Al sur de la India, Sri Lanka reúne en pocos kilómetros construcciones budistas milenarias, playas increíbles, parques nacionales para acercarse a la vida salvaje y el famoso té de Ceilán, considerado el mejor del mundo
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Pocos saben que Sri Lanka es la antigua Ceilán, nombre que tuvo mientras fue colonia británica. En esta isla pequeña con forma de lágrima, al sur de la India, de tan solo 65.000 kilómetros cuadrados, –más chica que la provincia de Formosa–, veintidós millones de personas, mayoritariamente budistas, conviven con cinco mil elefantes.
La primera curiosidad que sorprenderá al viajero es que no podrá alquilar un auto, no sin un chofer. Es una de las tantas costumbres de la herencia británica. Aún los locales alquilan un auto con chofer para cualquier distancia mayor a los 20 kilómetros. Y por eso la mayoría de los hoteles tiene habitaciones para ellos. La ventaja es que estos choferes ofician también de guías de turismo y saben qué hacer si uno o varios elefantes obstaculizan el camino. Suelen llevar fruta en el auto, en especial sandía, y en caso de que un elefante se empaque, se bajan del auto y colocan la fruta a unos metros para hacer que se corra.
Para entender la isla, lo mejor es comenzar por el Triángulo Cultural, en el norte, una región entre la antigua capital de Anuradhapura, Polonnaruwa y Kandy, porque allí está el conjunto de tesoros arqueológicos con más de 2000 años de historia que relatan la llegada del budismo al país. La isla alberga ocho sitios declarados Patrimonio de la Humanidad, uno más que Egipto, pero en una quinceava parte de territorio.
La ciudad sagrada de Anuradhapura se puede recorrer a pie y en bicicleta entre senderos cerrados por vegetación tropical donde hay ruinas, templos y estupas que datan del siglo IV a. C., cuando el budismo llegó a la isla. Luego mantendría su hegemonía por 14 siglos.
Las estupas son un tipo de arquitectura budista hecha para contener reliquias. La estupa de Thuparama, blanca, es del siglo III a. C., la primera en ser construida y la de Jetavanaramaya, de 71 metros de alto, hecha de casi 94 millones de ladrillos, es una de las más grandes del mundo. Diez mil monjes solían reunirse en su entorno. En la base se ve la piedra pulida donde se sentaban a meditar. Muy cerca están las antiguas piscinas de Kuttam Pokuna, del siglo V d. C., ideal para hacer un pícnic antes de seguir.
En esta región se encuentra también el árbol plantado más antiguo del mundo con un registro escrito. Se trata de una higuera de diciembre de 236 a. C., que nació de un esqueje de otra higuera donde Siddartha Gautama, –Buda– alcanzó el nirvana en la India. Está dentro del complejo arqueológico y religioso Parque Real Maha Megha Vana.
La segunda sorpresa que enfrentará el viajero son los estruendos nocturnos, golpes con dos maderas que pegan los vigías que pasan la noche en los mangrullos. Ocurre que a los elefantes les encanta incursionar en las plantaciones de arroz. Estos animales sagrados –quien dañe uno afrontará cadena perpetua– solo le temen a una cosa: el ruido. Donde haya plantaciones de arroz, habrá mangrullos para ahuyentar a los trompudos.
Unos pocos kilómetros al sur se llega a Sigiriya, un macizo rocoso imponente que se eleva en medio de la selva. Atrae multitudes y es una de las visitas imperdibles. Declarado Patrimonio de la Humanidad en 1982, en su cima están las ruinas de un antiguo complejo palaciego construido durante el reino de Kasyapa en el siglo V. Dos tremendas garras de león custodiaban las escaleras originales talladas en la piedra, reemplazadas por otras de hierro adosadas a la roca. Kasyapa mandó a construir su palacio allí, temeroso de que su hermano lo mandara matar. En el ascenso a la cima, aún pueden verse los frescos de mujeres con el torso desnudo ofreciendo frutas.
Entre los visitantes del Sigiriya se ven muchos monjes con sus cabezas calvas y túnicas naranja que logran abstraerse de todo y meditar bajo una higuera. Además de las ruinas del palacio y sus piscinas, quita el aliento la vista de la selva cerrada.
No muy lejos está el Templo de la Cueva de Dambulla, también Patrimonio de la Humanidad, que guarda 154 estatuas de Buda y reyes, además de frescos pintados en el interior de 50 cuevas. Fueron el refugio del rey que se replegó de la invasión india en el siglo I a. C. En agradecimiento levantó el templo, estatuas y estos frescos que están considerados de lo mejor del arte budista.
En honor a un diente
Cien kilómetros al sur llegamos a Kandy que concentra el mayor fervor budista ya que aquí está el Templo del Diente de Buda (Sri Dalada Maligawa), un conjunto de edificios rodeado por una muralla, también declarado Patrimonio de la Humanidad en 1988. Cuenta la leyenda que la princesa india Hemamala escondió en su melena un diente de Buda cuando huyó a Sri Lanka en 328 a. C. En la era británica el diente fue incautado por los ingleses y devuelto en una solemne ceremonia cuando se declaró la independencia en 1948. Desde entonces, se exhibe dos veces al día por tan solo 15 minutos, por la mañana y la tarde.
