Para triunfar en el arte de regalar hay que prestar atención, mostrar empatía… y hacer un poco de espionaje
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¿Qué tienen en común unos aros de diamantes, un viejo marco de ventana, una bicicleta, una tetera de porcelana, un rompecabezas, una planchita para el pelo, una sopa instantánea y una máquina de café? Todos fueron regalos mencionados por las personas que respondieron a una encuesta no muy científica sobre los mejores y los peores obsequios que habían recibido.
Si se intentara adivinar qué artículos fueron inmensamente apreciados y cuáles fueron despreciados, lo más probable es que uno se equivoque y por mucho: los aros de diamantes fueron un fracaso rotundo, por ejemplo, el autor del regalo no se había dado cuenta de que la persona que lo recibiría, su novia hacía tres años, no tenía las orejas perforadas. Por otro lado, la sopa instantánea fue un éxito porque ese sabor en particular no se vendía en todas partes, y la madre del receptor del regalo, que sabía que a su hijo le encantaba esta sopa, logró encontrar un paquete.
Al momento de dar un regalo, el contexto lo es todo. Aunque los vendedores, comerciantes y las innumerables guías de regalos navideños sugieran lo contrario, el hecho de que un regalo sea el mejor o el peor no depende tanto del costo, el diseño, el estilo, la presentación o la funcionalidad sino más bien de la capacidad de escuchar, observar y empatizar de quien lo obsequia, y tal vez de su habilidad para simular ser un detective.
“Los regalos son la expresión de un sentimiento”, señaló Bonnie Buchele, psicoanalista de Kansas City, Misuri, que ha escuchado bastantes casos de angustia en torno a los regalos, ya sea por darlos o recibirlos. “Así que en el apuro de la temporada festiva —con ese pánico de: ‘Ay Dios mío, tengo que comprar regalos’— es una buena idea darse un poco de tiempo para pensar: ‘¿Qué quiero decir con este regalo?’”.
Los buenos regalos —como el viejo marco de ventana que una estudiante universitaria recibió de su primer novio formal, con una fotografía de su paisaje favorito montada dentro— demuestran que uno ha estado prestando atención. Los malos regalos hacen cuestonarse si la persona que lo dio lo conoce en absoluto, como la tetera de porcelana que una suegra le regaló a su nuera, cuyos gustos eran más modernos y que ella ya le había aclarado (o creía haberlo hecho) que prefería hervir el té en una taza. Aún peores son los regalos que deslizan una crítica, como la plancha de pelo que otra suegra le regaló a su nuera que siempre llevaba el cabello rizado. (Las suegras obtuvieron pésimos resultados en la encuesta no muy científica, cuyos participantes incluyeron un piloto, un guardia escolar, un sacerdote, una diseñadora de interiores y un repartidor de UPS, entre otros).
“La gente tiende a caer en la trampa de no priorizar a la persona que va a recibir el regalo”, comentó Julian Givi, profesor adjunto de Mercadotecnia en la Escuela de Negocios y Economía John Chambers de la Universidad de Virginia Occidental.
En efecto, las investigaciones de Givi indican que las personas suelen dar regalos que reflejan sus propios deseos y motivaciones en lugar de considerar las preferencias del receptor del obsequio. Además, la gente que da regalos suele enfocarse más en el momento de sorpresa cuando ese obsequio se asoma entre el embalaje en vez de pensar si la persona en realidad quiere, usará o siquiera tiene espacio en su casa.
Esto no quiere decir necesariamente que la persona que dio el regalo sea narcisista, o incluso desconsiderada. Es solo que a esa persona no se le da lo que en el ámbito de la psicología se conoce como la toma de perspectiva, o ver las cosas desde un punto de vista ajeno. “A las personas se les suele dificultar eso”, comentó Givi. Pero para dar regalos geniales, uno necesita desarrollar la habilidad de salir de su cabeza y realmente notar las pasiones, preferencias y personalidades de las personas.
