Una expedición científica que escaló el pico estudió los efectos de la altura en el organismo. El grupo incluyó a profesionales de la salud y deportistas que pusieron a prueba su cuerpo. Enfrentaron reacciones misteriosas
Nada le hace sombra. Majestuoso, el pico más alto de América luce imponente con sus casi 7000 metros de altura. Tan cercano parece a la vista, pero tan lejano se siente a la hora de arañar la cima. Hacia allí, aceptando el desafío que imponen los Andes, partió en enero último un grupo de 35 argentinos con un objetivo distinto del habitual: llevar adelante la Expedición Científica Aconcagua 2000 para investigar las modificaciones del organismo a medida que se va escalando.
"Hasta ahora no existían experiencias de médicos que hubieran acompañado a deportistas y monitoreado mediante diferentes estudios los cambios que se producen en el cuerpo a medida que se asciende. Los controles que había eran antes de la partida y luego de la llegada, pero nunca durante el trayecto", comenta el doctor Néstor Lentini, director de la carrera de posgrado de Medicina del Deporte de la Universidad de Buenos Aires, y director científico de esta experiencia bautizada como Aconciencia . A cuestas no sólo con los víveres y el equipamiento, sino con un laboratorio portátil que permitió obtener 2000 datos bioquímicos, el contingente -integrado por cinco profesionales de la salud que se habían entrenado para la ocasión, profesores de educación física y deportistas- partió el 19 de enero con el inestimable apoyo de la Compañía de Cazadores de Montaña del Ejército Argentino. Por cierto, el equipaje pesado y el instrumental, como la bicicleta ergométrica, eran cargados por mulas. Contaban con todo lo necesario para efectuar evaluaciones bioquímicas, cardiológicas, oftalmológicas, funcionales directas e indirectas.
Sólo tres mujeres eran de la partida: una médica traumatóloga, una socióloga y una estudiante de medicina, que al ser operada de cáncer óseo recibió una prótesis en reemplazo del fémur. "Ella, al igual que otro joven también intervenido quirúrgicamente por osteosarcoma, ponían a prueba la fatiga del material del implante. Por supuesto que llegaron sin ningún inconveniente. Para nosotros era una inyección psicológica de entusiasmo; si ellos subían, nosotros debíamos poder hacerlo", relata el deportólogo a cargo de esta expedición que contó con el auspicio y la colaboración de la Secretaría de Deportes y Recreación de la Nación, Dirección de Deportes de Mendoza y la Fundación Oftalmológica Dr. Hugo Nano, además de distintas empresas privadas.
Cambia, todo cambia
El ascenso es lento, metro a metro, pero el organismo no se engaña y no tarda en dar señales. "A partir de los 2000 metros sobre el nivel del mar uno de los primeros síntomas del mal de altura es el dolor de cabeza, que se agudiza a mayor altura. También pueden registrarse insomnio, mareos, trastornos gastrointestinales, falta de apetito, taquicardia, irritabilidad. Se van sumando malestares a medida que se escala; la explicación principal es la hipoxia (disminución de oxígeno) que se produce al descender la presión barométrica con la altura", precisa. El grupo no escapó a las generales de la ley. El 47 por ciento presentó cefaleas, un 35 por ciento no podía dormir, y entre un 4 y 5 por ciento se dividió entre mareos, náuseas y anorexia. En cambio, no se registraron casos de irritabilidad y agresión. Por el contrario, todos colaboraban con entusiasmo y se prestaron a realizar los estudios médicos. Es más, se analizaron distintas formas de hidratación, que obligó a un grupo a beber sólo agua mineral y a otros dos, distintas fórmulas conteniendo sodio, glucosa, etc., conocidas como bebidas carbohidroelectrolíticas . Cada uno respetó el brebaje asignado a rajatabla. "Es que estábamos muy concientizados de la importancia de la investigación", indica la socióloga María Eugenia Nano. Desafiar la altura puede costar la vida. Una de las graves dificultades de los andinistas es el edema agudo de pulmón y el edema cerebral, como consecuencia también de la falta de oxígeno. A poco de iniciada la travesía, el equipo médico atendió por estas dolencias a un escalador de otro contingente. El había estado en el Himalaya a mayor altura, pero sin embargo debió ser evacuado de urgencia del paraje Nido de Cóndores a 5300 metros de altura.
