El parque nacional Chapada dos Veadeiros, en el estado de Goiás, cerca de Brasilia, atesora valles, infinidad de saltos de agua, bosques tropicales y rocas erosionadas por la acción del viento
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Los viajeros que buscan conectar con la naturaleza no tardarán en descubrir el Parque Nacional de la Chapada dos Veadeiros, en el centro mismo de Brasil. Por ahora sigue siendo prácticamente un secreto, solo conocido por los funcionarios instalados en Brasilia, quienes representan a su vez la casi totalidad de los viajeros que disfrutan de este paraíso natural tropical. Muy pocos extranjeros llegaron hasta ese mundo de eterna primavera, paisajes asombrosos, pueblitos bohemios y muchas cascadas para disfrutar del agua, como en las playas, pero a 1500 kilómetros de la costa.
Este edén queda en el norte del estado de Goiás y por su posición se podría pensar que forma parte de la gran cuenca y de la selva del Amazonas, pero en el gigantesco Brasil lo que parece cerca está en realidad muy lejos, y la jungla ecuatorial se encuentra a unos mil kilómetros de distancia. La vegetación del parque es, de hecho, muy diferente. Se la conoce como el cerrado, una sabana con bolsones de bosques tropicales. Las plantas de este ecosistema, al igual que los seres vivos, deben soportar un clima drástico: seis meses de sequía total y seis meses de lluvias imparables.
Por esta razón los lugareños, como Magela Fernández, una guía uruguaya que vive desde hace varios años en São Jorge (una de las localidades insertadas dentro del parque), aconseja viajar durante el otoño, cuando la temporada de lluvias está terminando y los paisajes se ven todavía muy verdes, explotando de vida. Cuando termine el invierno, las sabanas estarán totalmente amarillas y los viajeros mirarán desconcertados los árboles sedientos, poniendo en duda su capacidad para sobrevivir hasta la siguiente temporada de lluvias.
¿Montaña o meseta?
Pero la naturaleza es sabia, explica Magela. Durante sus guiadas, explica cuál es la estrategia de la biodiversidad para resistir. “Aquí hablamos de un bosque invertido porque la biomasa de los árboles es mucho más grande bajo tierra. En épocas de sequía, tienen que buscar el agua en zonas muy profundas del suelo y sus raíces forman un volumen mucho más importante que sus copas”.
Ella conoce cada rincón del parque, cada sendero y sobre todo los mejores puntos para refrescarse en piletas naturales o admirar saltos de agua, las cachoeiras que le dieron fama de la región.
El Parque de la Chapada dos Veadeiros cuenta con una infinidad de saltos de agua. Su relieve parece incluso haber sido creado con ese fin. El suelo es uno de los más antiguos del mundo y sus rocas ya formaban montañas cuando la mayor parte de nuestro mundo actual estaba todavía bajo los océanos primordiales.
Magela cuenta frente a este paisaje que las cumbres fueron desgastadas por la erosión durante miles de millones de años. “Los picos se achataron y fueron arrasados hasta convertirse en mesetas y planicies, pero los ríos siguieron cavando y originaron lo que vemos ahora como valles. Es lo que nos da la ilusión de que las chapadas siguen siendo sierras, cuando en la realidad lo fueron hace cientos de millones de años”. Es un relieve hecho a medida para que los ríos luzcan sus mejores saltos.
Lo que en Brasil se llama chapada es a la vez una montaña, una meseta y una llanura; algo sorprendente, que da una impronta única a los paisajes de la región. A pesar de las épocas de intensas sequías, las lluvias abundantes durante medio año transformaron la región en una gran reserva de agua y formaron varios ríos, que fluyen hacia la cuenca del Amazonas (mientras que en la región vecina de Brasilia, los cursos de agua terminan aportando al Paraná o al Uruguay).
Según las épocas del año, los guías llevan a sus grupos hacia un salto u otro. Todo depende de las precipitaciones o de la sequía, porque los saltos varían en intensidad y algunos incluso pueden llegar a formar apenas unos hilitos de agua. Es imposible pretender mencionar o conocer todas esas cachoeiras.
El parque nacional es gigantesco y se extiende sobre decenas de miles de hectáreas. Una de las imperdibles es la Cachoeira do Segredo, una de las más concurridas, aunque el turismo todavía está en pañales en la región. Admiran su belleza principalmente los brasileños, y los extranjeros representan una ínfima minoría de los caminantes que se cruzan por los senderos de laterita del parque (la misma tierra roja que se encuentra en la provincia de Misiones).
La cascada lleva un nombre que le dieron en tiempos coloniales algunos buscadores de oro celosos de su paradero: eran los que encontraban abundante metal dorado en sus limos, cuando la ubicación de la cascada era un secreto conocido por unos pocos afortunados. En nuestro mundo 4G, el oro es turístico, pero se hace desear tanto como los tesoros de antaño, porque hay que caminar unos 14 kilómetros para llegar hasta allí.
