Itacaré, a dos horas de Ilhéus, es uno de esos sitios donde es posible hacer largas caminatas en soledad y ser testigo de una naturaleza todavía virgen; muy cerca, imperdible la península de Maraú
- 9 minutos de lectura'
ITACARÉ, BAHIA.- Existen muchas playas tropicales de arenas blancas, aguas cálidas y palmeras que se recuestan sobre el mar, pero ¿por cuántas es posible caminar durante horas sin cruzarnos con alguien? Nadie que se haya adueñado de metros de playa para alquilarnos una sombrilla, ni un vendedor ambulante, ningún testigo que comente que nos acostamos en la orilla como niños y nos hacemos milanesa. Al sur del estado de Bahía, en Brasil, los 70 kilómetros entre Ilhéus e Itacaré no sólo ofrecen playas de una belleza pasmosa, sino la experiencia única de sentirnos el primer ser humano sobre la tierra.
Como buen paraíso, el acceso tiene sus secretos. El punto de llegada es la pintoresca ciudad natal de Jorge Amado, Ilhéus, que sólo cuenta con un aeropuerto para vuelos domésticos que lleva el nombre del escritor. Habrá entonces que comprar boletos separados, un primer tramo a Río de Janeiro o Sao Paulo, y un segundo hasta Ilhéus, para después seguir dos horas más por tierra. La alternativa de lujo es volar a Salvador y allí tomar una avioneta de pocas plazas que sale únicamente los viernes y que, tras media hora de vuelo bajo sobre la costa, aterriza en la península de Maraú, 60 kilómetros al norte de Itacaré.
La villa de Itacaré se desarrolló alrededor de la desembocadura de río de Contas donde se ubicó el puerto que fue el principal de la región para despachar cacao. Desde la ruta se comprende la razón: entre las variedades de palmeras –de coco verde, coco amarillo, açai, burití y dendé– los arbustos de cacao crecen en forma silvestre. Por eso Itacaré está sobre la Costa de Cacao, 180 kilómetros que se extienden hasta Canavieiras en el sur.
Itacaré se acostumbró lentamente al turismo. Tuvo un único ingreso por calle de tierra hasta 1998 cuando se construyó la ruta BR001 Ilhéus-Itacaré. Aquella villa de pescadores que se había desarrollado en torno al puerto, hoy recibe turistas que suelen desfilar por Pituba, la calle principal, donde están los restaurantes, bares, posadas, hostels y negocios de artesanías.
Los domingos muchos se acercan a la playa céntrica de Conchas a jugar fútbol descalzos, con un público que sigue el partido desde la rambla. Desde allí también se aprecie en su esplendor Iglesia Matriz de San Miguel Arcángel (São Miguel Arcanjo), construida en 1723. Los bahianos son un cóctel genético entre los esclavos africanos, los portugueses y los dueños de casa en este entonces. Rasgos y colores de piel y de ojos se combinan como en pocos lugares del mundo. Esto recuerda que Salvador fue uno de los principales puertos de ingreso de esclavos de Brasil y de América del Sur.
Resende, Tiririca y Ribeira, las playas próximas a la villa, son más concurridas y cuentan con estacionamiento, barracas de playa, posadas, campings y bares. Las más alejadas están desiertas y casi ninguna cuenta con acceso para autos. Hay que tomar la ruta BR001 en dirección a Ilhéus, luego aventurarse por senderos habilitados dentro de haciendas privadas y caminar entre la tupida mata atlántica hasta la playa, a veces hasta una hora.
Para quienes no quieren jugar al explorador, Txai Resort, ubicado a 15 kilómetros de la villa, en la playa de Itacarezinho, es un paraíso dentro del paraíso. Un predio de cien hectáreas dentro de un Área de Protección Ambiental de 6 kilómetros de ancho por 28 de largo donde, además del hotel, hay residencias particulares.
Tortugas y siris
A pesar del diminutivo, Itacarezinho es una playa inmensa de 3,5 km de extensión donde es posible caminar toda la mañana sin ver un alma. Las única huellas son de las enormes tortugas marinas que van a desovar entre septiembre y marzo. Muchos nidos están protegidos por una cinta y cartel para evitar que el solitario caminante los pise por accidente. Decenas de siris dorados –que no son cangrejos– cruzan la arena de punta a punta ignorando al intruso. Y quien llegue al final de la playa en la punta norte, verá la cascada de agua dulce que baja de la selva y se derrama en la arena.
Y si bien esta playa resume todo lo que uno podría querer vivir en Bahia, se pueden conocer otras playas como Prainha, Havaizinho y Engenhoca. Prainha, para muchos una de las más lindas del Brasil, es una ensenada de forma absolutamente simétrica, con dos montes verdes al norte y al sur de la playa, a la que se llega tras cuarenta minutos de caminata atravesando selva, arroyos y cascadas. Havaizinho es la preferida por los surfistas por sus olas fuertes, aunque también tiene arrecifes donde es posible espiar la vida submarina con snorkel durante la bajamar. Antes de llegar a la playa, hay un mirador en lo alto con vistas que cortan el aliento. Engenhoca es otra playa desierta cercada por cocteros y selva, ubicada dentro de una finca privada a la que se accede después de caminar veinte minutos.
