Nostalgia, tristeza, soledad y culpa son algunos de los sentimientos que enfrentan quienes dejan su país.
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Tomar la decisión de dejar el país de origen, costumbres, familia y amigos no es simple. Es un camino de vida que, como todas, tiene aspectos buenos y otros negativos.
Una vez instalados en el nuevo destino los emigrantes afrontan inconvenientes de mayor o menor envergadura sin la red de contención con que se cuenta en donde se juega “de local”.
Hay una suerte de “choque emocional” dicen los especialistas, donde sentir tristeza, soledad y hasta culpa es frecuente y “natural”. Hace tres años y medio Débora Poggi dejó la Argentina y se instaló, con su esposo, en Almería, España.
Desde 2011 tenían la idea de irse de Buenos Aires porque no se sentían “cómodos”, habían pensado en el interior del país pero cuando la situación económica se complicó se decidieron por el extranjero. “Nos fuimos con los ahorros de ocho años, analizamos pro y contras de mudarnos sin papeles y lo hicimos -cuenta a LA NACION-. Emocionalmente es muy complejo, hay que reestructurar la vida. Al comienzo pensaba que era el precio de ser irregular, pero incluso los que vienen con papeles la pasan mal, uno viene con una idealización”.
Poggi es abogada, pero desde que llegó trabajó en diferentes lugares y, desde hace un tiempo en sus redes colabora con el proceso de arraigo social de otros. “Emigrar NO es maravilloso”, dice en su Instagram. “Trabajé de todo y eso también me pesó mucho, pero empujó más el proyecto de quedarnos, creo -y así lo digo con quienes converso- que si la ecuación no cierra, no hay que dar vueltas y hay que regresar”.
Quienes llevan un tiempo afuera, admiten que el hecho de que sean muchos los que emigran ayuda a crearse falsas expectativas las que, cuando no se cumplen, pueden desencadenar un estrés difícil de sobrellevar (con episodios de ansiedad o de depresión) y hasta problemas de salud físicos.
La psicóloga y life coach especializada en expatriación Natalia Tabak —”nómade hace seis años; primero en Beiging, ahora en Washington”- asegura que el lidiar con frustraciones que “no se imaginaron, que no se esperaban que sucedieran, a veces exceden la capacidad emocional y física; el cuerpo empieza a dar señales”.
“También muchas veces nos hacemos más fuertes porque no queda otra que arremangarse y salir -continúa-. Es una experiencia súper individual, pero hay patrones que se repiten. Es siempre una buena oportunidad para replantearse lo que uno quiere”.
Claro que hay diferentes tipos de emigración y más allá de que puede haber problemas comunes, los consultados admiten que “no es lo mismo” irse con una propuesta de trabajo, llevado por una empresa, que hacerlo sin tener nada definido en el destino.
La psicóloga María Berardi -quien acompaña procesos de emigración “antes, durante y después”- comenta que en los últimos tiempos lo que más escucha en el consultorio de parte de familias y parejas que deciden irse es que lo hacen porque “el país no tiene posibilidades” y por búsqueda de “seguridad”.
“Hay una mezcla de gente asustada, cansada, desilusionada, que busca un orden, que quieren estabilidad -describe-. Antes trabajamos con la motivación, porque hay que tener en claro que en la mochila uno se lleva todo y que es bueno saber de antemano cómo se es con el enojo, con la adaptación, con la paciencia, con la tolerancia”.
¿Orgullo y culpa?
Valeria Masats Aparicio vive en Madrid desde mayo del 2020; llegó en plena pandemia del Covid-19 y pasó su primera noche en la puerta de la estación de trenes de Barcelona porque no consiguió uno para llegar ese mismo día a la capital española. Alquiló un cuarto compartido y recién a los dos años se mudó sola. “Me llevó tres estar en donde yo quería. Es muy difícil emigrar; todos los días es una hoja en blanco; no se termina de ser del lugar aunque tengas tu vida armada en el país”, enfatiza.
Ratifica que más que “adaptarse” cuesta “estabilizarse”. “Llegás multiplicando de euros a pesos, todo es caro; los primeros días comía una vez al día para no gastar. Fue duro, no tenía a nadie, estábamos confinados. Emigrar solo es muy, muy difícil”, subraya y admite que hay cosas que no se cuentan “para no preocupar”. Por ejemplo, dio Covid positivo, estuvo internada con respirador y “sin nadie”.
“A veces no hay a quien contarle lo que te pasa porque acá están en su mundo y no le decís a los de allá para no preocupar. Se sale con mucho esfuerzo, hay que tener mucha resistencia, adaptarse a todo. No te podés dar el lujo de estar mal; hoy tengo un buen trabajo. Puse mi propia inmobiliaria y va bien”, sintetiza.
Tabak, quien emigró acompañando a su esposo, vivió la experiencia de estar muchas horas sola en China, transcurrir un embarazo y tener a su bebé. “Viví lo que significa sentir una pérdida de identidad porque se deja el trabajo propio, se acompaña el proyecto de otro, se vive en una cultura diferente”, resume.
Coincide con Masats Aparicio en que “no se cuenta todo” por “no preocupar, porque a veces las cosas no van como se esperaban, porque los que se quedaron abren juicio ‘de qué te quejas si estás frente a la playa o al frente de la torre Eiffel” y eso no alcanza, no completa”. La culpa es otro sentimiento que ella y Berardi apuntan. “Con no estar para cuidar a otros, con no poder acompañar…invade muy fuerte”, menciona Tabak.
Son esos algunos de los temas sobre los que Poggi conversa en sus redes: “Hay quien tiene un problema de salud y teme ir a un hospital porque no tiene papeles. Es difícil, es normal que uno se replantee, que cueste. A veces estás en un trabajo y pensás ‘¿me vine acá para hacer esto?’. Hay una carga que suele poner el entorno que queda en el país de origen y que lleva a tener el prejuicio de ‘qué pasa si vuelvo’”.
Para Berardi hay distintas actitudes que las vincula, en alguna medida, con haberse “preparado” antes, haber “dedicado tiempo” a las emociones. Grafica que, como todo proceso, el de emigrar tiene la forma de U, con un comienzo con “un poco de negación, de ilusión, de entusiasmo que estimula”. Después hay una “toma conciencia de que no es tan simple, de que es una fantasía pensar en conseguir trabajo y ser rico a los tres meses”.
La psicóloga plantea que hay un duelo migratorio que es como un electrocardiograma emocional, donde se está “muy sensible; se disparan las emociones” pero sostiene que es una oportunidad para hacer “un viaje interior”.
Sabrina Giacobbe está en Italia hace tres años, después de haber estado cuatro años en Brasil (donde tuvo a su segundo hijo). “Es una montaña rusa; sobre todo al comienzo se siente mucho más; al comienzo es más fuerte -repasa-. A veces se subestima lo emocional, lo que más retumba es el extrañar. Es duro estar solo; no hay familia que acompañe, que ayude, pero es parte de la elección que hace uno”.
Sus hijos tienen ahora 10 y seis años; el más chico nunca vivió en la Argentina y como llegó a los dos años “no sufrió tanto, pero para la más grande fue más complicado, tenía sus amigos, hubo que hablar; es resiliente”. Tiene un emprendimiento en el que hace trámites para emigrantes latinos y en sus redes habla de lo que significa emigrar en familia.