Cuando comienza un nuevo año es habitual hacer proyectos, que luego cuesta llevar a la práctica; cuatro especialistas acercan las claves para modificar hábitos y cumplir con los objetivos soñados
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Pedro y Carolina junto a su hijo Diego, de cinco años, encienden la llama dentro del globo de papel, lo levantan y lo sueltan. El niño, maravillado, lo observa elevarse con una sonrisa llena de ilusión. En torno de ellos una multitud replica el ritual, hasta que la noche se ilumina con cientos de linternas que elevan al cielo sus deseos de un futuro mejor.
La suelta de globos de luz o linternas de Kongming es una tradición que comenzó en China como una táctica de comunicación militar durante el período de los Tres Reinos y que hoy es un símbolo de celebración y nuevos comienzos en el mundo entero, desde el festival de Yi Peng en Chiang Mai, Tailandia hasta el Día de los Muertos en México. Antepasado lejano de los despliegues de pirotecnia con que se recibe cada año en occidente, en China y Taiwán el ritual forma parte de las celebraciones del Año Nuevo Lunar.
La creencia es que cuando estos globos con sus deseos escritos alcanzan el cielo, llevan consigo los mensajes y allí los sueños se hacen realidad. Y cuanto más alto lleguen, mayor será la posibilidad de recibir respuestas celestiales a sus peticiones y oraciones.
La tradición de iniciar un nuevo ciclo con una lista de deseos e intenciones no es nueva. Lo cierto es que con cada año nuevo, la lista de propósitos se agranda: crece el entusiasmo y las ganas de llevar a la acción anhelos vitales como dejar de fumar, comer sano, hacer más ejercicio, ahorrar más o ver con más frecuencia a viejos amigos, por citar algunos ejemplos. Pareciera que armar este mapa de deseos es en sí mismo placentero ya que el solo hecho de trazar una dirección ayuda a superar los procesos de melancolía y angustia comunes en estos días, al mismo tiempo que facilita la reflexión sobre los anhelos para el futuro.
Sin embargo, la realidad es que cuesta mucho ponerse en marcha y los planes no suelen llegar a buen puerto.
Según una encuesta de OnePoll que publicó la plataforma española Productividad Feroz, el 68% de las personas reconoce que nunca ha logrado cumplir sus propósitos de Año Nuevo.
El informe indica que a pesar de la intención de dejar atrás conductas tóxicas, la realidad es que la mayoría de las personas sucumbe a la rutina y mantiene sus hábitos, lo que puede resultar en una profunda frustración para aquellos que buscaban iniciar un cambio.
Conscientes de ello, a continuación cuatro especialistas dan las claves para vencer las conductas que nos impiden modificar hábitos y poder cumplir con nuestros propósitos.
Saber qué se quiere y surfear las circunstancias
Confundir un deseo con una ilusión es de las cosas más habituales que ocurren cuando el 31 de diciembre va llegando. Las ilusiones de fin de año se relacionan más con el afán de cumplir con algún modelo preconcebido que con honrar, a través de la acción, algo que se lleva en el corazón. Adelgazar, ganar más plata, cambiar de trabajo, conseguir pareja, ordenar la baulera. Nada de eso se hará realidad si no se vivencia en clave de algún tipo de ganas y si los enunciados de fin de año solo se pronuncian desde el mero voluntarismo.
Cuando se expresa un propósito relacionado con una deuda a ser saldada (“este año juro que me pongo al día con los trabajos pendientes”), o como una acción para impedir algo malo (“voy a comer sano para no enfermarme”) lo más probable es que la cosa no prospere demasiado. Distinto es decir “hay cosas que me interesan hacer y para ello terminaré con los trabajos pendientes” o “tengo ganas de sentirme bien y por eso voy a comer sano”.
Todo va mejor cuando se hacen proyectos “gánicos” que tengan en cuenta la trama singular de cada persona, sus resortes emocionales más íntimos, más que con cumplir mandatos o con evitar algo negativo. Lo prudente es ser austeros a la hora de los proyectos de fin de año. Aprovechar el cambio de ciclo para alivianar el espíritu más que para llenarlo de propuestas voluntaristas que se transforman en pesada deuda. Lo mejor es clarificar y discernir lo que se quiere y, desde allí, y por añadidura, las cosas se irán desplegando con eficacia. Sin esa claridad, se vivirá tras la zanahoria sin saber siquiera si es eso lo que se desea perseguir. La base de los proyectos es el presente, y si estamos peleados con él todo lo que surja será vivido como revancha o compensación y eso no suele terminar de buena manera. La frase “lo que no te mata, te fortalece”, no por remanida deja de ser pertinente en este caso, por lo que vale darle las gracias al 2023 antes de mirar hacia el horizonte.
Ocurre también que cuando llega el tiempo de mirar dicho horizonte, muchos se fijan en lo que “convendría” que ocurra, según un pensamiento excesivamente lineal.
