La importancia de la participación de los padres en el día a día y de formar un equipo de crianza
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Hombres y mujeres venimos trabajando para ser iguales y pares en la crianza. Pese a que sabemos que los padres no “ayudan” a sus mujeres en la crianza sino que juntos arman un equipo para llevar adelante la familia, cuando esa teoría se transforma en práctica no siempre –en realidad pocas veces–, ocurre de esa forma.
La mayoría de las madres sigue a cargo de la casa y de los hijos aunque trabaje afuera a la par de su pareja: suele ser la mujer la que no va a trabajar cuando un hijo se enferma, la que sabe la dosis del antifebril, la que está atenta a que en casa no falte azúcar, o papel higiénico u hojas de carpeta para los chicos, etc,.
Esto lleva a que las mujeres se estresen más que los hombres en los temas de la casa y la familia, también lleva a que estén cansadas, se sientan solas, y les cueste conservar el buen humor; a veces a que se sientan frustradas, desilusionadas, desesperanzadas. Incluso muchas mujeres tienen insatisfacción crónica, o síntomas, como ansiedad o depresión.
¿Es mejor el nuevo modelo de socios y equipo en la pareja? Sin duda que sí. Para los hombres porque al compartir la crianza tienen mucha mayor cercanía e intimidad con sus hijos, disfrutan al verlos crecer, al bañarlos, al darles de comer, al jugar, al acompañarlos a hacer deporte, los conocen más y saben de sus alegrías y pesares. Para las mujeres porque se sienten acompañadas, las responsabilidades se hacen más llevaderas y las decisiones más sencillas al tener con quién compartirlas.
Resulta sorprendente que, pese a que la pandemia nos ofreció una oportunidad para emparejar esas cuestiones, las investigaciones dicen que en la mayoría de los casos las mujeres siguieron “a cargo” de la casa con un costo muy alto para su bienestar personal.
En generaciones anteriores el papá era el malo que ponía orden, al que se le temía; hoy, sin darnos cuenta, nos fuimos al extremo contrario: el papá juega y se divierte, mientras la mamá es la bruja de la casa, la que arruina todo mandando los chicos a bañarse, a ordenar, a estudiar, a apagar la pantalla, a dormir.
¿El hombre es un “fresco” y deja todo en manos de ella? No es tan sencilla la respuesta. Cambiar los automatismos de muchas generaciones lleva no sólo conciencia del tema sino también tiempo, esfuerzo y muchas conversaciones e intentos. Los que hoy son padres crecieron internalizando una imagen diferente de padre.
Y lo mismo les ocurre a las mujeres, quienes además podemos tener una postura bastante ambivalente con este tema. Por un lado queremos que los padres se ocupen, pero por el otro no queremos compartir a nuestros hijos, o nos da culpa hacerlo –una culpa ancestral poco consciente–, nos da miedo perder nuestro lugar, nuestro territorio, y no siempre colaboramos con ese cambio de paradigma que tanto beneficia a todos los integrantes de la familia.
Y no se trata de contar el tiempo que cada uno se ocupa para reclamarle al otro lo que le “debe” sino de hacer acuerdos entre ambos integrantes de la pareja de modo que los chicos estén bien atendidos. Si solo nos enfocáramos en la justicia ocurriría –como muchas veces sucede cuando las parejas se divorcian– que los chicos registrarían que los padres se pelean para ver a quién le toca no estar, o no hacer algo con ellos, y eso es muy doloroso.
En el amor y la confianza que nos llevó a armar un proyecto de familia busquemos lograr un equilibrio que irá variando con el tiempo según las necesidades individuales y laborales.
Es muy potente para la seguridad personal de los hijos tener dos adultos incondicionales, disponibles, presentes en sus vidas. Y para los adultos es maravilloso saber que hay otro que cuida mis espaldas mientras yo también cuido las suyas, y que juntos atendemos a nuestros hijos y que los chicos cuentan con los dos.
Una de las propuestas prácticas que les hago a padres y madres es que se comprometan a volver cada uno dos tardes por semana más temprano, y salgan también dos mañanas un poco más tarde de modo que el tiempo que los chicos pasan sin papá o mamá sea más corto. Y en las tardes en las que uno vuelve temprano, el otro puede quedarse hasta más tarde en el trabajo, o ver un amigo, o hacer gimnasia sin necesidad de postergar interminablemente sus deseos o necesidades personales, lo que lleva a mejores humores y a mayor disponibilidad cuando está presente. Esta es solo una idea, las alternativas son muchas y cada pareja tiene que repensar la crianza para alcanzar un equilibrio equitativo y satisfactorio para ambos.
De todos modos va a llevar más de una generación cambiar los caminos neuronales de hombres y mujeres para que podamos ser realmente pareja de padres y socios igualitarios en el tema de la crianza.
Psicóloga especializada en crianza