El acompañamiento, el triunfo y la derrota; todo lo que juega en la mente de un atleta al momento de una definición importante, en la voz de Sandra Rossi, especialista en medicina del deporte y neurociencia
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El año se cierra con sabores distintos. Llegó diciembre y lo hizo con todos sus condimentos clásicos: calor, definiciones, fiestas, cierres y reflexiones. Se termina una etapa y apenas faltan unos días para que comience otra, con todo lo que eso significa. Sin embargo, 2022 tiene un ingrediente especial. No es un diciembre cualquiera; es un diciembre mundialista.
A más de 13.000 km y en medio del desierto se disputó el Mundial de Qatar 2022 que por razones climáticas se decidió que se jugara a fin de año y no en su habitual julio - agosto. La Argentina se consagró campeona del mundo y cada vez que el calendario marcó la hora de un nuevo partido, el país se paralizó. Como una especie de anestesia generalizada, los más de 45 millones de argentinos se sentaron delante de radios y televisores y alentaron, desde su lugar, a la selección liderada por Messi y Lionel Scaloni. Veintiséis jugadores que representaron a 45 millones de personas; cargaron con la ilusión de un país y sus mentes lo supieron en todo momento, incluso cuando la final se tornó cuesta arriba.
Del otro lado del mundo se celebró en LA NACION el sexto encuentro de Women Corporate Directors (WCD) donde también se llevó adelante el “reconocimiento a la mujer destacada del ámbito empresarial 2022″. Y fue en ese marco que Sandra Rossi, especialista en medicina del deporte que trabajó con las Leonas y Leones, Pumas, tenistas y el plantel de River Plate, compartió un mano a mano con José Del Río, secretario general de redacción en LA NACION. Se metió en la mente de los jugadores y cuerpo técnico, habló del crecimiento, los sueños y la presión, los nervios y los objetivos. El mundial, River y el partido que no se ve.
Argentina, Messi, Scaloni y Aimar: el éxito es una situación excepcional
El seleccionado nacional llegó con altas expectativas al mundial de Qatar. Las estadísticas lo acompañaban: no perdía hace 36 partidos, tenía bajo los brazos una Finalissima (3-0 vs Italia) y una Copa América (1-0 vs Brasil) y tiene al mejor del mundo junto a un gran equipo. Como si eso fuera poco, ganó el amistoso previo al arranque de la competición 5-0 en territorio saudí. La euforia era abrumadora y en algunos bares y potreros se buscaban coincidencias con 1986, Maradona y otros tantos vaticinios más que auguraban una sonrisa aún sin disputar el primer encuentro. Todo eso se cortó en frío; en seco.
Argentina tropezó el 22 de noviembre en su debut contra Arabia Saudita, cayó 2-1 y toda esa euforia se transformó en preocupación. Las canciones en el vestuario de Doha, Qatar, se transofrmaron en reflexiones y los asados del plantel tuvieron cumbia en volumen bajo. Si el equipo quería pasar de ronda y seguir teniendo chances de clasificar, debía ganarle a México sí o sí. Primera final para Scaloni.
“Pasamos de blanco a negro en milisegundos”, puntualizó Sandra Rossi. Ella trabaja con deportistas de alto rendimiento hace mucho tiempo y conoce desde adentro lo que vive un jugador. En River pasa lo mismo: un día, los deportistas son dioses por lo que hicieron en la cancha; al otro, son el enemigo número uno, también por lo que hicieron en el campo de juego. “Cuando un resultado va a determinar tanto, la mente tiene un gran nivel de tensión; está tan enfocada en eso que no puede aflojar para que fluya el talento”, explicó.
El equipo se enfrentó a un México que venía de empatar con Polonia y logró ganarle 2-0. Lionel Messi fue el autor del primer gol. El del desahogo, el punto de inflexión, la bisagra. “Ellos bajo presión pueden y deben hacer cosas increíbles pero te asguro que los que están ahí, lo que más quieren en el mundo es eso. Los jugadores de alto rendimiento que juegan por objetivos tienen un nivel de tensión muy alto que también es mental y funciona como interruptor de las acciones motoras”, resumió la especialista.
Claro, el gol del capitán se gritó con todo. En Qatar, Argentina, Bangladesh y en cualquier parte del mundo donde estuviera un argentino. Se viralizaron videos e imágenes de los festejos y lágrimas pero uno en especial captó principal atención. Pablo Aimar jugó en River y en la Selección, es entrenador de las divisiones inferiores de la albiceleste y forma parte del cuerpo técnico de Lionel Scaloni en esta aventura mundialista. Cuando Lionel metió el agónico gol, se quebró; y sus lágrimas recorrieron el mundo. El valor de las emociones es muy importante y para Rossi, dejarlas salir es más que fundamental. “El cerebro se libera y puede estar abierto a lo que sigue. No significa que por reconocer que estoy emocionado o tengo miedo vaya a ser un desastre. Todo lo contrario: lo que estoy haciendo es disponer mi mente para lo que viene”, aseguró.