Por ejemplo: hacer un curso de algo “útil” (sin ver si se relaciona con la vocación propia), casarse (sin pensar en el estado de la relación) o adelgazar (sin abordar la trama emocional subyacente). En ese plano, recordemos que no siempre la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos.
Los verdaderos proyectos, esos que surgen de un deseo profundo, son dúctiles, no rígidos. No se trata de cumplir con una agenda estricta sino de saber qué se desea y, luego, surfear las circunstancias. Eso lo sabemos muy bien los argentinos, que somos expertos en proyectar en la incertidumbre y no por ello claudicamos. Proyectar es un arte, no una técnica, y en tal sentido, tal vez el mejor proyecto sea el de obtener la mayor claridad posible para saber qué queremos de verdad, y que lo demás quede en manos de la creatividad, suerte y temple que se tenga para jugar el partido.
Por Miguel Espeche, psicólogo, especialista en vínculos, salud mental comunitaria y potenciación humana.
Ser escultor del propio cerebro
El secreto para instalar a partir de hoy el hábito de planificar y llevar a la acción lo que se proyecta consiste en entender cómo funciona el cerebro y así poder programarlo. Al cerebro le encanta ganar, por eso las metas deben ser lo suficientemente desafiantes como para “levantarse del sofá” y lo suficientemente alcanzables para tener éxito.
Eso de mañana dejo de fumar, o salgo a correr diez kilómetros cuando ni se camina una cuadra… se acabó porque el cerebro, en silencio, dice: “Ni lo pienses”. En cambio, si uno se propone fumar un cigarrillo menos que hoy o caminar tres cuadras más, esto sí se puede lograr.
Los hábitos son necesarios para el cerebro y para la vida. Sería casi imposible avanzar sin la automatización de acciones y la forma de hacerlo es creando rutinas que ahorran energía y tiempo. En este contexto, surge una pregunta reflexiva: ¿qué hábitos se están repitiendo que alejan de lo que en realidad se quiere lograr?
Declarar en positivo y afirmativo. Basta de los “no quiero”… porque el cerebro entiende lo contrario, ya que le es imposible registrar el no delante de una afirmación. Hay que enfocarse en lo que sí se quiere. Hacer esto, ya cambia la vida.
Donde va el foco, va la energía y eso es lo que uno tiene en su vida. Al cambiar el lenguaje, declarando lo que sí se quiere, se está dando la orden correcta al sistema activador reticular ascendente (SARA), que es la parte del cerebro que actúa como un filtro de la cantidad de bits de información que recibimos por segundo. Cada uno ve lo que está en su SARA, que evalúa, planifica y regula las estrategias conductuales, al mismo tiempo que mantiene el control sobre un gran número de variables biológicas. Funciona así: si todo el día uno está escuchando catástrofes, lo mal que estamos, lo imposible que es…. el cerebro saldrá a buscar todas las experiencias que encuentre para darle la razón. Por el contrario, si uno se empieza a nutrir con información positiva que acerque a su meta, se lee en línea a eso, se habla de ella en presente como si ya se hubiese logrado, el SARA va a poner en frente información y experiencias para alcanzarla porque el cerebro quiere ganar.
Atraemos lo que sucede en nuestra vida. Por eso es clave celebrar cada pequeña nueva acción, aunque esté lejos del objetivo. Es preciso que el cerebro entienda que es placentero hacer diferente y que es recompensado. A la vez, esto da más energía para seguir haciendo. Hay que borrar la frase “lo voy a intentar” porque solo vuelve el compartimiento mediocre, y quita la posibilidad de aprender. Edison hizo más de 1200 experimentos hasta inventar la bombilla.
Soñar en grande y hacer en pequeño. Todos los días hay que comprometerse con una acción, un pensamiento y una emoción que nos acerquen a nuestra meta. Experimentarlas en momento presente como si estuvieran sucediendo al menos dos veces al día por unos 10 minutos.
El premio nobel Santiago Ramón y Cajal dice: “Todo ser humano, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro”. Los invito a que este año se regalen esa oportunidad. El verdadero descubrimiento es aprender a mirar lo que nos pasa con nuevos ojos.
Por Jackie Delger, neuropsicoeducadora y coach.
Poner al ejercicio físico como prioridad
Mucha gente viene a consultar a comienzos de año con el propósito de poder hacer ejercicio y comenzar a tener un entrenamiento estable para ver los resultados propuestos. Sin embargo, a medida que van pasando los meses recurren al consultorio, sin haber podido cumplir las metas de mediano plazo. Las principales “excusas” son: cantidad de trabajo, vida familiar y compromisos sociales que van ocupando el tiempo que requiere esa actividad.
Al indagar un poco más observo que esta meta de ejercitar, se desvanece al no tener una prioridad constante en la vida de la persona. Muchas veces me he preguntado cómo puede suceder esa deserción si cada vez la sociedad es más consciente de la importancia y los beneficios del ejercicio físico para la salud integral.
