Muchas de las enfermedades que hoy existen puede que en cien años, medio siglo, una década o un año, dejen de existir. Y no precisamente porque un tratamiento, cambio de hábitos o vacuna vaya a eliminar su existencia, sino más bien por las concepciones que las sociedades y las ciencias médicas tienen respecto a la salud. Cómo se define qué es una enfermedad y qué no lo es, o quién se encuentra enfermo y quién no, son de los problemas más debatidos a lo largo de la historia de la medicina. En distintos momentos de la humanidad, condiciones, síntomas y comportamientos que hoy consideramos normales, fueron abordados por la medicina al ser considerados anormales o no saludables (y viceversa).
“El pensamiento médico cambia y las clasificaciones de enfermedades también, están en permanente revisión porque el pensamiento médico se va reconfigurando en base a los datos nuevos que se tienen de la experiencia, que es la clínica y la investigación, de los descubrimientos de distintas disciplinas conexas, tanto exactas como humanísticas, y en función del contexto socio histórico”, señala el médico psiquiatra y psiconalista Roberto Doria Medina, profesor titular de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.
En este sentido, los siguientes son cuatro ejemplos de enfermedades del pasado, ya descartadas por la medicina, pero que muestran que, lejos de mantenerse inmóviles, las nociones de lo sano y lo enfermo cambian en sintonía con las ideas de cada tiempo y lugar.
Drapetomanía, el mal de los esclavos que buscaban la libertad
En 1851, el médico estadounidense Samuel Cartwright, presidente de un comité médico de Louisiana, investigó sobre las enfermedades que afectaban a los afroamericanos. De ese trabajo surgió un informe, publicado en la revista científica New Orleans Medical and Surgical Journal.
Ese informe incluyó una nueva enfermedad: la drapetomanía, en otras palabras, el deseo por parte del esclavo de huir de su dueño. Para el médico, esta búsqueda por la libertad era inconcebible: que los hombres traídos de África estuvieran sometidos a un amo, para él y sus colegas estadounidenses, no era problemático. Cartwright postuló también una segunda enfermedad que supuestamente afectaba a los esclavos, denominada “dysaethesia aethiopica”, que se manifestaba, según sus conclusiones, en el descuido del esclavo en la tarea que le era ordenada o directamente en el rechazo de este a las órdenes de su amo. Otras enfermedades, en la historia de la medicina (como la llamada cachexia africana) fueron postuladas y, de alguna manera, justificaron distintas formas discriminación, sometimiento y segregación de diversos sectores de las sociedades en el mundo.
Clorosis, la patología que afectaba a las mujeres vírgenes
La historia de la clorosis muestra el camino que puede tomar una enfermedad, a lo largo del tiempo, al incorporar distintas descripciones y explicaciones causales.
En el siglo XVI, Johannes Lange, un prominente médico alemán, fue el primero en describirla: Lange creía que la causa de la palidez del cuerpo, las palpitaciones, las hemorragias nasales y el nerviosismo de mujeres adolescentes se hallaba en la retención de sangre de la menstruación, debido a una supresión de la sexualidad. A las jóvenes con este problema, entonces, se les recomendaba el matrimonio. De esta forma, podían recuperarse de la enfermedad, denominada morbus virgineus, a la que también se la conoció como el “mal de amores”.
En el siglo XIX, la patología mostró una alta incidencia en Europa. Las discusiones sobre su causa incluyeron tanto aspectos biológicos como sociológicos, ambientales y psicológicos. Un desarrollo anormal del corazón y las arterias, deficiencias en la asimilación del hierro, desórdenes en la alimentación, exceso de trabajo (“especialmente del cerebro”, según un artículo de 1887 publicado en The Lancet por el médico inglés Andrew Clark), aire deficiente, desilusiones amorosas y las represiones sexuales podían favorecer la aparición de la enfermedad, según quien diera su parecer. Incluso la moda -el uso del corsé- podía contribuir al agravamiento de la clorosis.
Varias hipótesis se formularon acerca del origen de la enfermedad, aunque la explicación que unía la clorosis a una deficiencia de hierro y a malas condiciones de vida logró cierto consenso (sin que esto haya eliminado las creencias en torno al origen “prohibido” de la patología). Sin embargo, a comienzos del siglo XX, la clorosis dejó de diagnosticarse, hasta finalmente desaparecer de los manuales médicos. ¿Qué sucedió? Tampoco en esto hay una sola explicación, aunque probablemente, aquella patología que en un comienzo los médicos identificaban, por imaginarios del pasado, con mujeres vírgenes, hoy no sea más que una forma de anemia o anorexia.
“Cara de bicicleta”, la enfermedad que afectaba al rostro femenino
A mediados de 1890, la bicicleta ya era aceptada como un buen medio para el ejercicio y la relajación. Que se hiciera al aire libre era también un plus, en consonancia con las recomendaciones que hoy se dan durante la pandemia. Sin embargo, algunos médicos eran cautos: también advertían que la posición del ciclista podía provocar hernias o dolores de cuello.
Sin embargo, las mujeres que se dedicaban al ciclismo de manera rutinaria, en especial las jóvenes, podían padecer un mal singular: cara de bicicleta (bicycle face), según el médico británico Arthur Shadwell, a partir de su artículo “Los peligros del ciclismo”, publicado en la revista National Review, en 1897. Su advertencia provocó un debate médico entre quienes recomendaban el uso de la bicicleta y quienes tenían sus dudas.
