En una entrevista exclusiva con LA NACION, la CEO mundial del movimiento B Corp, Eleanor Allen, explica cómo hacer negocios y defender el planeta
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El propósito es prioridad en la vida de Eleanor Allen, designada en 2022 para liderar el desarrollo de B Lab a nivel global. La ingeniera civil no se demoró en visitar Argentina; uno de los países más avanzados e innovadores en la iniciativa de sustentabilidad conocida como Sistema B.
Como ejecutiva de grandes proyectos de infraestructura hidráulica, estaba acostumbrada a resolver problemas complejos. O eso pensaba, hasta que ingresó al mundo de las empresas sin fines de lucro. En su rol de CEO de Water For People, organización que promueve el acceso global a agua potable y servicios sanitarios para las poblaciones menos favorecidas, descubrió que inspirar y conectar emocionalmente con donantes, empleados y clientes es uno de los desafíos más grandes que un líder puede enfrentar.
Siete años más tarde, decidió asumir un reto aún mayor: ayudar a otros a emprender con propósito como CEO de B Lab, la red global de organizaciones que procuran transformar el sistema económico para hacerlo más inclusivo, equitativo y regenerativo para todas las personas y el planeta.
—Las empresas B por definición proponen un cambio en los sistemas económicos, ¿cuán fácil o cuán difícil le ha resultado transitar este camino?
Por un lado, ha sido difícil porque es algo nuevo. Estamos proponiendo un cambio gigantesco en nuestro sistema económico. No tenemos control para cambiar todas las partes —las leyes, la política, la nueva economía— pero estamos poniendo presión en el sistema. Por otro lado, hay bastante interés por parte del sector privado en el movimiento B, y estamos acelerando el ritmo.
—Es difícil porque implica un cambio en todo sentido, pero ¿están notando avances?
En los últimos tres años, duplicamos el número de empresas implicadas a nivel mundial. Ahora estamos llegando a 6000 en el mundo, y estamos generando mucho conocimiento sobre este tipo de empresas, y también acerca de la economía nueva, que toma en cuenta a todos los stakeholders (interesados), y no sólo a los accionistas.
—¿Es posible generar utilidades y al mismo tiempo trabajar hacia un propósito?
En realidad, considero que al perseguir un propósito las empresas pueden ganar más ingresos aun, porque ofrecen cosas distintas a los empleados: una mejor cultura de trabajo, mayores beneficios, también hay apoyo a las comunidades en que viven los empleados, y las comunidades se apoyan en las empresas. Los clientes pueden elegir a las empresas B porque saben que tienen ese tipo de gobernanza. Entonces, muchos de los beneficios no son sólo para los accionistas. Pero para responder la pregunta, es un buen negocio y puede ser mejor que antes.
—Se dice que en el mundo antiguo, la “vieja economía”, se hablaba sólo de la ganancia y no del propósito. Y ahora este nuevo sistema viene a traer ambas cosas de manera conjunta. ¿Cuáles son las claves para lograr esta conjunción?
Si pensamos en los empleados, en la vieja economía cada uno hacía su trabajo y nada más, no tenía un compromiso más allá de las responsabilidades. Pero si soy empleada en una compañía con propósito, tengo compromiso no solamente con lo que hace la compañía, sino con sus valores, con los cambios que sé que la compañía está tratando de hacer en el planeta y en el mundo. Cuando es así, trabajo más y produzco más. La productividad es mayor con los empleados que eligen trabajar en una empresa B: dan más y tienen mayor compromiso. Son más productivos porque no es solamente trabajo, los guía la misión de la compañía y la gobernanza de la empresa B, la forma en que se dirige la compañía.
Hay que tener en cuenta que para lograr la certificación de empresa B, la compañía debe su impacto a través del “Impact Assesment”, una herramienta de medición de impacto B que tiene cinco ejes. Uno de ellos es la gobernanza, que es la forma en que se lidera y dirige la compañía. En una compañía “antigua” o “normal”, es el equipo directivo el que toma las decisiones, y esas decisiones están enfocadas en los accionistas y en las ganancias de los shareholders. En una empresa B decimos: esta empresa asume el compromiso permanente de tomar en cuenta a todos los stakeholders, a todos aquellos que tienen intereses o son afectados por la empresa, no sólo a los shareholders. Entonces, debemos escuchar lo que los empleados tienen para decir, precisamos conocer las necesidades de la comunidad, saber lo que nuestros clientes quieren. Esto impacta en cómo se gestiona la compañía, no sólo para el valor de los accionistas, sino en cómo usar la empresa para mejorar el planeta. Se trata de una mejor experiencia para todas las personas involucradas y es un liderazgo más inclusivo. De esta manera se puede mejorar la forma en que se maneja la empresa.
