La vida de la deportista norteamericana conjuga resiliencia y superación: pudo sanar el trauma que le provocó el abuso sexual y luego de cuatro intentos fallidos unió Cuba con Florida a fuerza de brazadas
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Nadar para superar un trauma. Nadar para mantener la salud emocional a flote. Y para entrenar la resiliencia brazada a brazada. La vida de Diana Nyad es una historia de superación personal que pone en blanco sobre negro el sufrimiento de una nena que quería cumplir un sueño, el trauma de una adolescente abusada por su preparador físico. Y la convicción de una mujer de 64 años que, después de cinco intentos fallidos, logró un récord mundial.
La atleta, ahora retirada, Diana Nyad enfrentó prejuicios de todo tipo, por su edad sobre todo, para demostrar que nunca es tarde para encarar el mayor desafío de su vida: convertirse en la primera persona en nadar desde Cuba a Florida en aguas abiertas, sin ningún tipo de protección más que su propio deseo.
Los 177 kilómetros que separan el puerto de La Habana de Key West representaron para Nyad mucho más que los peligros, los tiburones, las tormentas y el agotamiento físico. A la periodista, conferencista y autora del libro Find a Way (Encontrar una manera) esas 53 horas de brazadas continuas y agotamiento extremo simbolizaron un compromiso con sus propias convicciones.
Diana Nyad –”la ninfa del agua”, en la mitología griega– repasa en sus memorias la hazaña que la llevó a batir récord mundial en 2013. Una travesía que la mantuvo a salvo de sus propios fantasmas junto a un equipo fiel que se lanzó a la aventura una y otra vez, hasta cumplir la meta. Contra viento y marea, frente a un mar atestado de medusas letales y otros animales marinos, Nyad se sumergió en su propio océano emocional.
Mientras contaba sus brazadas, una por una, y cantaba mil veces la misma canción, el agua salada curaba ciertas heridas, pero no pudo impedir que cada tanto volvieran las imágenes de su peor pesadilla, la del abuso sexual que sufrió a los 14 años por Jack Nelson, su entrenador a quien idolatraba y luego pasó a odiar profundamente.
Años de humillación
En una carta publicada en 2017 en el diario The New York Times, donde también trabajaba como periodista, denunció las agresiones: “A los 21 pude poner en palabras por primera vez los detalles de aquellos años de humillación. La sensación de poder que sentí al hacerlo fue inmediata. Para mí, estar silenciada era un castigo equivalente al acoso. Las demandas legales demostraron ser una y otra vez fútiles, pero al menos podía recuperar mi dignidad cada vez que contaba la verdad. Hace casi cinco décadas ya que vengo gritándola y eso ha sido crucial para mi propia salud. También le ha dado fuerza a otros para contarla. Y seguiré contando mi historia hasta que todas las niñas y las mujeres hayan encontrado su propia voz”, escribió.
"A los 21 pude poner el palabras por primera vez los detalles de aquellos años de humillación. La sensación de poder que sentí al hacerlo fue inmediata. Para mí, estar silenciada era un castigo equivalente al acoso"
Diana Nyad
En la película inspirada en su historia, Nyad (disponible en Netflix), Annette Bening, nominada al Oscar a la mejor actriz, se calza el traje de baño, la gorra y las antiparras para ponerse en la piel de la nadadora. Y Jodie Foster asume el rol de la entrenadora, amiga y compañera de la travesía, Bonnie Stoll, como en la vida real.
Este GPS de las rutas marítimas también persigue el oleaje de los vínculos que se fueron tejiendo a lo largo de los cinco intentos, las mil y un frustraciones, las horas y horas de navegación del fracaso al éxito. Basada en el libro autobiográfico, el filme dirigido por Jimmy Chin y Elizabeth Chai Vasarhelyi repasa en 121 minutos la proeza de esta mujer que cuando cumplió 60 años decidió resolver en el mar su asignatura pendiente.
El Everest del nado
Diana Nyad, icónica nadadora de aguas abiertas, ya cargaba en su espalda atlética varias hazañas previas: en los 70 unió a nado la isla de Sicilia con el continente italiano. Unos años más tarde le dio la vuelta a Manhattan en ocho horas. Y en 1978 braceó su primer intento en unir Cuba y Estados Unidos.