Según la escritora británica y médica eugenésica Arabella Kenealy, la cara de bicicleta reproducía en el rostro la tensión que se daba en los músculos durante el ejercicio. Este cuadro incluso podía conducir tanto a dolores de cabeza como a condiciones más graves, como la demencia.
Además, según Kenealy, las mujeres podían perder sus encantos y cualidades, como la belleza, simpatía y paciencia al hacer más fuerte su musculatura. Pero para la médica estadounidense Sarah Hackett Stevenson, una de las primeras en formar parte de la Asociación Médica Americana, que las mujeres anduvieran en bicicleta no era una preocupación: una vez que las ciclistas adquirían experiencia, la “cara de bicicleta” se iba sola. Finalmente, está claro, la disputa la perdió la medicalización de la práctica, y hoy no solo el problema de la “cara de bicicleta” no existe, sino que está claro que el ciclismo contribuye a la salud de cualquier género.
Homosexualidad, una enfermedad hasta la década del 90
Hasta no hace tanto tiempo, la homosexualidad era considerada un trastorno mental. Eso cambió el 17 de mayo de 1990, día en que la OMS la eliminó de su Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE).
Pero antes de esta “despatologización”, sobre la homosexualidad como trastorno o patología recaían distintas teorías: según de qué autores se tratara, esta podía ser causada por una sobreexposición a hormonas en el útero materno, maltrato paterno, abuso, etcétera. Otros, desde una perspectiva psicoanalítica, sostenían que la homosexualidad era un estadío normal en el desarrollo de una persona en el tránsito hacia la adultez, mientras que a edades avanzadas era signo de “inmadurez”. En cambio, una tercera posición afirmaba que la homosexualidad es simplemente una variante más, normal y natural, de la sexualidad humana.
Sin embargo, no fue hasta comienzos de la década del 70 que la homosexualidad comenzó a ser separada de la etiqueta que la colocaba entre enfermedades y trastornos. Previamente, en 1952, la Asociación de Psiquiatría Americana (APA) publicó la primera edición del influyente Manual Diagnóstico y Estadístico (DSM, por sus siglas en inglés) en el cual se identificaba a la homosexualidad como una “alteración de la personalidad sociópata”. En 1968, el DSM II introdujo modificaciones, y de la alteración pasó a la “desviación sexual”.
A su vez, se conocían estudios, como los de Alfred Kinsey, que señalaban que la homosexualidad en la población general no era algo tan infrecuente como la psiquiatría predominante de la época creía, y otros que mostraban que los hombres gay no tenían mayores trastornos psicológicos que los heterosexuales.
Después de debates intensos, y en medio de las protestas de la comunidad homosexual, en diciembre de 1973, la APA dejó de considerar a la homosexualidad como un desorden mental, aunque las “terapias de conversión”, aquellas que buscan “revertir” a las personas a la heterosexualidad se mantuvieron (y aún se realizan) en distintas partes del mundo.
¿Por qué hay enfermedades que dejan de existir?
El filósofo español Cristian Saborido, autor de Filosofía de la Medicina, señala que “las categorías médicas, como las enfermedades, son principalmente herramientas metodológicas. No descripciones perfectas de cómo es el mundo, sino que son herramientas que los médicos y las personas en general utilizamos para ayudarnos, comprendernos y para solucionar problemas que tenemos”, explica. “Todo lo que consideramos que es salud y enfermedad viene determinado por un marco teórico, que está influido por los valores y estos incluyen cómo nos vemos a nosotros y también cómo vemos a los otros”. “No es posible desligar el aspecto ético o político de cómo categorizamos lo sano y lo enfermo”, sostiene. “Uno asume que hay una intuición muy fuerte de lo que significa estar sano y enfermo y no es verdad”, advierte Saborido, profesor en España del Departamento de Lógica, Historia y Filosofía de la Ciencia de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). “Por ejemplo, como ha cambiado nuestra apreciación sobre las mujeres, entendemos que un montón de enfermedades que se atribuían sólo a mujeres en realidad hoy no tienen sentido”, concluye.
Por su parte, para Doria Medina “lo que cambia es la noción de enfermar, que siempre está en relación con la concepción que se tiene de la salud, porque básicamente se puede decir que enfermar es algún grado de pérdida o limitación de la salud. Pero el concepto de salud cambia. ¿Qué es estar sano? También es un ideal. Cambia según la cultura. De allí que es posible desarrollar una historia cultural de la enfermedad. En ese sentido la noción de enfermar evoluciona o se modifica a lo largo del tiempo”.
“La cuestión, más que huir del relativismo, es aprender a vivir con él y a cómo utilizarlo”, afirma Saborido. En la medicina, agrega, pueden asumirse a las categorías de las enfermedades como herramientas “provisionales” y observar si hay buenas razones o no para aceptarlas y si estas llevan a buenos resultados, como la mejora en la vida de una persona. “Si tenemos una categoría que solo sirve para causar más daño que bien -añade-, hay que modificarla. La clave, más que intentar buscar una objetividad, es aceptar que hay un relativismo y que en el fondo lo que importa son los buenos resultados a los que nos lleva”.