Los cambios vinculares en los jóvenes +25 en relación al encierro pandémico, incrementaron la reclusión y la dificultad social frente a la presencialidad; las recomendaciones de los especialistas para mejorar su calidad de vida
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El efecto cueva hace alusión a las personas que eligen recluirse para evitar vivir posibles experiencias sociales desagradables. Esto se activa ante la exposición real o mental a todo lo que suponga salir del contexto conocido, optando por la reclusión como forma de vida deseada ante la percepción de seguridad que conlleva. Muchas personas afirman el deseo de no retomar una rutina laboral presencial, y reestructuran su día a día, para minimizar sus salidas al exterior.
“Yo estaba acostumbrada a trabajar en la oficina y en casa, pero la cuarentena hizo que me aisle muchísimo. Noté que mis niveles de motivación están súper fluctuantes, me cuesta mucho trabajar y hacer cosas que antes hacía fácilmente, como salir a comprar al supermercado. En 2021, después de pensarlo mucho y considerar todo lo que implicaba, adopté un perro y me ayudó más de lo que creía”, afirma Lucila de 33 años, quien trabaja como productora y redactora.
Lautaro, geógrafo de 27 años, comenta que si bien tenía salidas diarias durante la cuarentena, porque su trabajo era esencial, el encierro le afectó en su percepción de productividad: “Me quedó la sensación de que tengo que aprovechar más el tiempo, tanto laboral como social. Siento que si no estoy haciendo algo, estoy perdiendo el tiempo y me da mucha culpa.”
Las situaciones amenazantes como las que se vivieron en la pandemia y la incertidumbre del confinamiento, generan cambios neurobiológicos en el sistema nervioso central, que llevan a la aparición de síntomas de ansiedad o depresión, que incrementaron en diagnósticos luego de la pandemia de Covid-19, según explica la médica psiquiatra Carolina Pérez Bessi. La franja etaria de 25 a 35 años confluye en las personas que comienzan a decidir por sí mismos, eligiendo el estilo de vida que quieren tener, sin tanta responsabilidad como una familia que sostener.
Existe un grupo de personas que el encierro les generó sosiego y tranquilidad, dado que ya presentaban características fóbicas, y el aislamiento era lo esperado. “Las personas que presentaban síntomas ansiosos o depresivos, con tendencia al aislamiento, encontraron sosiego con el encierro. Con la exigencia de salir nuevamente, aparecen dificultades y nuevas formas de evitar lidiar con un otro”, explica Daniel Abadi, Médico Psiquiatra y director del área contra estigma a las personas de Proyecto SUMA. “Por otro lado, están aquellas personas que el encierro les permitió conectar con lo que quieren y lo que no, y detectar recursos para su bienestar. La pandemia trajo que se hable mucho más el tema de salud mental, y esto favorece que más personas asuman sus temas y puedan solicitar ayuda y traspasar miedos, y consultar”, agrega Abadi.
No existe una fórmula universal que garantice mejorar los síntomas del efecto cueva, pero tanto Abadi como Pérez Bessi, comentan que realizar actividades recreativas y deportivas ayudan a reconectar socialmente. En muchos casos, el inicio de un curso académico o bien la decisión responsable de adopción de un animal de compañía (por ejemplo, gatos o perros), colabora a reconectar y mejorar la salida del encierro.
“En nuestra escuela Filosofía Animal observamos la tendencia incremental entre los jóvenes de 25 a 35 años, al decidir adoptar por primera vez y ocuparse por ellos mismos de un perro o gato. Nosotros como humanos, podemos ejercer un rol de cuidado, nutrición, protección parental, que depende de nosotros y nos da un sentido de pertenencia” comenta Juan Manuel Liquindoli, director de Filosofía Animal. Y asegura que hay diversos estudios que dan evidencia positiva en cuanto a la convivencia con un animal de compañía, tanto físicamente, como emocional: mayor valoración de uno mismo, menores sentimientos de soledad, mayor nivel de bienestar, mayor capacidad para afrontar situaciones de estrés con un perro al lado. “Es importante resaltar, que los perros no son la solución a nuestros problemas ni son nuestros psicólogos. Si tomamos la decisión de adoptar un perro, conlleva una gran responsabilidad, tiempo, recursos materiales y económicos”, amplía.
La búsqueda de bienestar es un proceso personal que se desarrolla día a día, y gracias a diversas herramientas se puede construir frente a las realidades de cada persona. Las consultas a profesionales de la salud, permiten encontrar respuestas a las situaciones personales y descubrir soluciones acordes a cada escenario a mejorar.