Por Carlos S. Abad
"El corazón alegre hermosea el rostro, más por el dolor del corazón el espíritu se abate." (Proverbio del sabio Salomón)
Nuestra condición humana es tan rica y amplia que el más completo de los análisis clínicos y estudios diagnósticos de la última tecnología resultan insuficientes frente a la magnitud del dolor, lo insondable de las enfermedades y la problemática de la vida y de la muerte.
Así como somos beneficiarios de extraordinarios avances médico-asistenciales que la humanidad jamás imaginó, también padecemos de adversidades no sólo epidemiológicas, sino otras como el síndrome de fin del milenio . Hoy enfrentamos la pérdida de las certidumbres, la inestabilidad laboral y su consecuente desocupación, la violencia urbana y los accidentes en la vía pública. Todo esto coloca a hombres y mujeres en un estado de mayor temeridad, aislamiento e individualismo.
Como afirma el científico británico Denis Burkitt: "No todo lo que cuenta puede contarse", lo que dicho en un lenguaje más específico podría resumirse así: "No todo lo que cuenta son las cifras de los análisis".
La práctica médica no sólo debe apelar a la técnica, sino también a los sentimientos porque la mejor tecnología disponible sigue siendo la comunicación médico-paciente.
Fue el psiquiatra de la Universidad de Stanford, en los Estados Unidos, David Spiegel uno de los primeros en estudiar la influencia de las emociones en la supervivencia de los enfermos de cáncer. Y demostró que la sobrevida era mayor en aquellas mujeres con metástasis de cáncer de mama que recibían afecto de parte de un grupo de apoyo específico. Las mejoras fueron sustanciales con la medicina basada en la afectividad.
El fundamentalismo científicista ignoró todos los aspectos ligados a la medicina del sentir y del tocar, hasta que la contundencia de irrevocables resultados científicos demostraron que sin una buena afectividad no se completa un buen tratamiento de salud, porque en esencia somos seres de comunidad.
En síntesis: el amor y la intimidad deben ser considerados como una fuente de salud. Y el médico debe ser el vehículo que coadyuve a resolver esta ecuación. Pero para que esto se traduzca en la realidad se deberá empezar por modificar los contenidos formativos a partir de un giro cultural que valorice la "salud de los sentimientos", como lo testimonian los centros de salud conducidos por religiosos y los hospitales de comunidad, que han mantenido su vigencia.
Un pionero de esta doctrina es también el doctor Dean Ornish, fundador del Centro de Medicina Integradora de la Universidad de California, en San Francisco. Para este médico innovador, el amor y la intimidad se cuentan entre los factores que más influyen en la salud.
Ornish se concentra de una manera especial en el tiempo que los médicos le dedican a sus enfermos. "Si un médico tiene que atender a un nuevo paciente cada ocho minutos -dice-, no le queda tiempo para hablar de los problemas que ese paciente vive en el hogar con el cónyuge o con el hijo que toma drogas o del stress que sufre en el trahajo. Sólo hay tiempo para auscultar el corazón y los pulmones escribir una receta y llamar al que sigue."
Entre otras cosas, Ornish prescribe :
-Aprender a comunicarse de maneras que intensifiquen la intimidad con los seres queridos o crear una comunidad sana de amigos y familiares.
-Desarrollar más compasión y empatía por sí mismos y los demás.
Como se ve, sus acertados consejos parecen haberse inspirado en la antigua verdad que dice: "El corazón alegre constituye buen remedio, mas el espíritu triste seca los huesos".
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