Prestar atención a los temas de los que hablan y despiertan el interés de ellos. Observar las cosas que tienen en su casa y oficina, lo que visten, los colores que prefieren, lo que capturan en fotos y lo que les gusta comer y beber. Por ejemplo, si les gustan los tragos exóticos, quizá les divierta tener agitadores de bebidas con luces LED o recibir una clase privada para ser bartender.
Conviene identificar no solo lo que alegra y vigoriza a las personas, sino también lo que las aqueja o angustia y en esa misma línea, pensar en regalos que puedan aliviar esa carga. Si se quejan de que nunca tienen suficiente tiempo libre, se deben descartar los regalos que requieran mucho tiempo como los rompecabezas o libros de 1000 páginas. En cambio, se puede pensar en cosas que ahorren tiempo, como una aspiradora robótica o contratar a alguien que repare las cosas que esta persona no ha podido arreglar en su casa.
Los regalos sentimentales son por mucho los más significativos. Basta con preguntarle a la mujer de 53 años que se conmovió hasta las lágrimas al recibir una bicicleta roja con un enorme moño de su prometido, quien comprendía que la pobreza que ella vivió durante su niñez la había privado de este tipo de placeres divertidos.
Dar un regalo, sobre todo uno que conlleva un mensaje, puede ser una experiencia vulnerable. “Es por eso que a algunas personas les estresa dar regalos, porque sienten que estarán demasiado expuestas al expresar sus emociones y que no lo harán bien”, explicó Buchele. A la gente también le cuesta aceptar regalos, sobre todo si tienen un estilo de apego evitativo o temor a la intimidad. Puede que en un nivel inconsciente resientan que los conozcan tanto o se sientan indignos o incluso celosos por no haber sido igual de atentos.
La reacción de los receptores de regalos dependerá de la confianza que tengan en sí mismos y en su relación con la persona que les dio el obsequio, según David Goldberg, psicoanalista en Birmingham, Alabama, quien al igual que Buchele, se encuentra con muchos casos de ansiedad relacionada con los regalos en esta época del año. Agregó: “Un regalo considerado y generoso puede despertar toda clase de miedos, anhelos y deseos conscientes e inconscientes. ¿Qué significa aceptarlo? ¿Ahora le debo algo a esta persona? ¿Qué significa esto para mí en adelante? ¿Debo ser recíproco? Si lo soy, ¿eso significa llevarlo al siguiente nivel?”. Con justa razón, hay quienes optan por ser cautelosos con sus regalos y solo compran algo genérico como una vela aromática o una tarjeta de regalo, en lugar de correr el riesgo de obsequiar algo muy personal y equivocarse.
Si uno no sabe qué comprarle a alguien, siempre puede optar por preguntarle. Una pareja usa un documento compartido de Google para llevar un registro de las cosas que quieren recibir del otro; así, la esposa supo que su esposo no estaría decepcionado cuando eligió la sofisticada máquina de café que él había anotado en la lista. Aunque esto plantea el interrogante de si cumplir una petición es más un acto de servicio que un regalo. “Yo diría que cualquiera que diga que el elemento sorpresa no es necesario al momento de dar un regalo tal vez tiene un lenguaje distinto del amor”, opinó LeeAnn Renninger, psicóloga social y coautora del libro Surprise: Embrace the Unpredictable and Engineer the Unexpected. Si las sorpresas son importantes para la persona que recibe el regalo, se puede intentar pedirle una guía más general, en vez de sugerencias específicas.
Quizá la mejor estrategia para dar regalos es realizar una encuesta propia no muy científica. Pregúntarle a los parientes y amigos sobre los mejores y los peores regalos que han recibido. Así, no solo se descubrirá qué tipo de regalos de verdad los conmovieron o hirieron; si se los escucha en serio, también se comprenderán mejor sus valores fundamentales, lenguajes del amor y estilos de apego. Estas conversaciones pueden ayudar a profundizar las relaciones, lo cual es un regalo en sí mismo.
Por Kate Murphy
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