Como una isla
El camino entre Itacaré y Maraú no es bueno porque gran parte se hace por tierra, por eso los 60 kilómetros de distancia pueden convertirse en dos horas de auto. Pero llegar vale la pena. Sus 18.000 hectáreas de Reserva Natural son una península que hay que entenderla como una isla porque no se trata de una punta que se adentra en el mar, sino de una gran porción de tierra alargada y paralela al continente, el doble de larga de Manhattan, unida desde el sur, que es por donde se ingresa por tierra.
Entre el continente y la península-isla se extiende la bahía de Camamú, la tercera más grande de Brasil después de la de Guanabara, en Río de Janeiro, y la de Todos los Santos, en Salvador. En la punta norte está Barra Grande, único pueblo, donde el muelle es el punto de partida y llegada de todo tipo de embarcaciones que conectan la península con el continente por el norte.
Las aguas tranquilas de la bahía y los atardeceres, hacen de Barra Grande el lugar elegido para ver la puesta de sol o tomar un último baño dorado. Otro buen lugar para ese momento mágico, es Punta do Mutá, a la que se llega por la playa con una caminata de cinco minutos. La oferta de buenos cafés, restaurantes, posadas, negocios de ropa de playa y mercados acompaña la informalidad de un pueblo con calles de arena donde todo el mundo anda descalzo o en ojotas.
Atravesando la península, llegamos a las playas que dan al mar abierto, entre ellas a Taipu de Fora de 7 kilómetros de extensión, donde se forman increíbles piscinas naturales. Hasta hace unos años, era un lugar de paso, sin infraestructura, donde sólo había una barraca improvisada en la arena, el Bar das Meninas. Hoy se transformó en un restaurante con terraza al mar y a su alrededor han surgido unas pocas posadas, condominios que se alquilan por Airbnb y algunas pizzerías y restaurantes. Quienes eligen Taipu para pasar unos días, pueden ir y volver a Barra Grande en las “jardineiras”, vehículos 4x4 con capacidad para ocho pasajeros que parten cuando se completan. Los 7 kilómetros suelen tomar hasta media hora, según el estado del camino.
Un dato clave para quienes vayan a Taipu es conocer la tabla de mareas porque en la bajamar, una pared de roca y corales en forma de herradura, a cien metros de la orilla, encierra el agua convirtiendo la playa en un acuario gigante. Máscara, snorkel, fundas antiagua para celulares y patas de rana, se alquilan en la orilla. Con luna llena, se organizan grupos de snorkel nocturno para ver en actividad a los enormes cangrejos azules, pulpos y langostas que se esconden durante el día.
Desde el muelle de Barra Grande parten paseos en lancha de entre tres y cinco horas por la bahía de Camamú. La primera parada es en la Coroa Vermelha, una extraña isla mutante de arena, después en la Isla de la Pedra Furada, que debe su nombre a una enorme roca agujereada en medio por la erosión. Se navega delante la villa de Campinho, conocida porque allí se hospedó Antoine de Saint-Exupéry en los años 30. Dicen que la que fue su amante vivió en una pequeña casa amarilla visible desde la lancha. Siguiendo hacia el interior de la bahía, se llega a Sapinho, donde se suele almorzar en alguno de los bares sobre la orilla que ofrecen pescados, cangrejos, langostas y moquecas. Allí comienzan a verse los primeros manglares, señal de que la salinidad del agua es menor. Efectivamente el río Maraú, de aguas oscuras, desemboca en la bahía. Adentrándose por el río se llega hasta la cascada de Tremembé y la lancha pasa por debajo para salpicar a sus ocupantes.
Otro paseo imperdible se hace por tierra, en cuatriciclo que se alquilan en cada esquina. Basta seguir los carteles que indican “trilha das bromelias”, para llegar a un sendero cerrado entre bromelias gigantes –llegan a medir más de un metro– que brotan del suelo y cuelgan de los árboles. Más adelante está el curioso faro cuadrado en lo alto de la colina Bella Vista desde donde se obtiene una vista que corta el aliento: la laguna Azul, una estrecha franja de palmeras, la playa y el mar.
Más al sur, sigue la desierta playa de Cassange, una franja de arena de 300 metros con palmeras donde sólo hay casas particulares y con suerte alguna posada donde almorzar el único plato de menú: moqueca. Y desde algún rincón de la memoria, la voz de Joao Gilberto canta Eu vim da Bahia, mas eu volto pra lá/ eu vim da Bahia, mas algum dia eu volto pra lá.
Datos útiles
- Traslados. No conviene alquilar auto porque en Maraú las calles son de arena. Mejor reservar un transfer o taxi para ir desde el aeropuerto y en Maraú manejarse con las “jardineiras” (camioncitos que van y vienen desde Barra Grande).
- Excursiones. Desde el muelle de Barra Grande parten las excursiones por la bahía de Camamú. Se puede pactar tipo de paseo, duración y precio con el dueño del barco.
- Es recomendable alquilar un cuatriciclo por un día y recorrer la península de Maraú: la “trilha das bromelias gigantes”, el faro y Cassange son paradas obligatorias.
- Comida típica. La moqueca es un típico ensopado bahiano hecho con aceite de dendé y leche de coco. Puede ser de pescado, camarones o vegetariano.
- Destino de todos el año. Todo el año es buena época. En invierno hay menos gente y los días son más cortos, pero la temperatura acompaña siempre.
- Pagos. Aceptan tarjetas de crédito y débito. El pago más popular para ellos es el PIX, un sistema de transferencia bancaria inmediata, al que los argentinos no pueden acceder.