En el sur de esta región, a un paso de la costa venezolana, se destaca por sus construcciones coloniales de vivos colores, las playas de arena fina y aguas transparentes ideales para los fanáticos de la diversidad marina
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Cuando los españoles llegaron a Curazao en 1499, bautizaron a la isla Tierra de Gigantes, asombrados por la altura de sus habitantes, los caquetíos. Seis siglos después, la impresión sigue siendo la misma. Algo de aquellos genes originarios se cruzaron con los colonos holandeses que llegaron en 1621 –la altura promedio de los hombres holandeses es de 1,84– y el resultado es una población que utiliza calzado talle 50.
En 2009 la isla votó por ser una nación autónoma, con su propio primer ministro, aunque sigue siendo parte del Reino de los Países Bajos cuyo jefe de estado es el rey Guillermo. Así, los curazoleños votan sus autoridades, pero cuentan con pasaporte –y recursos– europeos.
A los caquetíos, españoles y holandeses se sumaron judíos sefardíes provenientes del norte de Brasil y los negros con el triste comercio de esclavos. Esta mixtura de pueblos quedó sintetizado en el papiamento, idioma oficial en el que se adivinan palabras en portugués y en castellano. El holandés e inglés también son lenguas oficiales y la mayoría también habla español, lo que es una ventaja.
La capital de la isla, de tan solo 64 kilómetros de largo y 16 en su parte más angosta, es Willemstad, declarada Patrimonio de la Humanidad en 1997. Construcciones coloniales se mezclan con restaurantes, bares, casinos y negocios de diseñadores, creando una atmósfera entre europea y caribeña.
El canal de St. Anne, divide la ciudad en dos: Punda y Otrobanda, unidas por el puente peatonal Reina Emma. Del lado de Punda, corazones gigantes hechos de candados que enganchan los enamorados marcan el comienzo del puente, son los Punda Love Heart. Y allí, sobre la calle Handelskade, se destacan los edificios holandeses de los siglos XVII y XVIII, pintados al estilo caribeño, que son la postal de la isla. Muy cerca está el centro comercial que termina en el Fuerte Ámsterdam, de 1648. Punda es el epicentro de la isla y la zona de compras donde es posible encontrar desde porcelana inglesa a ropa batik de Indonesia. Aquí también está una de las sinagogas más antiguas de América, de 1732, el templo Mikvé Israel-Emanuel.
Otrobanda fue en otro tiempo un barrio marginal pero hoy está totalmente restaurado y pueden verse los mejores ejemplos de la arquitectura colonial holandesa de todo el Caribe.
Una buena manera de recorrerlo es en moto eléctrica donde saltará a la vista la pasión de sus pobladores por los colores, los murales y la música –tumba es el ritmo local, originario de África y con influencias del merengue y el jazz latino–. Una de estas casas íntegramente pintadas es el taller del artista Francis Sling, abierto al público.
Bordeando el canal está el mercado de frutas y verduras frescas atendidos en su mayoría por venezolanos que llegan diariamente en barco desde Venezuela –en días muy claros se ve el país vecino desde la costa que está a 50 kilómetros–. El puente Reina Emma que comunica ambos barrios está enmarcado por arcos de neón de distintos colores que se encienden al caer la noche.
Aquí y allá aparece repetida una enorme escultura de una mujer negra, sentada, con las manos detrás de la nuca como si estuviese en la playa, con coloridos trajes de baño, siempre diferentes. También las venden en tamaño escritorio en los negocios de souvenirs.
Se trata de las “chichis” que en papiamento significa “hermana mayor”. Esta escultura es la creación de la artista plástica alemana Serena Israel que llegó a Curazao en 2001 y adoptó la isla como su lugar. Esculpió entonces esta obra que sintetiza la cultura de la isla: una voluptuosa y sensual mujer negra y la llamó “chichi”. Registró el diseño y el nombre como marca en 2008 y abrió la Serena’s Art Factory. Hoy, más de cien mujeres de la isla se ganan la vida pintando chichis que se ha convertido en el souvenir más vendido.
De españoles y naranjas
Si bien hay restaurantes de todo tipo y presupuesto, quienes persigan los sabores auténticos deberían darse una vuelta por Marshe Bieu (Mercado Viejo), un antiguo mercado en pleno centro con bancos comunitarios donde las porciones son generosas y los precios más que accesibles. Entre los platos típicos están el kabritu stobá (estofado de cabra), yuana (iguana, generalmente estofada) y keshi yená (queso relleno de carne).
Cuando los españoles llegaron, se decepcionaron por no encontrar oro ni plata. El clima cálido les hizo pensar que podían cultivar naranjas como las de Andalucía y las plantaron. Pero aquí no se dieron igual, sino muy amargas. Amarga fue también su decepción y decidieron entonces abandonar la isla. Pero las naranjas quedaron y hoy son parte de la identidad del país ya que con su corteza se elabora el famoso Blue Curaçao color azul mar.