Como en todos los templos y sitios sagrados, hay que ingresar descalzo. El relicario está en el primer piso, pero en la planta baja, hombres con el torso desnudo, turbantes y pantalones babucha tocan tambores delante de las puertas de plata de la cámara, adornadas con enormes colmillos de elefantes. Quienes hayan visto la película Indiana Jones y el templo de la perdición, verán que el vestuario y el ambiente se parecen. No es casualidad, gran parte de la película se filmó en Kandy.
Monjes y fieles se dirigen al primer piso cargando flores de lirio, puñados de arroz y otras ofrendas. Allí, detrás de una reja dorada, puede verse el relicario de oro en una mesa de plata donde está el diente de Buda.
Una vez al año y durante los 10 días del Esala Perahera, el diente sale del templo y va de procesión nocturna por Kandy. La reliquia viaja en un palanquín sobre el lomo del elefante más grande de la isla, con sus colmillos enfundados en dorado, el cuerpo cubierto con telas fastuosas y las orejas y trompa iluminadas por decenas de focos. Le siguen más elefantes vestidos y kapurales (custodios del templo) que avanzan lanzando fuego al compás de los cantos y tambores. Este año el festival comenzará el 10 de agosto.
Camino a las colinas Nuwara Eliya, en el centro de la isla, hay algunas fábricas de joyas. Sri Lanka guarda en sus entrañas zafiros –originarios de la isla– rubíes, turmalinas, topacios, amatistas y piedras de luna arcoíris.
Entre colinas y plantaciones
En contraste con la calurosa y húmeda Kandy, las colinas de 2500 metros de Nuwara Eliya son brumosas y frescas. Esta región enamoró a los ingleses que decidieron plantar té: 2000 hectáreas de la variedad Ceilán. Antiguas fábricas de los años 30 fueron reconvertidas en hoteles y los huéspedes cosechan té vestidos a la usanza india –sari para las mujeres, sarong (especie de pareo hasta el piso) para los hombres–, con canastas en la espalda sujetadas por una correa sobre la frente. Después del intento de cosechar, verán el proceso de secado, las diferencias de calidad que degustarán en el hotel.
Vale la pena ir en tren desde Nuwara Eliya hasta Ella y ver en el camino las colinas de bosques y plantaciones de té, a veces cubiertos de niebla y arcoíris. Y después seguir en auto hasta las playas del sur, y si coincidiera con la luna llena, mejor. En Sri Lanka no es un mero accidente astronómico, sino la fiesta de Vesak Poya en la que la gente decora la puerta de su casa con linternas de papel, grandes flores de loto –la preferida por Buda– y ofrece comida y bebida a los visitantes. Todos van de casa en casa probando y ofreciendo bocados.
Antes de llegar a la playa, el Parque Nacional de Yala es el lugar para espiar búfalos, leopardos, decenas de aves tropicales y más elefantes. Galle es una encantadora villa de pescadores con un antiguo fuerte y faro construido por los portugueses en 1400, con restaurantes, heladerías y tiendas para comprar artesanías. Supo ser un puerto clave en el comercio de especias, en particular de canela, originaria de Sri Lanka. Las playas más lindas están en Mirissa, a cinco minutos de Galle. En el trayecto es posible ver a los pescadores con su particular técnica de pesca: clavan una vara larga en el mar con un asiento en lo alto y se sientan con sus turbantes y cañas. A veces son una veintena creando una imagen tan extraña como inolvidable.
De regreso a Colombo por la única autopista del país, los paredones que la protegían de los elefantes, presentan aquí y allá derrumbes y agujeros producto de sus embates a cabezazos.
La última parada antes de entrar a la capital, es en un jardín de especias y hierbas que explica una vez más la relación respetuosa de los srilankeses con su entorno. El tour termina en una tienda de productos medicinales y cosméticos y en el restaurante donde sirven el plato nacional –y casi único– arroz blanco con una variada combinación de platitos de carnes y vegetales al curry.
Ya en la capital, el chofer cambió la combi por el tuk tuk, para ir de compras. En Sri Lanka todos saben coser por eso los negocios de tela se suceden al infinito sobre la avenida principal: estantes con algodones, linos, sedas naturales, tafetas, chantunes puros de todos los colores a precios regalados.
Sin las distancias y sobrepoblación de la India y con playas que nada tienen que envidiarle a las Maldivas –que están a media hora de vuelo–, Sri Lanka se perfila como el próximo gran destino entre los exóticos.
Datos útiles
Paseos y atracciones
Gamini Gems. Pequeño museo, orfebres trabajando, venta de joyas y piedras preciosas. Hudson Road 312, Waratenne, Halloluwa.
Festival del Diente de Buda (Esala Perehara) Entre el 10 y el 20 de agosto en Kandy
Franky Tours. Frank Dissanayake organiza viajes a medida en auto, combis o tuk tuk.
Gastronomía
Arroz con curry es el plato nacional y prácticamente el único. Un bol de arroz blanco que viene acompañado con innumerables platitos de pollo, pescado, calabaza y otros vegetales ensopados en una salsa de curry más o menos picante. Los locales comen con la mano izquierda formando hábilmente una bolita con el arroz y el acompañamiento, tarea casi imposible para un extranjero que termina invariablemente con comida en la ropa.
Visa
Se requiere visa para ingresar en Sri Lanka con pasaporte argentino. El trámite se puede realizar online. Demora 3 días hábiles y cuesta 143dólares. Permite estadas de hasta 30 días.