A los 73, la exmodelo y Miss Argentina comparte cómo fue enfrentar la muerte de su marido y la destrucción de su departamento de Recoleta
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Esbelta y llamativa, destaca apenas entra al bar de la estación de servicio, a pasos de su casa, donde se acuerda la entrevista. Pero no son su rubia cabellera ni sus ojos celestes lo que la distinguen del resto: el brillo viene de su sonrisa. Su nombre es Evelina Elena Scheidl, “Evelyn” para quienes la conocen de tantos años como modelo de alta costura y como parte de ese grupo glamoroso de mujeres con nombre propio que surcó las pasarelas más top. La chica atlética, preparada para competir, descendiente de austríacos que padecieron la guerra y le enseñaron a cocinar y a ser austera. La que pasó por la televisión (Evelyn, Las Rubias), el cine (Corazón de León) y hasta se animó a sacar su propio libro de cocina (Dulces Compañías). La madraza de cinco varones [Fernando, Agustín, Máximo, Ezequiel y Facundo] y abuela “al pie del cañón” de Santiago, Génesis y Benjamín. Pero también la mujer aguerrida que tuvo que hacer frente a pérdidas nunca imaginadas. Primero, quedar viuda de Fernando Diez, empresario y dueño de la famosa casa Boticcelli, una de las zapaterías más exclusivas de Buenos Aires, cuando un infarto masivo lo sorprendió en el auto que lo transportaba desde Ezeiza en plena Avenida 9 de Julio, al regreso de un viaje. Y luego, cuatro años después, enfrentar un incendio en su dúplex de Recoleta, donde las llamas consumieron buena parte del departamento y de sus pertenencias. Se quemaron todos los recuerdos y Evelyn, otra vez, tuvo que empezar de nuevo.
–¿Cómo se mantiene la sonrisa pese a las cosas que viviste?
–Como todos, uno pasa por cosas duras, pero la sonrisa se mantiene porque tuve una vida muy feliz. Soy muy agradecida. Si bien me faltan un montón de cosas, como mis padres y sobre todo mi marido, agradezco a la vida la familia maravillosa que tengo con mis cinco hijos divinos que me están dando unos nietos que son un sol, y también a mi gran continente que son mis amigas. Además están las redes, que son maravillosas. Yo uso solamente Instagram y los que me escriben son amorosos.
–¿Esa fortaleza viene de tu familia?
–La herencia austríaca. Mi papá estuvo en la primera guerra mundial y sus historias son terroríficas. Los inmigrantes traen un bagaje de vida tremendo. Igual que mi suegra: al venir de Parma, tuvieron que arrojar al mar los restos de uno de sus hermanos que había fallecido en pleno viaje. Aprendés a seguir adelante, sin mirar atrás.
–¿Soñabas con ser modelo?
–Para nada. Fui al Colegio Hölters Schule, típico colegio alemán donde el deporte era muy importante, y yo era una atleta bastante buena que lo representaba en las competencias. Hacía atletismo, gimnasia rítmica, 10 años de danza clásica. Mi sueño era convertirme en profesora de educación física. Pero mamá quería tener una hija femenina, así que una amiga de ella que conocía a Karin Pistarini, la presidenta de la Asociación de Modelos Argentinas, le pidió que me inscribiera para enseñarme a caminar.
–Y fue un cambio radical.
–Entré un lunes y el sábado me llevaron a Canal 11 para el concurso de Miss Argentina. El domingo fue la selección y me fui sola en tren desde Malaver, donde vivía, hasta el canal. Era la única chica rubia entre todas las aspirantes ¡y gané! No lo podía creer. Me coronó Mirtha Massa, de quien me hice muy amiga. En ese momento ella estaba de novia con el hermano de quien iba a ser mi marido. De ahí me fui a Los Ángeles sin escalas, donde se eligió Miss Belleza Internacional, salí octava. Cuando vuelvo me mandan a hacer un desfile y conozco a Teté Coustarot y Mora Furtado. Me pidieron el teléfono y a los dos días tenía la agenda completa. Tenía 21 años y desde entonces no paré de trabajar.
–¿Cómo te cuidás hoy? Se te ve espléndida.
– ¡No todo lo que reluce es oro! [risas]. No dejo de limpiarme el cutis todas las noches aunque lo único que quiera es irme a dormir. Toda mi vida hice mucho deporte, y hasta que murió Fernando iba tres veces por semana al gimnasio. Pero después dejé. Me arrepentí mucho de no haber seguido. Me hice retoques, pero cosas chiquitas, algo en párpados, lolas. No te olvides que tuve cinco hijos y los tres primeros muy seguidos. Trabajaba hasta embarazada. Creo que lo importante es cuidar la parte emocional y espiritual. Si no sos agradecida con la vida, no llegás a vieja. Y también rodearse de amigas y cuidar la amistad.
–¿Cómo conociste a Fernando?
–Mirtha Massa estaba de novia con su hermano, Eduardo. Íbamos a ir a ver a Perciavalle y Gasalla en el Gallo Cojo con dos parejas más que yo no conocía. A Mirtha le salió un desfile y se bajó, pero las otras dos me volvieron loca a llamadas. Fui y me encantó.
–¿Flechazo?
–Sí, por eso no puedo reemplazarlo con nada. Él me llevó a casa y cuando llegamos me pidió el teléfono. Lo anotó chiquito en un block donde tenía las medidas de las hormas y al lado le puso un corazón. ¡Me tuvo una semana con la toca puesta esperando que sonara el teléfono! Me llamó el viernes a la mañana para invitarme esa noche a Mau Mau, y ahí empezó todo. Este año hubiese cumplido 51 de casada, ¡una vida! Yo festejo todos los aniversarios.
–Alguna vez contaste que tuviste manifestaciones de Fernando...
–Muchísimas veces. Cuando hablamos de algo y titila la luz, por ejemplo. Una vez estaba con Grace, la chica que me lo presentó, en casa, y con el cuarto a oscuras, y la tele se encendió de la nada con un vals. O seis velas eléctricas que se prendieron de repente. No una, ¡las seis! Todos recibimos mensajes permanentemente, solo que a veces estamos más atentos.
–¿Lloraste mucho?
–Muchísimo. Hasta tomé antidepresivos, pero ya no tomo nada. Ahora no lloro ante situaciones por las que antes lloraba, me endureció la vida. Quería estar fuerte para mis hijos y ellos querían estar fuertes para mí . Entonces estuvimos encerrados mucho tiempo. Éramos una unidad sufriendo y no se separaron los amigos, literalmente, no se movieron de nuestro living.
–¿Te cerraste a conocer a alguien?
–Obviamente, muchas amigas me quisieron presentar señores, hasta que vieron que no me interesaba. Literalmente, jamás tuve el llamado de un señor. Dicen que cuando muere tu marido se te acercan sus amigos para levantarte, pero gracias a Dios nunca me pasó. Quizás los hombres no se me acercan porque parece que pongo un blindex delante. Me quedo con el amor de mi vida, que lo extraño y lo pienso todos los días. Cada tanto miro al cielo y le digo: “¡Dejá de jugar un poco al golf, que acá te necesitamos!”. Tratás de amenizar los dolores, no voy a mentir y decir que no me angustio cuando tengo algún momento fuerte, pero aprendí a soltar eso también y seguir adelante, tratando de ser feliz.
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