"Esto puede sucederles incluso a personas acostumbradas a los ascensos, como también a quienes están predispuestos a sufrir esta complicación, que no tiene medicación posible. El único tratamiento es descender en forma muy rápida para salvar la vida", indica Lentini, integrante del Servicio de Fisiología del Ejercicio del Cenard de la Secretaría de Deportes.
"Un edema cerebral se puede detectar a través de un fondo de ojo", indica el médico oftalmólogo José María Múgica, a cargo -junto con el doctor Martín Yappert- de las investigaciones oculares de esta expedición. Ellos detectaron: "Disminución de la acomodación, como si se acelerara la presbicia; notoria disminución de la visión en pacientes con cirugía refractiva, y disminución de sensibilidad de contraste en todos los integrantes." Diferentes tests fueron monitoreando la situación. "En el ojo se encuentra la mácula, que es el órgano del cuerpo de mayor consumo de oxígeno por minuto. De manera que al disminuir en la altura, se empieza a ver mal", explica el doctor Múgica.
"La montaña siempre está"
No todo el organismo responde igual. "Los sistemas del aparato respiratorio, muscular, circulatorio, se van adaptando a la altura; el que resulta más débil es el sistema nervioso -precisa el doctor Lentini-. El cerebro comienza a fallar -agrega el doctor Múgica- por la disminución de oxígeno. Se pueden decir incongruencias, se pierde la noción de realidad."
Es más, en medio del silencio absoluto de los Andes puede parecerle al escalador que alguien lo llama. "Uno de los síntomas del edema cerebral son las alucinaciones auditivas", coinciden.
Como señala la Biblia, en las alturas tampoco es bueno que el hombre esté solo. "A la montaña siempre debe ir más de uno. No es raro preguntarse en medio de la escalada: ¿qué hago acá? Y decidir no seguir subiendo, pero tampoco descender porque no se tienen ganas de bajar. Si se toma esa determinación y no hay nadie para convencerlo a uno de lo contrario, el congelamiento es inevitable", relatan.
Pablo Dolce fue uno de los integrantes de la expedición que en un momento se separó del resto para alcanzar la cima. Estaba solo en la inmensidad de la cordillera cuando lo encontraron militares, a quienes pidió un analgésico por la cefalea. "No sigas si te duele la cabeza -le recomendaron-. Total, la montaña siempre está." Se sentó un rato y lo pensó: "Es difícil tomar la determinación cuando uno está tan cerca de la cumbre. Pero decidí volver. Otra vez será."
Tan cerca, y tan lejos el Aconcagua guarda sus misterios, que los científicos intentan descifrar. Por ahora, el equipo con la dirección del doctor Lentini está procesando todos los datos obtenidos a 4370, 5100 y 5400 metros, pero probablemente volverán por más como ya lo han hecho. Es que ellos también saben que "la montaña siempre está".
Unos días
Entre los datos que ya reveló la Expedición Científica Aconcagua 2000 se encuentra el comportamiento de la eritropoyetina , una hormona segregada por el riñón en mayor proporción en la altura. "Se aumenta la cantidad de glóbulos rojos y la hemoglobina y, por ende, se tiene mayor capacidad de captar oxígeno para ser utilizado por los músculos", explica el deportólogo Néstor Lentini. Los estudios realizados demostraron que "la eritropoyetina aumenta cuando se alcanza altura, pero al cuarto día comienza a disminuir. Esto estaría indicando que quienes buscan mejorar su rendimiento permaneciendo tres semanas en la altura no requerirían de ese tiempo de estada", precisa.
Para agendar
Dónde consultar
- Fundación Oftalmológica Dr. Hugo Nano: (011) 4451-4500