_Se habla mucho de diversidad, pero ¿cómo se construye una cultura corporativa que ponga en práctica políticas verdaderamente inclusivas?
Se trata de una transición de culturas de la compañía, de la manera de tomar decisiones. No es cuestión de tomar decisiones solos, encerrados en una sala de conferencias. Por ejemplo, cuando tenemos una hipótesis de cómo vamos a crecer, empoderamos a los empleados y les pedimos ideas. Vamos a tener ideas mejores, surgen más ideas y más oportunidades para la compañía, no solamente para crecer en ingresos sino en sus contribuciones al planeta y al bienestar de todos nosotros. Entonces es un cambio más democrático para mejorar las decisiones. Toma más tiempo, pero creo que podemos tener mejores resultados. Porque cuantas más ideas, mejores resultados. La diversidad de pensamiento y de ideas pueden generar un proceso de toma de decisiones más inclusivo. Y cuando la idea surge de los empleados, sienten que pudieron hacer una contribución mayor a la compañía.
—¿Cómo se lleva esto a la práctica? ¿De qué manera se involucra productivamente a más personas en el proceso de decisión?
Te puedo dar el ejemplo del sistema de gobernanza de una empresa B de aquí, en Argentina: son cuatro personas las que están dirigiendo la organización, cada una tiene su horario, es un liderazgo horizontal, compartido equitativamente. Cada uno tiene sus responsabilidades. No hay un solo jefe.
En otro ejemplo, tenemos un círculo para operaciones y otro para el modelo de negocios. Si en el círculo de operaciones surge la cuestión del reclutamiento, de contratar personas nuevas, bajamos las decisiones a las personas que están más cerca de la acción, es interesante porque sienten que lo pueden hacer, porque es su área. Solamente tomamos decisiones en el círculo más alto cuando se trata de decisiones que otros no pueden tomar.
—¿Y funciona?
Desde el sistema B, acompañamos la transición de las empresas. Cómo cada empresa se gestiona es naturalmente cuestión de cada una. Nosotros los ayudamos a gestionar y medir el impacto. En este camino hay que ser coherentes con lo que promovemos. Como movimiento global, que traemos a la Argentina, medimos el impacto que estamos teniendo para ver si somos coherentes. Incluso medimos la huella de carbono.
—¿Cuáles son las principales dificultades en la Argentina que ustedes notan para emprender con propósito?
Tenemos 186 empresas en Argentina, a nivel país. Nuestro desafío es hacer crecer la comunidad de companías que entiendan la nueva economía. Trabajar con propósito toma tiempo, para educar y ampliar los mensajes, es un desafío igual que en otros países. Pero diré también que las actividades que el equipo de aquí está haciendo, son muy innovadoras porque son para empresas de todos los tamaños —pequeñas, medianas y grandes— y hay encuentros donde pueden compartir ideas, donde la mitad ya tiene su certificación y la otra mitad aún no. Estos encuentros son muy importantes para crecer y para difundir mensajes y que las empresas puedan compartir entre sí los casos de estudio.
A nivel más local, la clave es un marco legal que acompañe e identifique a las empresas B. En la Argentina estamos impulsando una ley que acompañe a las empresas de triple impacto.
—¿Ven a la Argentina más receptiva en estos temas o está muy atrás con respecto a otros países del mundo?
La Argentina está muy adelante, tanto en la región como a nivel mundial. El sistema B tiene cuatro fundadores: dos de Chile, uno de Argentina y uno de Colombia. El movimiento empezó aquí. Se juntaron con esta idea hace diez años y está creciendo mucho.
—¿Qué es el bienestar para usted y de qué manera las empresas empiezan a lograrlo?
Hay tres preguntas que nos podemos hacer nosotros, los empresarios y dueños de empresas: 1) “si mi empresa crece, ¿sería mejor o peor para el planeta?”, 2) “¿nuestro planeta necesita mi negocio?” 3) “¿estoy en el negocio correcto para resolver los problemas del mundo? ¿Qué puedo cambiar para agregar valor, ayudar al bienestar de las personas y no ser un negocio sólo de ganancias”.
—¿Cuáles serían los principales beneficios de las empresas B, de cara al futuro?
La empresa B no es un punto fijo, una meta, sino un camino, una hoja de ruta donde tengo que mejorar lo que estoy haciendo e ir mejorando mis contribuciones. Si estoy en una empresa grande tengo que cambiar las estructuras no solamente para los accionistas sino también para los stakeholders, es algo difícil pero muy importante de hacer para tener este compromiso, en inglés lo llamamos mission lock. Una de las misiones de empresa B, es que cambien los estatutos.