Después de conocer su capital, Curazao invita a recorrer alguna de sus treinta y cinco playas que están ubicadas en la costa oeste. La zona es escarpada, con acantilados, ondulaciones del terreno con colinas áridas pobladas de cactus y arbustos propios del desierto. ¿Cómo se explica una vegetación propia de un desierto en pleno trópico? Curazao pertenece a las “islas de Sotavento”, de clima seco y llanuras áridas, porque están fuera de la influencia del viento alisio del noreste.
Esta costa tiene también sus atractivos y la mejor manera de conocerlos es a bordo de un buggy o de un vehículo 4x4 que pueden avanzar por colinas pedregosas para después hacer una parada, subir unos metros hasta lo más alto y tener una vista panorámica del mar y del parque eólico que genera el treinta por ciento de la energía que consume la isla. Sobre esta costa está el Parque Nacional Shete Boka, que consta de siete bocas en el acantilado de roca donde las olas rompen espectacularmente. Se puede acceder con auto y disfrutar de las vistas desde miradores.
En la costa oeste
Sobre la costa oeste se encuentran las playas, que se dividen en dos tipos: las privadas, que cuentan con todos los servicios y requieren un pago de tres dólares por persona para ingresar, y las públicas, que son gratuitas pero donde solo se alquilan sombrillas y reposeras por 15 dólares. Para estas últimas, se recomienda llevar el almuerzo.
Las más concurridas, con todo tipo de servicios y restaurantes, algunos de lujo, son la Jan Thiel Beach y Mambo Beach, que funcionan casi como un club. En Mambo hay un espigón artificial cerrando la bahía que genera un mar calmo como un estanque, ideal para ir con los más pequeños.
Kenepa Grandi, Cas Abao, Playa Jeremí y Porto Marí son en cambio públicas y agrestes. Kenepa es una herradura amplia, con macizos rocosos en ambos extremos, hábitat de cientos de peces y desde donde muchos se zambullen al agua. Cas Abao gana año a año como la mejor playa de Curazao.
Para mezclarse con los locales, hay que visitar Playa Piskadó, Santa Cruz, Director’s Bay y Daaibooi, una medialuna perfecta con un sector reservado para el jet ski. Y quienes quieran tener un contacto con las tortugas marinas, deberían ir a Kalki, a la que se accede bajando unas escaleras.
La arena es siempre fina y blanca y el agua cálida e increíblemente transparente. Se impone llevar máscara y snorkel –en muchas playas lo alquilan– y una funda impermeable para el celular.
Otra perspectiva de las playas la dan los paseos en barco. Hay uno que las recorre con paradas para el chapuzón; otro paseo parte al atardecer, navega una zona de elegantes mansiones llamada Spanish Waters y llega a mar abierto justo para ver la puesta de sol mientras se ofrecen tragos y snacks.
Y el paseo imperdible para hacer en catamarán, es la isla de Klein que está a una hora y media de navegación. Se trata de una porción de tierra deshabitada y protegida del turismo masivo. El gobierno no permite el desarrollo de hoteles y servicios para conservarla como lo que es, un auténtico santuario natural de una belleza que corta el aliento.
Unos pocos catamaranes anclan a metros de la orilla y habrá que nadar para llegar a la costa o esperar a ir en tandas en gomones. No hay más plan que caminar por la orilla, espiar la vida bajo el agua con snorkel que provee el barco, aunque a simple vista se ve todo porque el agua es de una transparencia pocas veces vista. Hay un pequeño espigón desde donde zambullirse. En el centro de la pequeña isla hay un faro abandonado al que se puede entrar, aunque no es muy seguro subir las escaleras. Muy cerca de allí, en la costa, hay un barco encallado.
Tanto sol y baño de mar abre el apetito. El catamarán se convierte en restaurante y sirve brochettes de varias carnes asadas, ensaladas y barra libre. Habrá que nadar para almorzar o esperar el gomón. Después de comer, quedarán unas últimas horas en el paraíso antes de volver a Curazao hamacados por el mar. La tripulación pasa con bandejas con tajadas de sandía helada y de pronto la frase que tanto repiten en la isla cobra sentido. “Biba dushi”, dicen que no es otra cosa que vivir la vida dulce.
Datos útiles
Cómo llegar: Curazao está a apenas 50 kilómetros del territorio continental venezolano. También muy cerca de Aruba y Bonaire, las otras islas del triángulo ABC. Se puede llegar con escalas en Bogotá y Panamá.
Ingreso: No es necesario sacar visa, pero sí completar un formulario digital. Es gratuito y se realiza en el link https://dicardcuracao.com/.
Cuándo ir: Todo el año es buena época ya que están fuera del área de huracanes. Tienen una temperatura promedio de 28 grados, con 300 días de sol al año y agradables vientos que mantienen un clima ideal. Carnaval es la temporada más alta.
Festividades:
- Carnaval. Es el más importante del Caribe con un desfile de carrozas temáticas, y varios eventos paralelos donde todos pueden participar. Hay un desfile de adolescentes, otro de niños, y el último día se incendia el Rey Momo.
- North Sea Jazz Festival. Es un importante festival de jazz, sobre todo latino, que dura tres días y suele organizarse en agosto.