La historia de la emprendedora Gabriela Álvarez que pasó de vivir en un departamento de dos ambientes en Villa Devoto a disfrutar todas las mañanas de un cielo infinito rodeado de cerros; qué la motiva
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Cambiar radicalmente de vida. Dejar atrás el estrés y la contaminación de la ciudad y estar en pleno contacto con la naturaleza. La pandemia impulsó a muchísimos argentinos a concretar el anhelo de vivir en un lugar más tranquilo y verde: el trabajo remoto y las clases virtuales lo permitían sin problemas.
Pero una vez levantadas todas las restricciones impuestas por el Covid-19 las aguas se dividieron: muchos no cambian la nueva rutina por nada del mundo pero otros empiezan a replantearse el rumbo. ¿Los motivos? Movilizarse al trabajo y a la escuela se transforma en un caos; el tránsito es muy intenso y se pierden muchas horas al día; los amigos quedaron lejos; se extraña a la familia o no se logró la adaptación al nuevo estilo de vida.
¿Sirvió el aislamiento para repensar la manera de vivir? ¿O una vez pasada la crisis inicial todos volvieron a sus rutinas y los sueños de cambio quedaron guardados en el cajón?
“La pandemia hizo valorar más todo lo que tiene que ver con el verde, la naturaleza, el respirar aire puro. Ello es así porque las personas que vivían en un departamento de pronto se vieron encerradas. Esta situación fue un disparador para buscar una vida cotidiana más relajada y tranquila, dentro de un contexto de menor presión social”, explica Ricardo Corral, psiquiatra y Presidente de la Asociación Argentina de Psiquiatras.
La Lic. M. Fernanda Montaña, psicóloga y Coordinadora del Área psicosocial de LALCEC coincide: “A veces las situaciones que generan necesidad de readaptación nos llevan a descubrir nuevos espacios y posiblemente es lo que ha ocurrido en la pandemia y lo que llevó a muchas personas a buscar nuevos sitios o estilos de vida”.
Un viaje transformador
Entre los que decidieron dar un giro de 360 grados a sus vidas y están felices con el cambio, figuran las emprendedoras Gaby y Maca, al frente desde hace un poco más de un año de Cafecito Aldea, en Tilcara, Jujuy.
Gabriela Álvarez, tiene 36 años, es Licenciada en Relaciones Públicas e Institucionales y mientras cursaba sus estudios manejaba la Comunicación de bandas de música en una época en la que Instagram no existía. En ese entonces trabajaba de lunes a viernes de 9 a 18 horas, cursaba de 18 a 23 y los fines de semana cubría eventos. Una vez recibida, decidió poner fin a la etapa de trabajadora en relación de dependencia y empezar como emprendedora: con una amiga-socia le dio vida a una agencia de comunicación disruptiva. “Nos metimos de lleno en la comunicación de la música trabajando en festivales. Para nuestro tercer año de vida dábamos cursos de Instagram para emprendedores; de pautas digitales y de creación de contenido, mientras manejábamos algunas de las cuentas que más felices nos hacían”, cuenta Gaby.
“Pero un año antes de la pandemia, en 2019, mi socia decide irse a vivir a Tandil con su pareja; y yo, muy cansada ya de trabajar desde mi casa -viendo apenas un pedacito de cielo en la única ventana que tenía el living de ese departamento de dos ambientes en Devoto- y antes de la depresión total de empezar a encerrarme cada vez más, planifiqué un viaje al Norte con mi computadora, sin saber que iba a ser el principio de una nueva vida”, detalla.
Todavía no sabía que se iba a cruzar con Macarena Guzmán (30) quien nació en San Miguel, Provincia de Buenos Aires, está cursando las últimas materias de psicología y es pastelera y panadera de oficio.
La magia norteña
“Llegué a Tilcara en enero de 2020 con ganas de escapar un poco de la vorágine de la ciudad, estaba de vacaciones. Me di cuenta que Tilcara era un lugar hermoso y sanador y decidí quedarme un tiempo más. Volví a Buenos Aires los últimos días de febrero del 2020 para renunciar a mi trabajo y dejar la facultad. Estaba de vuelta en Tilcara el 1 de marzo de ese año y el 20 del mismo mes se cerró el país entero. ¿Era mi destino? Puede ser”, cuenta Maca.