Guacamayos a la vista
No todas las caminatas son tan largas. Desde el portal de entrada al parque, cerca de la localidad de Alto Paraiso, hay varias propuestas y la más corta es de solo media hora. Aunque no permite llegar a los miradores para ver el valle del río Preto en todo su esplendor, y la multitud de saltos que debe sortear para seguir su curso entre las chapadas, alcanza para ir a remojarse en sus aguas, en un tramo tranquilo de piletones naturales, bienvenidos para refrescarse del intenso calor de las tardes. Desde el mismo punto de partida, la caminata más popular del parque es la que sigue la Trilha dos Saltos, hasta un mirador colgado sobre lo alto de un precipicio de más de 120 metros.
Cualquiera sea la opción elegida, los guías del centro de interpretación entregan toda la información necesaria y aconsejan sobre el nivel de dificultad de cada sendero, en función de las condiciones físicas de sus visitantes. Hay que tener en cuenta que el español circula poco en la región, pero el portuñol ayuda para hacerse entender y los carteles son claros y bien gráficos. En el mismo centro de interpretación, una estatua representa el animal más emblemático del portal: es un aguara-guazú, conocido localmente como lobo guará. No hay que hacerse muchas ilusiones en cuanto a avistajes. Al igual que sus primos del norte argentino, son animales sumamente tímidos y es prácticamente imposible verlos. Por suerte otros animales emblemáticos de la región no son tan escurridizos, principalmente las aves, y entre ellos los muy vistosos guacamayos, sean los rojos o los azules y amarillos.
Además de los saltos más accesibles del parque, otro sitio muy concurrido durante los fines de semana es el Vale da Lua. De fácil de acceso está a poca distancia de São Jorge, una de las villas turísticas locales. Las aguas del arroyo São Miguel crearon a lo largo de millones de años un paisaje lunar, tal como lo indica el nombre de este lugar de una extraña belleza. Entre el estacionamiento, los saltos y los piletones, el camino tiene algunos desniveles, pero nada que no se pueda hacer con un mínimo de atención.
El esfuerzo, como siempre en la región de la Chapada dos Veadeiros, vale la pena. Luego de caminar por un valle digno de las películas de dinosaurios jurásicos, se llega a un caos rocoso que agrega dramatismo a este paisaje. El río transcurre en medio de las grandes piedras grises y forma pequeños saltos y varios piletones naturales, ideales para pasar un día al fresco.
Fuera de este mundo
Si bien es totalmente posible realizar la visita por cuenta propia, el servicio de un guía aporta su cuota de valor agregado para conocer algunos secretos locales. En este caso, se trata de un recoveco en las rocas, conocido como el Alien, para sacarse fotos que hacen pensar en un encuentro del tercer tipo… El tema de los extraterrestres es omnipresente en São Jorge y circulan localmente muchas historias de avistamientos y de episodios inexplicables. Algunos creen que esta atracción de los alienígenas por la región de la Chapada se debe a que está sobre el Paralelo 14, un lugar cargado de energías particulares que tiene una conexión particular con Machu Picchu, más o menos sobre la misma latitud.
La onda esotérica del entorno se puede palpar de manera directa en São Jorge, donde se pintaron varios ET sobre las paredes y donde se confeccionan recuerdos en forma de hombrecillos verdes. Hasta se dice que el cuarzo, omnipresente en las rocas de la región, es el elemento que crea la energía y la vibra particular. Se comenta que algunas grandes placas de ese mineral sirven incluso de pista de aterrizaje para naves espaciales llegadas de otros universos…
São Jorge tiene un ambiente bohemio, como los pequeños balnearios del nordeste. Pousadas y restaurantes sin paredes se suceden a ambos costados de la calle principal. La onda festiva se instala desde el atardecer al ritmo del reggae y del choro, puesto a todo volumen en los bares.
La onda new-age atrajo a muchos especialistas en hierbas medicinales y promotores de alterterapias, y en ciertas fechas del año se forma un mercado que reúne a productores y terapeutas. El cerrado es una de las farmacias más grandes del mundo, donde los especialistas conocen las virtudes de cada una de las plantas. Todo está al alcance de la mano para quien conoce los secretos de este mundo natural generoso.
Datos útiles
Cómo llegar. Para viajar a São Jorge es posible alquilar autos desde el aeropuerto de Brasilia, a 250 km. Las rutas son seguras y están en buen estado. Hay estaciones de servicio con regularidad para recargar combustible, comer o descansar.
Alojamiento. Las dos mejores opciones son las localidades de São Jorge y Alto Paraíso. Hay menos de 40 kilómetros entre ambos. La oferta es completa, desde pousadas económicas hasta hoteles boutique de categoría.
Gastronomía. Se aconseja la experiencia del restaurante vegetariano Sucupira, en Alto Paraiso. Por otra parte, el chef Lui Veronese abrió un restaurante en la Casa de la Cultura de São Jorge, donde pone en práctica años de trabajo en los más prestigiosos restaurantes de Europa (y entre ellos El Bulli, junto a Ferran Adrià).
Entradas. El acceso al Parque de la Chapada dos Veadeiros cuesta 42 reales por persona.
Al Valle de la Luna, 40 reales por persona. Un dólar equivale a 5 reales.