Por qué Praia do Sancho, arenas de difícil acceso en el exclusivo archipiélago Fernando de Noronha, encabeza desde hace años los ránkings
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FERNANDO DE NORONHA.- Cuando uno está sumergido en las aguas cristalinas de Praia do Sancho, viendo cómo se mueven los cardúmenes de sardinas o pasan a toda velocidad los pececitos de colores, desde el cielo a veces proviene un ruido que obliga a levantar la cabeza. A eso de las once de la mañana, pero también pasadas las tres de la tarde, un pájaro de acero –muy distinto a otras aves pequeñas y hermosas que sobrevuelan a diario por aquí– interrumpe la calma y recuerda súbitamente que este lugar no es solo para uno.
Es el avión que hace una hora salió desde el continente y justo en ese momento pasa a pocos metros del mar, pareciera que casi chocando contra un acantilado, para aterrizar finalmente en Fernando de Noronha, el archipiélago brasileño que Américo Vespucio describió en 1503 como el paraíso en la Tierra y que, por más que haya dicho eso hace siglos, algo de su perspectiva sigue siendo razonable.
No por nada, Praia do Sancho, una hipnótica bahía de aguas tibias y transparentes a la cual se llega bajando por una empinada escalera clavada en la grieta de un acantilado, ha vuelto a ser elegida como la mejor playa del mundo. Por sexta vez, el ránking Traveler’s Choice, una elección basada en los comentarios de decenas de millones de usuarios de la plataforma TripAdvisor, puso en el número 1 a esta playa, por sobre otros íconos como Eagle Beach en Aruba, Cable Beach en Australia o Grace Beach Bay en Turcos y Caicos. Un galardón que, en rigor, ya casi no sorprende: hace décadas que Praia do Sancho viene siendo considerada la mejor playa de Brasil por diversos medios especializados, desde la desaparecida guía Quatro Rodas –la antigua Biblia del turismo brasileño– hasta Lonely Planet, que la ha descrito como “el tramo de arena más impresionante de una isla de playas magníficas”.
No por nada, Praia do Sancho, una hipnótica bahía de aguas tibias y transparentes a la cual se llega bajando por una empinada escalera clavada en la grieta de un acantilado, ha vuelto a ser elegida como la mejor playa del mundo.
Es cierto: un ránking es solo eso. Una elección de tantas posibles, enmarcada en el difuso ámbito de los gustos. Así que la pregunta resulta inevitable. ¿Es Sancho realmente la mejor playa del planeta, o solo un mito amplificado por los portales de noticias y las redes sociales? Tras varios años visitando este lugar, las últimas veces ya como miembro de una familia noronhense, puedo decir que, aplausos más, aplausos menos, Sancho es ciertamente una playa como pocas existen en el mundo. Un lugar único y asombroso, con una naturaleza salvaje y preservada, pero donde el tiempo también ha sido inexorable, y muchas cosas ya han cambiado. Quizá para siempre.
La primera vez que estuve en Fernando de Noronha, a 540 kilómetros de las costas de Recife, en el Nordeste brasileño, fue hace 18 años, para escribir una crónica sobre uno de los destinos más exclusivos y emblemáticos de Brasil. Un lugar que alguna vez fue un presidio, luego una base militar ocupada por los estadounidenses, y más tarde, con la creación del Parque Nacional Marino en 1988 –que hoy abarca el 70 por ciento del archipiélago–, un modelo de ecoturismo para el mundo.
El precio del paraíso
Noronha era, y lo sigue siendo, un destino muy particular. Para poder poner los pies en este archipiélago de origen volcánico, donde viven unas cinco mil personas, no solo hay que subirse a un avión y volar durante una hora (alguna vez también se pudo llegar en crucero, pero hace varios años que ya no), sino que además hay que pagar por cada día que uno está aquí. Es decir, no basta solo con el pasaje, el hotel, la comida o las actividades, sino que además hay que asumir la llamada Tasa de Preservación Ambiental, un cobro que parte en unos 18 dólares diarios y que va aumentando con el tiempo. Así, mientras más uno esté en Noronha, más paga.
¿El objetivo? Que nadie quiera –ni pueda– quedarse a vivir. Ese monto, que va directo a las arcas del estado de Pernambuco, al que pertenece Noronha, en el discurso es utilizado para mantener la isla (aunque eso no siempre se nota: la pista del aeropuerto, por ejemplo, lleva meses en mantención, y ni hablar del estado de las calles, los servicios básicos de salud o la pésima conexión a internet, entre otros problemas que afectan a los habitantes del “paraíso”) y también para preservar su naturaleza, donde tortugas marinas, delfines rotadores, rayas, tiburones, todo tipo de peces de colores, aves y otras especies de fauna conviven felices y tranquilos, un espectáculo del que uno puede ser testigo privilegiado, sobre todo si lo admira bajo el mar.