Y agrega: “Yo siempre digo que la naturaleza puede hacerse sentir y brillar más sin tanta contaminación y la quebrada es un lugar mágico, especial, donde se vive con más intensidad todo. No tengo una explicación científica, pero puedo dar fe de eso en mi experiencia viviendo acá: ‘Ojo con lo que piden entre estos cerros que se cumple´ y eso es verdad”,
Cruce de caminos
Al momento de decretarse el aislamiento obligatorio Gaby hacía unos meses que estaba de viaje en la Quebrada. Siempre con computadora en mano, trabajaba de manera activa de 9 a 13 y después tenía tiempo y ganas de recorrer, conocer y turistear. “Venía bien, me seguían pagando y con eso me costeaba el viaje. Desayunaba en lugares con Wi-Fi mientras trabajaba y cuando cerraba la computadora me esperaba un universo de cerros, sol y colores que hasta hoy no han dejado de sorprenderme. En el exacto momento en que el Presidente declara estado de sitio y la imposibilidad de movernos aquel 20 de marzo, yo estaba compartiendo una comida con un grupo de 12 viajeros”, recuerda.
Maca por su parte cuidaba un hospedaje en donde había voluntariado en su viaje anterior, el CApEC (Centro Andino para la Educación y la Cultura). “El lugar es de una familia que quiero mucho y se preocupó y ocupó de mi como si fuese mi propia familia. Fuimos varios los viajeros que quedamos varados en Tilcara y cuando hubo posibilidad muchos se fueron y otros tuvimos el privilegio de, a pesar de estar viviendo una pandemia mundial, elegir estar acá entre cerros y aire puro”.
Gaby y Maca se conocieron de casualidad como pasan las mejores cosas en esta vida. Aunque en marzo del 2020 no había ningún caso de Covid-19, Tilcara cerró sus puertas y todos los habitantes de la ciudad quedaron confinados.
“No teníamos nada para hacer, nos sobraba el tiempo y no entendíamos qué estaba pasando. Pasamos la pandemia jugando, y rogando que nadie de nuestro entorno la pase mal. Nos empezamos a juntar con un grupo de amigas que habíamos llegado casi al mismo tiempo a la Quebrada, nos llamaban “las hijas de la pandemia”. Éramos las nuevas, no teníamos familia, todas estábamos solas, entonces hicimos lo que veníamos practicando hacía un tiempo: juntarnos entre mujeres y confiar”, cuenta Maca.
Y Gaby agrega: “Estábamos en un pueblo turístico sin turistas. Nos juntábamos a comer, a organizar la economía en grupo; aprendimos lo que es vivir en comunidad. Coincidimos en charlas largas de admiración con respecto al lugar donde teníamos el privilegio de vivir y empezamos a conocernos”.
Para pasar el tiempo y aprender un hobbie que le gustaba desde chica, Maca decidió hacer un curso de pastelería por internet y una vez que se pudo retomar algo de actividad alquiló con otra amiga -que tenía más conocimiento en el rubro- un local en la calle principal de Tilcara. Allí abrieron Norte Café que fue un éxito rotundo pero al año tuvo que cerrar por diferencias con los dueños a la hora de renovar el contrato de alquiler.
Gaby, por su parte, seguía trabajando con su computadora a cuestas y a la tarde trabajaba como moza en el local porque sentía la necesidad de involucrarse con la comunidad y de gestionar su parte más sociable.
Proyecto en común
Al cerrar Norte Café, Julieta y Nicolás, dueños de Cabañas Malka, y quienes conocían las delicias que cocinaba Maca, la invitaron a preparar los desayunos de su hospedaje. De esta manera, el 14 de agosto de 2021 nació “Cafecito Aldea” a cargo de Gaby y Maca y dedicado a atender a los huéspedes y a cualquier turista que se animara a llegar a este café medio secreto, escondido entre los cerros de Tilcara.
“No creo que ningún cambio haya sido tan radical de manera individual. Yo siempre digo que la pandemia me cambió la vida, porque me obligó a quedarme acá, porque quizás hubiera terminado mi viaje de búsqueda interior en marzo de 2020 y hubiera vuelto a vivir a mi departamento de dos ambientes y nada de cielo”, asegura Gaby.
Y Maca completa: “Seguimos en movimiento para poder cambiarlo. Dejar la ciudad, no es para todo el mundo, sin embargo, sí lo fue para nosotras. No solo cambió nuestra profesión sino que cambiamos nosotras: caminamos lento. Disfrutamos del sol. Renunciamos al consumo indiscriminado de cosas, para no acumular compulsivamente; volvimos a tener tiempo libre para disfrutar del río y cambió incluso nuestra forma de alimentarnos”.
“Si a cualquiera de nosotras hace un par de años, nos contaban cómo iba a ser nuestro futuro, ninguna lo hubiera creído. Simplemente no encajaba con los propósitos y objetivos que teníamos en la gran ciudad. Un año después de madrugar cada día, salir de noche en invierno, cocinar pan y medialunas, tortas y alfajores, cargar frutas y cereales desde el mercado hasta el café, no podemos entender si nos cruzamos de casualidad o si todo esto estaba escrito en algún lado”, coinciden.
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