solo impactan en la salud y el bienestar individual, sino en el colectivo, en las familias, las empresas, los organizaciones y en la cultura en general. El impacto que tienen estos problemas estructurales y crónicos en nuestra vida social y personal, pueden tener otra mirada si los pensamos como arritmias sociales.
En muchos casos estas arritmias exceden nuestra intervención y no podemos hacernos cargo de su administración inmediata. El desafío es poder reconocerlas y saber cómo mantener nuestro propio ritmo sin entrar en rupturas, conflictos, contra-tiempos, como también suele llamarse a las arritmias.
En síntesis, encontrar el ritmo de las actividades propias es otro modo de experimentar el tiempo y buscar un balance rítmico entre la vida personal y social.
Antropólogo, escritor y consultor