Conversando con profesionales de psicología, observan que en la actualidad la fuerza de voluntad, la capacidad de espera y la tolerancia a la frustración son características menos desarrolladas que en otros tiempos, debido a los facilitadores que ofrece la vida diaria, que no estimulan el desarrollo de estas características.
Considero que hay que aportar para una mayor concientización la idea de “movimiento constante”: nuestro cuerpo tiene muchos músculos y articulaciones y está hecho para moverse.
Hacerlo en forma correcta nos mejorará la salud. El ejercicio físico brinda beneficios concretos y probados como la mejora de la movilidad, la fuerza, el tono muscular, la coordinación, la capacidad cardiorrespiratoria y una mayor energía diaria, mejoría del sueño y del descanso.
Algunos consejos prácticos para no rendirse son los siguientes:
Es importante encontrar objetivos más inmediatos y reales a corto plazo, que permitan ir transitando el camino del cuidado personal. Así como muchas personas son más conscientes de su alimentación y pueden organizarse y sostener mejor una dieta saludable, esa misma conciencia se debe ir logrando en este tema: conseguir los ejercicios diarios, con la salud como meta a corto y a largo plazo.
No creer que por no tener equipamiento, accesibilidad o el tiempo ideal no se puede realizar actividad física. Salir a caminar, y hacer algún ejercicio utilizando el propio peso corporal son los primeros pasos para salir del sedentarismo.
Debemos tomar a los ejercicios físicos como parte habitual de nuestra vida y reemplazar algunos hábitos como ir al gimnasio por actividades en otro lugar, cuando no se pueda continuar por falta de tiempo o por motivos económicos.
Sugiero, siempre que sea posible, establecer un compromiso con un compañero o grupo para actividades como pueden ser las caminatas o salir a trotar.
Buscar algún tipo de recompensa saludable, junto con quien se haga el ejercicio: desde una charla o un encuentro con un amigo.
Monitorear con algún reloj o celular las actividades suele ser un incentivo más para continuar progresando.
Tomar a la actividad física como un “medicamento”. Plantear en ese caso, dosis adecuadas diarias.
Por Pablo Pelegri, deportólogo.
Cambiar es posible, pero requiere un esfuerzo
Desde una perspectiva científica, las neurociencias revelan que nuestro cerebro está intrínsecamente preparado para cambiar. La neuroplasticidad, la capacidad del cerebro para adaptarse y reorganizarse en función de la experiencia, es una habilidad que conservamos a lo largo de la vida, evidenciando nuestra capacidad innata de cambio.
A pesar de esta predisposición, surge la pregunta: si estamos preparados para el cambio, ¿por qué nos cuesta tanto? Lo que sucede es que, aunque estemos preparados, cambiar consume muchos recursos, y el cerebro busca reservarlos, desmitificando la idea de que solo usamos el 10 por ciento de su capacidad.
Por otra parte, también le incomoda cambiar. Para explicarlo simplemente, el cerebro se encuentra más cómodo en entornos familiares ya que opera mediante la anticipación. Lo novedoso puede provocarle incomodidad y por lo tanto activar la alarma de que algo es diferente a lo habitual, buscando retornar a su estado anterior, donde todo le era más fácil y predecible.
Cambiar implica el uso de una cantidad considerablemente mayor de recursos atencionales y la toma de decisiones conscientes, lo que se traduce en un mayor gasto de energía. El cerebro opera de manera eficiente y busca minimizar el consumo de energía. Se puede visualizar este proceso al imaginar que queremos atravesar un pastizal en automóvil por primera vez. En esa primera ocasión, el pasto puede estar alto, y se deberá avanzar lentamente mientras se observa con cuidado el terreno para evitar pozos u obstáculos. Ahora bien, imaginemos que a partir de ese día, transitamos el mismo camino diariamente. Cada vez que pasamos, la huella es más notable haciendo que el camino sea más fácil de transitar.
Otro punto importante cuando se habla de cómo generar cambios es que el cerebro se adapta, se modifica, con la repetición. A medida que repetimos el nuevo hábito o la nueva conducta que queremos desarrollar con mayor frecuencia, el esfuerzo necesario y las alarmas disminuyen y mantener el cambio se vuelve más fácil con el paso del tiempo.
Y entonces ¿cómo hago para cambiar? Hay algunas cuestiones que pueden ayudar:
Conocer nuestro cerebro y entender qué facilita u obstaculiza el cambio es esencial.
Entender que cambiar es posible, pero también reconocer que requiere un esfuerzo consciente que vamos a tener que sostener en el tiempo, facilita una mirada más realista con respecto a la posibilidad de cambiar.
No proponerse transformaciones muy grandes o demasiadas en simultáneo. Es mejor ir logrando lenta pero consistentemente objetivos parciales que exigir un cambio brutal que no podamos alcanzar. Recordemos que el 1 de Enero no es el único día que se puede empezar a cambiar.
Proponerse objetivos concretos y alcanzables y premiarse cuando se logran, anima al cerebro.
Por María Roca, coordinadora científica de Fundación Ineco, directora de Ineco Organizaciones.
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