La ropa azul está esterilizada. Me preparo para entrar: una bolsa en los zapatos, pantalón, remera, la cofia, el barbijo. Acción.
Gabriel Torres, 51 años, tiene los dedos entrecruzados y la mirada clavada en el techo mientras lo traen al quirófano. Al ingresar, sus ojos apuntan al hígado que llegó desde Rosario y que en unas horas va a ser tan suyo como el que ahora lleva dentro. Es el momento del trasplante. Los años de divague etílico le valieron una cirrosis terminal. Lejos quedaron los días de mareo y recuerdos borrosos. El quirófano 17 de alta complejidad del Hospital Italiano en Buenos Aires es blanco y luminoso. Para Gabriel, las cosas nunca estuvieron tan claras. Por lo menos, hasta que haga efecto la anestesia.
Hay cables que salen de una computadora y entran en otra. Cables conectados al cuerpo. Tubos que salen del cuerpo, pasan por una máquina y vuelven a entrar. Tubos que salen del cuerpo y terminan en una bolsa. Gabriel está en la camilla rodeado por una enredadera de fluidos e información. A sus pies, el material quirúrgico: la colección más completa de objetos filosos y pinzas con terminaciones indescifrables de un plateado frío y limpio. Detrás de él están las pantallas. Muestran líneas rojas, verdes, azules. Siglas seguidas de números. Una constelación de datos que forman un mapa complejo. Según el equipo, está todo listo para empezar.
El minuto cero
–Son las 9.09. Comenzamos la cirugía, gente.
Juan Pekolj, jefe de Cirugía General del Hospital Italiano y cirujano a cargo de la operación, se pone las lupas, 3,5 de aumento, y da luz verde para arrancar. Al corte lo llaman Mercedes Benz. Baja desde el tórax y se bifurca en el ombligo. En el trasplante participan cerca de 30 personas al mismo tiempo: cirujanos, anestesistas, ayudantes y personal de laboratorio que, en promedio, trae resultados de sangre y orina cada 16 minutos. En el quirófano de al lado se lleva adelante un trasplante cardíaco y otro pancreático, todos con los órganos del donante rosarino.
–Es una mañana movida, cada quirófano es una historia –dice Pekolj mientras hace la incisión.
El bisturí recorre y corta el abdomen como si atravesara un espacio aéreo. La barriga de Gabriel ahora está abierta de par en par. Unas pinzas metálicas agarradas a la camilla sostienen la piel y mantienen despejada la zona de trabajo. Sus órganos tienen un movimiento intermitente. Siguen el ritmo del corazón que se mantiene estable. Gabriel inhala, exhala y todo sube y baja.
En el trasplante participan cerca de 30 personas al mismo tiempo: cirujanos, anestesistas, ayudantes y personal de laboratorio que, en promedio, trae resultados de sangre y orina cada 16 minutos.
A mí derecha hay cuatro cirujanos preparando el hígado para cuando llegue el momento de conectarlo al cuerpo. El sector se llama Back Table (mesa trasera). El órgano, liso, de un rojo pálido, flota a cuatro grados en la solución Wisconsin, un líquido que permite prolongar las horas de isquemia. La misión consiste en sacarle la grasa, abrirle los vasos y fijarse que no haya pérdidas. Luego lo embolsan, le ponen hielo y esperan.
Al corte lo llaman Mercedes Benz. Baja desde el tórax y se bifurca en el ombligo.
–Estás difícil, papito, eh –reniega Pekolj con el hígado fibroso, morado y lleno de nódulos de Gabriel. Van dos horas veinte de cirugía y están cortando y suturando todas las venas que atraviesan el órgano enfermo para que el paciente no se desangre cuando se lo quiten. Al sacarlo, la presión descenderá drásticamente y esto lo compensarán con tres drogas distintas. Pasarán a la etapa anhepática. El cuerpo funcionará sin hígado de 20 a 40 minutos.
–Vamos que ya sale. Atento, equipo, voy a sacar el hígado.
Necesidad y urgencia
El equipo del Hospital Italiano hizo 1296 trasplantes desde 1988. En este momento en la Argentina hay 10.089 personas en lista de espera, de las cuales 7531 necesitan un órgano con urgencia para salvar sus vidas. Durante 2018 se realizaron 952 trasplantes gracias a 387 personas que donaron sus órganos. En el país, la tasa de donantes por cada millón de habitantes es de 8,7, una cifra muy baja frente a los 46,9 que tiene España, el país con mayor número de donantes en el mundo.
–En comparación con Latinoamérica, somos líderes en trasplantes de hígado, corazón y riñón, aunque tenemos menos cantidad de donantes que Uruguay. En cuanto al resto del mundo estamos en la media, por supuesto, muy por debajo de países europeos o Estados Unidos.
En la Argentina hay 10.089 personas en lista de espera, de las cuales 7531 necesitan un órgano con urgencia para salvar sus vidas.