Por entonces, a Noronha no entraban más de 500 personas por día y las playas permanecían prácticamente vacías. Es cierto, eso hoy no ha cambiado mayormente: como pocos lugares, la veintena de playas que tiene Noronha nunca están llenas de gente, pero hay datos que muestran una diferencia. Según un reciente artículo de la BBC, en 2022 se batió el récord de turistas que visitaron el archipiélago: 149 mil personas, un 30 por ciento más que el año anterior.
En 2005, la isla todavía se sentía como un descubrimiento. La mayoría de las posadas eran casas de locales reconvertidas al turismo, y solo contaba con un par de hoteles de lujo. Había muchos menos restaurantes y pocos autos dando vueltas, en su mayoría buggies traídos desde el continente, los únicos capaces de transitar por los caminos pedregosos y frecuentemente embarrados de la isla. Hoy, eso ha cambiado bastante. Aunque las posadas domiciliares todavía existen, ya van en retirada, porque ahora lo que rinde es la sofisticación y el estilo.
Así, proliferan las posadas boutique, mucho más caras y exclusivas, que se construyen en distintos lugares de la isla. Los ricos y famosos –sobre todo celebridades de la gigante TV Globo– siguen llegando como siempre, pero ahora lo anuncian en sus cuentas de Instagram. Y con ello, muchos turistas ya no vienen precisamente para bucear entre tortugas marinas o aprender sobre la vida de los delfines rotadores, sino más que nada para sacarse la misma foto y en la misma piscina natural donde Neymar Jr., el astro brasileño de fútbol, que ha venido en su jet privado directo desde París, se fotografió con su novia.
Preservar, ante todo
También han aparecido decenas de restaurantes, en casi todas las esquinas, y la isla se ha llenado de autos. Tantos que incluso se llegan a armar pequeños embotellamientos en la Vila dos Remédios, el “centro” de la isla. Ocurre que Noronha tiene un plan innovador: de aquí a 2030, todos los autos de la isla deben ser eléctricos. De hecho, ya hay varios circulando, pero el problema es que los antiguos hay que sacarlos y, mientras eso no ocurra, solo se siguen acumulando. Si bien Noronha ha cambiado, sus playas y bellezas naturales siguen siendo incomparables. Y esto no lo digo con la verdeamarela puesta: tantos ránkings y elecciones de viajeros profesionales y medios respetables no pueden estar equivocados. No lo están.
Pero también es claro que la isla ya no es tan salvaje como antes. Hace 18 años, para llegar a Praia do Sancho bastaba con acercarse a la bahía, caminar unos minutos en medio de la mata y llegar hasta la escalera que baja por el acantilado y conduce al edén. La única dificultad, aparte del calor húmedo y sofocante, era descender por ese estrecho pasadizo en la roca, en donde era bastante fácil resbalar y caer. Sin embargo, a partir de 2012, la forma de acceso cambió. Ese año, el Parque Nacional Marino fue concesionado al mismo grupo empresarial que administra las Cataratas de Iguazú, y desde entonces, para poner los pies en sus extraordinarias playas –las mismas que cada año lideran todos los rankings, como Sancho, Baía dos Porcos o Leão–, hay que pagar extra. Esto es, ya no solo la Tasa de Preservación Ambiental diaria que permite estar en Noronha, sino además la entrada al parque nacional: 358 reales por persona (unos 70 dólares), que son válidos por diez días. Los isleños, que toda su vida habían venido hasta acá sin control de ningún tipo, desde entonces deben contar con una tarjeta que los identifique como residentes.
Son los costos de la conservación, dirán algunos. O la forma más simple y directa de evitar que estos lugares tan frágiles se llenen de gente. Como sea, la modernización está a la vista: no solo la escalera para llegar a Sancho fue mejorada, sino que se ordenó el ingreso a la playa: se puede subir o bajar solo a ciertas horas del día, que se indican en un letrero.
La nueva administración, además, construyó casetas de acceso, con tienda y cafetería, baños, pasarelas de madera en elevación para no dañar la flora nativa y miradores. Es cierto: por fuera, Praia do Sancho cambió y se hizo más conocida, pero desde la arena misma, la “mejor playa del mundo” sigue prácticamente igual: una idílica bahía, alejada de todo, donde no hay nada más que una playa tibia y cristalina y muchos animales marinos, que se pueden ver sin siquiera sumergirse.
Y donde a ciertas horas del día un avión pasa trayendo nuevos visitantes que vienen a comprobar si todo esto que se dice es verdad, y si el llamado “paraíso” existe en estas remotas islas.
Datos útiles
Cómo llegar. Hay vuelos diarios desde Recife, Natal y Fortaleza. La tarifa parte en los 340 dólares.
Tasas de entrada. Cada visitante que llegue a Noronha debe pagar una tasa de conservación que varía según la estada: 1 día cuesta 18 dólares; 5 días, 90. Se puede pagar online o en el aeropuerto de ingreso.
Además, es necesario pagar la entrada al Parque Marino, que da acceso a la mayoría de las playas, como Do Sancho y Do Sueste. Cuesta US$ 70 para extranjeros (vale por 10 días seguidos). Para ingresar en algunas playas, también es necesario reservar con anticipación.
El Mercurio (Chile)Más notas de Viajes
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