El primer paso para ser una empresa B es definir un propósito. Dejar ese propósito plasmado en los estatutos porque si un día vendés la empresa o la persona responsable se va, el propósito queda protegido, que es no sólo cuidar las ganancias sino también lo que se genera.
Hay tres cosas obligatorias: que se mida el impacto, si la empresa no tiene impacto es difícil ser una empresa B; la segunda parte es el cambio de estatutos; y hay que ser transparentes, si tengo la evaluación hay que compartirla con el público. Y cada tres años hay que volver a hacer el proceso. La idea es que la empresa siempre esté mejorando y si vamos bien, no hay problema porque el impacto sigue aumentando.
—¿Cuáles son los principales desafíos para alinear los distintos intereses de los sectores involucrados en el cambio? Como por ejemplo, las empresas privadas, los sindicatos, todos los sectores.
Una parte es el gobierno, hay que convencer, tener una legislación que avale y respalde estas sociedades, los beneficios colectivos. En la Argentina todavía no hay una legislación que respalde oficialmente a las empresas de triple impacto. Promovemos a las empresas como gestión de cambio y lo que hacemos es acompañarlos hacia un modelo de gestión de triple impacto. Hay empresas que dentro de ese modelo obtienen la certificación y otras están en transición, todavía no tienen ese sello, pero no quiere decir que no sean empresas B.
Tenemos un programa en la región que se llama ciudades más B. Una ciudad no puede ser empresa B porque no es empresa, pero puede abrir o fomentar el movimiento. El municipio de Mendoza promovió el triple impacto en distintos actores, ayuda a posicionar el movimiento, la educación de otras empresas, cómo la huella de carbono puede ser minimizada. Si agregamos todas las acciones de empresas que piensan en triple impacto, es una ventaja para las sociedades y ciudades. Para que sea posible también tienen que estar acompañados de otros actores: que haya una ley que acompañe, que los profesionales puedan tener esta mirada y que se articule con el ámbito público. En Mendoza se promulgó la primera ordenanza de compra pública sostenible. Estamos trabajando mucho con el sector público en promover la articulación de las empresas de triple impacto y el ámbito público.
Por otro lado, la Academia B es un programa con universidades. Si queremos cambiar la economía hay que hacerlo desde temprana edad. La Universidad de Cuyo es la primera en Latinoamérica en tener una cátedra de triple impacto, y trabaja en articulación con la Academia B.
—¿Qué responsabilidad tienen los líderes para crear un mundo más sostenible y equitativo para todos?
Lo veo como una obligación. Tengo muchos debates con mis dos hijos, uno que tiene 21 años me pregunta “¿qué estás haciendo al respecto de esto?” Debemos preguntarnos qué podemos hacer ahora para minimizar el impacto negativo y cambiar el curso del daño que le estamos haciendo al planeta. Considero que en el sector privado, que es el que maneja el mundo, tenemos una obligación de mitigar y mejorar el estatus del planeta. Por ello, me gustan aquellas tres preguntas que relaté antes. Tenemos cosas que hacer todavía, pero estamos en ese camino.
—En lo personal, ¿cómo calza tu rol de líder para generar conciencia sobre cambio climático y compromiso personal con el planeta?
Siento que es algo que debo hacer, siento ese compromiso con nuestro planeta. Tengo un sueño, que desde nuestro movimiento, junto con el sector privado, podamos reducir la crisis climática. Y si podemos juntar todo el poder del sector privado para cambiar nuestras acciones, quizás por fin podamos hacer algo para modificar el rumbo actual del planeta. Si puedo hacer algo para generar eso, me hace muy feliz.
—¿Cómo vieron la decisión de un empresario como Yvon Chouinard de regalar su empresa al planeta? ¿Cómo lo vivieron en B Lab?
Es un momento muy importante porque nadie esperaba eso. Nadie hablaba de esa idea, está tan lejos de la realidad de las empresas ahora. Es un desafío y creo que su acción abrió la mente de todos, para pensar en cosas más audaces y que haya impactos mayores y positivos. Yvon salió del camino y mostró algo que nadie sabía que existía. Salió de los carriles de la nueva economía. A estas empresas las llamamos “faro”, siempre desafiándonos a ver qué más podemos hacer. Si más empresas hicieran este tipo de acciones, podríamos solucionar los problemas.
—¿Se sumaron empresas a seguir el modelo de Patagonia?
Se abrió un espacio y se abrió la mente hacia el debate. con su ejemplo, está impulsando a que sigan sus pasos. Lo que está pasando en la Argentina es algo que voy a llevar como ejemplo a otros países y regiones porque acá hay mucha innovación y los argentinos tienen una manera muy dinámica de pensar. Es mi papel, difundir las experiencias positivas en el mundo.