Alberto Maceira es el presidente del Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante (Incucai), el organismo que impulsa, normatiza, coordina y fiscaliza las actividades de donación y trasplante de órganos, tejidos y células en la Argentina.
El 4 de julio de 2018 se aprobó la ley Justina. El proyecto fue impulsado por Ezequiel Lo Cane y Paola Stello, padres de Justina, una nena de 12 años que murió en noviembre del año pasado esperando un trasplante de corazón. Esta ley es un cambio de paradigma: todas las personas pasan a ser donantes, salvo que hayan expresado su voluntad contraria.
Adolfo Rubinstein, secretario de Gobierno de Salud, describe la ley Justina como "un gran avance", aunque el país aún tiene listas de espera muy importantes con gente que necesita trasplantes de toda índole.
Con la nueva ley todas las personas pasaron a ser donantes, salvo que hayan expresado su voluntad contraria.
–Esta ley cambia el marco. Ahora hay que hacer mucho hincapié en los equipos de procuración, o sea, los médicos y enfermeras de las terapias intensivas que tienen a cargo los pacientes que podrían convertirse en donantes. Es necesario que tengan un entrenamiento adecuado para poder comunicarles rápidamente a los familiares del fallecido la posibilidad de la donación. Esto debe hacerse de manera efectiva para evitar casos de oposición familiar. También estamos trabajando en un plan de comunicación para difundir la ley en la sociedad en general –explica el funcionario.
Maniquíes, simulacros y realidad
Federico Mileo es parte del equipo de anestesistas y una de las 15 personas que en este momento estamos en el quirófano. Mientras cambia una bolsa de suero me cuenta cómo es su entrenamiento y recrea la escena: el cuerpo de plástico entra en crisis. Los monitores muestran que sube la presión arterial. El corazón empieza a sufrir una arritmia y, al mismo tiempo, baja el oxígeno en sangre. En la mesa de operaciones, hay un descalabro que podría ser letal.
–Así entrenamos. En el simulador planteamos complicaciones severas y el desafío es compensar al paciente con todo lo que esté a nuestro alcance.
Para poder trabajar en cirugías de alta complejidad practican con maniquíes electrónicos que simulan tener ritmo cardíaco, presión arterial, actividad cerebral, entre otros signos vitales típicos del mundo animado.
Para poder trabajar en cirugías de alta complejidad practican con maniquíes electrónicos que simulan tener ritmo cardíaco, presión arterial, actividad cerebral, entre otros signos vitales típicos del mundo animado. Del simulacro participan actores que interpretan a otros anestesistas, cirujanos, ayudantes. La sala es una cámara Gesell; del otro lado del espejo están las computadoras que llevan al muñeco hasta el extremo. Ahí buscan desarrollar las capacidades no técnicas: manejo del estrés, tener una visión general del cuadro que atraviesa el paciente, liderazgo y comunicación.
Van casi tres horas de cirugía. Contrario a lo que suele pasar en el simulador, Gabriel sigue estable.
Una vida puede salvar siete
Paola Stello abre la puerta. Se mudó hace un mes luego de divorciarse tras 17 años de matrimonio. Ahí casi todo es blanco, como si hubiera vuelto a empezar. Los muebles parecen nuevos; las paredes, nítidas. Solo una mesada carga con algunos recuerdos de los días que trazaron su camino hasta ese departamento en la zona de Benavídez. Una foto familiar, un cuadro con un corazón y la estatuilla de la Virgen muestran que ella, en efecto, es la madre de Justina Lo Cane.
El corazón de Justina funcionaba al 30% y con medicación alcanzó el 50%. Ella nació con una cardiopatía congénita dilatada, cavitada y compactada. Esta afección genera dificultades respiratorias, dolores en el pecho, hinchazón del abdomen, las piernas, los pies.
En el país, la tasa de donantes por cada millón de habitantes es de 8,7, una cifra muy baja frente a los 46,9 que tiene España, el país con mayor número de donantes en el mundo.
Paola tiene el pelo atado, ropa deportiva y una mirada amable, aunque algo cansada. Es odontopediatra y habla con la calidez necesaria como para convencer a los más chicos de acostarse en una camilla y dejarse sacar una caries. Su tono de voz recorre un camino resquebrajado que se aferra a la convicción de transformar lo vivido en algo positivo.
–Fue algo sobrenatural. Nunca imaginamos que iba a morir, pensamos que el corazón iba a llegar, pero nunca llegó. Después uno empieza a entender qué es lo que pasó alrededor de todo esto y te das cuenta de que nada es casual. Yo estoy segura de que ella vino para esto.
La carrera de Justina por un corazón duró más de tres meses. En una primera etapa estuvo internada en una clínica de menor complejidad. De a poco, los medicamentos dejaron de hacerle efecto y la trasladaron a la Fundación Favaloro. Ahí el cuadro cambió. La llevaron al quirófano para conectarla al ECMO, un sistema extracorpóreo que reemplaza la función de los pulmones y el corazón en la tarea de oxigenar la sangre. Justina pasó a la lista de emergencia nacional.