“Alcanzar esa cima era una montaña completamente diferente de escalar. Es el Everest del nado en aguas abiertas”, escribió. Tenía 28 años y una ilusión marcada con lápiz en las cartas náuticas. Una esperanza que respondía mucho más que a la proeza deportiva. Diana pretendió demostrar, y lo logró, que el esfuerzo colectivo resulta mucho más exitoso que el individual. Junto a ella también pusieron el cuerpo el capitán del barco, la responsable de manejar el timón, la especialista en alergias y picaduras peligrosas, la entrenadora fiel y los asistentes que la siguieron desde botes y kayaks espantando tiburones con barras eléctricas.
"“Me gustaría decir tres cosas. Una: nunca, nunca te rindas. Dos: nunca eres demasiado mayor para perseguir tus sueños. Y tres: parece un deporte solitario, pero es necesario un equipo”"
Diana Nyad
“Dime, ¿qué es lo que planeas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?”. La frase del poema El día de verano, de Mary Oliver, fue el mantra que compartieron Diana y Bonnie. La atleta tenaz y la entrenadora incondicional que acompañó la misma obsesión por llegar a la meta. Una dupla basada en la amistad, la confianza y el compañerismo. Épica, su historia no solo refleja los intentos por cumplir el objetivo, sino que funciona como otro mantra, el de la autosuperación. “Me gustaría decir tres cosas. Una: nunca, nunca te rindas. Dos: nunca eres demasiado mayor para perseguir tus sueños. Y tres: parece un deporte solitario, pero es necesario un equipo”. Con estas máximas y a los 64 años, en 2013 Nyad cerró una etapa de desafíos y anhelos profundos. Y demostró que no importa la edad si hay convicciones.
“Que nunca nadie nos vuelva a silenciar”
El mayor logro de su vida acompañó desde las páginas del libro a Hillary Clinton durante la campaña electoral. “Cuando enfrentás grandes desafíos en tu vida, puedes pensar en Diana Nyad siendo atacada por la letal picadura de las medusas de caja (también conocidas como avispas de mar). Y casi cualquier otra cosa parece posible en comparación”, señaló Clinton.
Es que el hito funciona como metáfora del “no rendirse nunca”, uno de los emblemas del sueño americano, que se refleja en un gran abanico de personajes heroicos que lo dan todo por cumplir sus deseos. Entre los intentos fallidos hubo uno que le sirvió a Diana para elevar la categoría de la narrativa épica a otro nivel: cuando nadó encerrada en una jaula metálica que la protegía de tiburones y medusas. Al desestimar ese resguardo y optar por la confianza en las herramientas desplegadas por su equipo, Nyad ratificó en los siguientes intentos la fuerza de su propio relato. Esa voluntad de hierro fue, de alguna manera, la que le permitió sobreponerse a los años de abuso físico y sexual.
Lo cuenta en sus memorias: “Durante el resto de la escuela secundaria me convertí en una chica solitaria, algo totalmente ajeno a mi naturaleza. Dejé de ostentar el título no oficial de la más disciplinada del equipo, la que llegaba a entrenar antes del amanecer: no podía correr el riesgo de topármelo estando sola. Habían herido de muerte mi mundo juvenil y me sentía completamente sola con mi confusión y mi miedo. Y ahí, en el fondo de ese abismo de agua negra, grité: Esto no va a arruinar mi vida”.
En otro pasaje de su libro, con tono inspirador, Diana convoca a niñas, adolescentes y mujeres de distintas generaciones a levantar la voz “cuando el hecho ocurre, para que no se dejen coaccionar durante años de muda indefensión. Cuenten su historia. Que nunca nadie nos vuelva a silenciar”, pide la mujer que supo lo que es estar en el fondo del mar, la que se enfrentó a sus propios monstruos y los venció, a fuerza de determinación, resistencia y resiliencia. Pudo nadar de noche, y a pesar de todo, y de todos, convertirse en leyenda. Llegó hasta la otra orilla tal cual lo había soñado.
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