Trabajaban en el rubro del cine, pero durante la cuarentena descubrieron una nueva faceta que los llevó a emprender en un negocio innovador
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El proyecto arrancó en pandemia. Nina Iguña y Rodrigo Iurlano de 35 años, trabajaban en la industria del cine y, vivían en Nueva York cuando estalló el Covid. La actriz y el productor decidieron volver a Buenos Aires por unos días hasta que todo se normalizara, pero nunca se imaginaron que quedarían un año entero varados sin poder regresar. Tuvieron la suerte de que una amiga les prestó una casa en Caseros donde pasaron la cuarentena.
Un giro inesperado
Durante los primeros meses de encierro siguieron dedicándose a la producción de una película, pero cuando llegó el invierno tuvieron que poner en pausa el rodaje debido a la falta de luz natural que necesitaban para filmar. Sin mucho para hacer, Nina incursionó en la cocina, un pasatiempo que le encantó. Desde adolescente es vegana y conseguir productos acordes a su dieta le resultaba difícil: “Hace unos años comer de esta manera no era común, no había mucho conocimiento sobre el tema ni tampoco tantas alternativas de comida”, cuenta Nina.
Con tiempo de sobra, estaba decidida a experimentar y explotar su faceta de chef y así, potenciar todo lo que fue aprendiendo durante este camino. “Desde hace varios años estoy investigando, probando sabores, eligiendo productos, sacando ideas. Como Rodrigo es intolerante al gluten siempre estoy haciendo opciones de comidas que se adapten a los dos”, dice Nina.
Lo primero que hizo fue una torta havanette, uno de los clásicos de la pastelería argentina y que según cuentan se transformó en su hit. La masa a base de castañas de cayú y el dulce de leche es de almendras. Le siguieron los chía puddings y la cheescake. Ante estos deleites, Rodrigo le sugirió que tenía que vender estos productos tan deliciosos.
Por diversión armaron una caja de desayuno. “Hicimos un banquete con un poco de todo lo que nos gusta. Le hicimos una súper producción y lo subimos a una página de ventas online”, cuenta Rodrigo. Para su sorpresa, tuvieron la primer venta y a partir de ahí, nunca más pararon. Los pedidos crecían y la repercusión fue tal que pensaron en abrir un local. “Empezamos a averiguar y nos encontramos con muchísimas trabas, nos resultó imposible y nos asustó”, explica Nina.
El proyecto no prosperó. Con un poco de frustración y una cuota de tristeza de por medio, les surgió de manera inesperada la posibilidad de radicarse en Uruguay. Se pusieron manos a la obra y organizaron la mudanza con la idea de abrir un local en el país vecino.
Con una inversión inicial de US$20.000 y “la presión de estar invirtiendo todo en algo tan incierto”, alquilaron un espacio comercial desde Buenos Aires a través de fotos. “Nos la jugamos”, cuentan.
El proceso no fue fácil: tuvieron que refaccionar y acondicionar el local a pulmón para transformarlo en un espacio gastronómico con todas las exigencias necesarias que esto implica.
“Cuando llegamos a Punta del Este no teníamos auto, no conocíamos la ciudad, tampoco a nadie del rubro de la construcción. El arranque fue duro, hicimos todo solos. Caminábamos desde nuestra casa hasta el local con los materiales al hombro. Fue un trabajo de hormiga”, recuerda Nina.
Fueron meses donde las emociones reinaban a flor de piel. “No tomamos dimensión del negocio que estábamos arrancando y todo el tiempo nos preguntábamos si sería de interés algo tan particular y de nicho” explica Rodrigo.
“El Ranchito”, como lo llaman sus dueños, está ubicado en una pintoresca esquina en la zona de La Barra. Con la madera como el material estrella y de impronta rústica y canchero, inspira una vibra relajada. Se llama Sana A Rou y su propuesta culinaria de comida libre de gluten, sin azúcar y vegana es de 80 productos súper variados. Desde opciones saladas que incluyen wraps y bowls, hasta dulces, helados y cafés. Nina está a cargo de la cocina y Rodrigo de atender a los clientes. “Hasta que nosotros no estamos conformes, no lanzamos nuestros platos”, dice.
“Nos animamos a confiar en algo que nos gustó mucho, que es saludable, de calidad y orgánico. Es un reflejo de cómo somos nosotros y de lo que nos representa”, dice Nina.
Vivir frente al mar les cambió la vida. “Nos sentimos más vivos que nunca. La playa te da otro ritmo, bajamos un cambio, vivimos más tranquilos y aprendimos que sea como sea llegás al mismo lugar, no hace falta ir corriendo”, concluye Nina.
En este camino descubrieron un mundo nuevo. Si bien de a poco fueron retomando sus actividades cinematográficas -terminaron una película y arrancaron a escribir un guión- cuentan que con la gastronomía se reinventaron. “Creo que este cambio en el estilo de vida se basó en la confianza, en creer en nosotros mismos y en animarnos”, comenta Nina.
Una apuesta innovadora que de a poco suma más comensales con un nuevo concepto en alimentación consciente y saludable que le hace honor a los productos orgánicos y a base de plantas. Para algunos es una novedad, para otros un estilo de vida.
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