Ezequiel Lo Cane comenzó la campaña Multiplicate x 7.Una iniciativa para fomentar la donación de órganos que se apoya en la idea de que cada donante puede salvar de siete a nueve vidas. El caso de Justina tomó notoriedad a nivel nacional. Llegaron cartas de todo el país, hubo gente que se acercó a leerle cuentos, la visitaron curas, rabinos.
Para que se produzca un trasplante tiene que coincidir el tipo de sangre, y ambos deben tener una edad, peso y tamaño similares. Además, se debe constatar la muerte cerebral del donante, pero sus órganos tienen que seguir funcionando. Estas cuestiones hacen que lograr una compatibilidad sea complejo. Si a esto se le suma la falta de donantes, la situación se oscurece. Con la ley Justina es posible proyectar un nuevo horizonte para las personas que aún esperan.
–Justina vino a cambiar el sistema, a concientizar a la gente. Esta ley ya no es para mi hija. Cuando uno se va a otro mundo, los órganos quedan ahí. Hay que convertir el dolor en amor y en algo positivo para los demás.
Convertir dolor en amor
Un hombre murió a casi 300 kilómetros de distancia. Su nombre es confidencial. Por cuestiones obvias sabemos que era, en edad, tamaño y peso, parecido a Gabriel. Ese anónimo está en parte allá y en parte acá. Como si hubieran abierto una caja de repuestos: su corazón late en el quirófano de al lado. Sus pulmones se cargan nuevamente de oxígeno en otra clínica de Buenos Aires y el hígado está a mi derecha. Frío. Pálido.
Pekolj pide que le acerquen el hígado, el segundo en la vida de Gabriel. El órgano migrante va a cortar con las horas de isquemia. Cuando abran los diques que construyeron a fuerza de sutura, se va a llenar de sangre. Como en los viejos tiempos. O no tan viejos. De a poco conectan el hígado al cuerpo. Desclampear le dicen al acto de liberar las venas y arterias.
–Vení, acercate. Este es el momento más lindo del trasplante.
Me paro arriba de una tarima, tengo una visión completa del cuerpo. Desclampean. Ahí adentro el rojo es el color de la vida. Un torrente de nutrientes y oxígeno hincha el hígado y le da un tono saludable. Parecido a un hombre que se ahoga. Que tiene los ojos hinchados, vidriosos. Que lucha contra el infortunio de estar sumergido en un ecosistema ajeno. Y de pronto puede respirar. Y de pronto sabe que está grave, pero que va a sobrevivir.
Para que se produzca un trasplante tiene que coincidir el tipo de sangre, y ambos deben tener una edad, peso y tamaño similares. Además, se debe constatar la muerte cerebral del donante, pero sus órganos tienen que seguir funcionando.
Son las 15. Seis horas de cirugía. El hígado responde. Hay que suturar: 58 ganchos de titanio unen la piel que queda tirante, como un bolso que apenas cierra. Se forman líneas plateadas. La unión que baja desde el tórax y se bifurca en el ombligo hace que la comparación se haga más evidente que nunca.
–Viste. Llegó muy enfermo y ahora sale con un Mercedes Benz.
Gabriel se va a despertar mañana o pasado. El sabor en boca no va a ser como el de aquellos años de resaca. El mareo, tal vez.
Cómo hicimos esta nota
Hubo reuniones, contratos de confidencialidad de por medio, indicaciones; tuvieron que aprobar previamente el texto y, por supuesto, resguardamos la identidad del donante. Fue un largo camino que, gracias a la generosidad y la intención de generar conciencia sobre estos temas de Juan Pekolj y de todo su equipo, pudimos estar a centímetros de donde ocurre el milagro. Lo que ellos llaman trasplante hepático.
"No pude evitar emocionarme cuando el nuevo hígado comenzó a funcionar. El cirujano lo masajeaba para que irrigue la sangre, como si le diera vida con su mano", comentó Sebastián Pani, el fotógrafo de esta nota. Tanto para Sebastián como para mí, fue una experiencia única a nivel periodístico y humano. Salí del quirófano pensando en la vida y en la muerte. En la dificultad que tenemos para imaginar nuestro propio fin, a tal punto que muchos le tememos a la idea de donar órganos por una estúpida fantasía de inmortalidad.
Fue un largo camino que, gracias a la generosidad y la intención de generar conciencia sobre estos temas de Juan Pekolj y de todo su equipo, pudimos estar a centímetros de donde ocurre el milagro. Lo que ellos llaman trasplante hepático.
Pero en esa sala de operaciones se vivió lo contrario. Alguien decidió trascender en el cuerpo de otro. Alguien se desprendió de lo más propio para que un desconocido pudiera tener una segunda oportunidad. Alguien murió y otro pudo vivir. Así de duro, así de injusto. O no.
Hasta que pude entender. Pude ver cómo ante la tragedia, ante lo inevitable, surgió el sentimiento más noble. Comprendí que aquella mañana presenciamos un acto de amor. Donar órganos no es más ni menos que eso: un acto de amor.