“Es un partido de fútbol”
Terminó el partido y parecía que el equipo se había acomodado de vuelta. Se dejaron atrás las caras largas por la derrota en el debut y volvieron las canciones, los chistes, las risas y los cánticos. El vestuario fue un desahogo y el plantel entero, técnicos incluidos, cantaron como un hincha más. Sin embargo, en conferencia de prensa Lionel Scaloni quiso ponerle paños fríos a todo. “Intentaremos seguir por el camino de que ellos [los jugadores] sientan que es un partido de fútbol. Es la sensación que teníamos todos del desahogo pero es difícil hacerle entender a la gente que, al final, mañana sale el sol gane o pierda y lo importante es hacer las cosas lo mejor posible”, reflexionó.
“En todo hay cuatro posibles resultados: que salgan las cosas como pensaste, que salgan mejor, que salgan peor o que salgan al revés. Todo lo que hagas va a caer en uno de esos cuatro y que pase peor o al revés son posibilidades concretas”, sintetizó Rossi. “Para la mente es algo positivo que se incluya esa posibilidad. Al final del día, lo que te deja tranquilo es entender si pudiste dar el 100% que tenías para dar. Los jugadores dicen: ‘Me vacié; más que esto no tenía’. Y lo importante es no quedar con la sensación de que el partido se pueda volver a jugar porque si se volviera a jugar es que podrías haber hecho otra cosa”, coincidió con el técnico.
La felicidad cambia la química de la mente y errar un penal no significa patearlo mal
Contra Polonia también había que ganar. La victoria permitía que la selección argentina selle su pase a octavos de final; el empate sacaba la calculadora y la derrota significaba la vuelta. A punto de cerrarse el primer tiempo, Lionel Messi tuvo un penal que el arquero polaco Wojciech Szczęsny atajó. “Es una de las posibilidades que levanta mucho el nivel de un arquero y no necesariamente baja el nivel de Messi. Es un arquero profesional que atajó muy bien y un jugador que pateó muy bien. Estas cosas no nos cuadran porque no cuadran dentro de nuestro deseo pero no porque no sean algo esperable en el alto rendimiento”, explicó Rossi.
El partido se ganó y la Selección avanzó. Enfrentó a una sorpresiva Australia, sufrió contra Países Bajos hasta el último minuto -penales incluídos- y encontró algo de tranquilidad contra Croacia. La tensa calma dominó al plantel por varios días pero la cita máxima generaba ansiedad. El encuentro que parecía controlado se transformó en un sube y baja emocional. 2-2, 3-2, 3-3, tiros desde los 12 pasos. Gonzalo Montiel tuvo en sus pies la dura tarea de patear el penal decisivo tras una brillante actuación del Dibu Martínez. Sonó el silbato, mente fría y gol: Argentina campeona del Mundo. “Todo lo que da felicidad cambia la química de la mente. Estos estados de ganar campeonatos son los menos, no son las situaciones habituales pero son excepciones que se viven con un nivel de intensidad extrema. Y la felicidad compartida tiene un impacto espectacular. Cuando estás siendo feliz con otro es divino”, analizó ella.
Cómo es aplicar la neurociencia en el mundo del deporte
Sandra Rossi llegó a River Plate hace varios años y se enfrentó a dos desafíos muy importantes: aplicar una ciencia extraña a un mundo con sus tradiciones y ser la única mujer en un plantel lleno de hombres. “Había dos posibles posiciones: la de imponer o de entender que los comienzos y los cambios de paradigma son difíciles. El entorno me lo facilitó y los jugadores fueron muy amables conmigo; por supuesto que pasé cosas complejas, difíciles y de mucha resistencia pero decidí apoyar la mirada en lo que era posible, en lo que estaba por hacerse y no en esa incomodidad que fue muy dura de aguantar y difícil de transitar”, recordó de su llegada.
En el club se encontró con todo tipo de situaciones y logró articular un equipo para darle acompañamiento a ese, asegura, pequeño porcentaje de chicos que logran competir en divisiones superiores. Son chicos, de entre 16 y 18 años, que tienen “sueños diferentes”. Resignaron mucho, perdieron su infancia y adolesencia y la contención de su familia para vivir en una pensión y perseguir un sueño dorado. “A los 11, 12 años están pensando en sacar a su familia de una situación compleja. Es un sueño pesado para un chico tan chico”, reconoció. Y ahí está su rol. Más allá de las mediciones y lo “meramente neuricientífico” como complemento para mejorar como atleta están las charlas y los consejos. “Hay que hacer un trabajo bastante profundo para que ellos entiendan y puedan trabajar en su ser para que el resultado no determine su identidad.
“La persona tiene que entender que está ahí por algo, que un equipo puede funcionar por encima de su ego, rol o deseo propio; entender que son un engranaje de algo más grande”, remató.