Lodges de naturaleza, pueblos fantasma, aguas transparentes y cálidas, y una gastronomía con impronta oceánica conforman distintas propuestas por fuera de los circuitos tradicionales
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Corriendo en paralelo al océano Atlántico, tras dejar atrás la provincia de Buenos Aires, la ruta 3 ofrece el camino ideal para quienes quieren recorrer la costa patagónica. Algunas de sus playas ya cobraron notoriedad, como Las Grutas, pero otras están allí para ser descubiertas. Con más o menos infraestructura –algunas solo son accesibles en 4 x 4–, todas ofrecen un contacto con la naturaleza más directo, por momentos incluso realmente salvaje, en entornos donde la huella del hombre es casi imperceptible o incluso se encuenta ausente.
De cara a la temporada de verano, pasamos revista a un puñado de playas de Río Negro, Chubut y Santa Cruz, con particularidades únicas.
Aires caribeños en el sur
Las Grutas es, desde hace unos años, un balneario que ya se ha incorporado al imaginario del veraneante. A tal punto que, días atrás, la intendencia dio a conocer el dato de que su hotelería espera el inicio de temporada 2024 con una tasa de ocupación que ronda el 100%. Sin embargo, en sus alrededores hay varias playas menos conocidas que son un atractivo en sí mismo y que comparten la calidez de las aguas que caracteriza al Golfo San Matías. Es el caso de Punta Perdices, playa a la que han apodado “el caribe argentino” en virtud del contraste entre lo transparente de sus aguas y lo blanco de su arena.
Ubicada en el Puerto San Antonio Este, a solo 65 kilómetros de Las Grutas, sus aguas mansas la vuelven ideal para la práctica de actividades como kayak, snorkeling o stand-up paddle. O, simplemente, para nadar. Punta Perdices no cuenta con sitios de alojamiento, por lo que funciona como espacio para un día de playa diferente para quienes se alojan en Las Grutas o en San Antonio Este.
De hecho los únicos servicios disponibles son los de un food truck y los del Parador Punta Perdices. Este último cuenta con baños y ofrece una acotada propuesta gastronómica en la que se destacan los churros y los licuados. “Lo que atrae a los turistas es la naturaleza virgen tan particular del lugar”, dice Marina Davida, que trabaja en el parador.
A pocos kilómetros, pero ya sobre el Golfo San Matías, la playa Las Conchillas ofrece 12 kilómetros de costa con un paisaje único: millones de mejillones, cholgas, almejas y vieiras tapizan el suelo, y dan al entorno un aspecto singular. Aquí también los únicos servicios son los que brindan un par de paradores, donde la carta está dominada por la pesca del día.
Más al sur –a 1200 kilómetros de Buenos Aires–, aparece una ciudad balnearia que llama cada vez más la atención. Se trata de Playas Doradas, que toma su nombre del reflejo que produce el sol sobre la arena compuesta por una combinación de cuarzo y sílice. Sus 3 kilómetros de costa ofrecen la posibilidad de realizar buceo, snorkel, kitesurf y windsurf. Playas Doradas sí cuenta con cierta infraestructura: campings, restaurantes, complejos hoteleros y hasta un supermercado.
Safari
Ya en Chubut, la ruta 3 ha adoptado en los últimos años el apodo de “ruta azul”, que se ha transformado prácticamente en un slogan turístico. Uno de sus primeros spots es Cabo Raso. Ubicado a 1506 kilómetros de Buenos Aires, nació como pueblo en 1899, pero con el trazado de la ruta 3 de los años 70, alejado de la costa, dejó de ser lugar de paso, a tal punto que en el transcurso de dos décadas perdió sus 300 habitantes y se convirtió en un pueblo fantasma.
Sin embargo, Cabo Raso fue recuperado por Eliane Fernández y su esposo Eduardo González, que dieron nueva vida a la antigua hostería y crearon el refugio El Cabo. “Cuando conocimos Cabo Raso nos atrajo el desafío y el enojo de ver un lugar hermoso pero tan destrozado”, cuenta Eliane. “Ofrecemos la experiencia de estar como aislado, disfrutando de la vivencia en contacto con la naturaleza”, agrega,
Las opciones de alojamiento van desde casas frente al mar completamente equipadas, hasta un viejo ómnibus convertido en habitación para cinco personas o un búnker creado por la Fuerza Aérea en el marco del proyecto de desarrollo del misil Cóndor II. También existe la posibilidad de acampar.
Eso sí: no hay internet ni señal telefónica, con lo cual es un lugar ideal para desconectar... y hacer surf, entre otras actividades. El complejo cuenta con una proveeduría y con la gastronomía a cargo de Eliane. Fuera de allí, Cabo Raso sigue siendo un pueblo casi vacío y esa soledad es, de hecho, parte del atractivo.
Siguiendo la “ruta azul” hacia el sur, llegando al Parque Interjurisdiccional Marino Patagonia Austral, aparece el pueblo de Camarones. Originalmente orientado a las actividades rurales, en los últimos años comenzó a encontrar un perfil turístico basado en la combinación de grandes playas y gastronomía de mar.
“Aquí la costa es asombrosa”, asegura Mara Capdevila, cordobesa afincada en Camarones, donde dirige el restaurante Alma Patagónica, unas cabañas del mismo nombre, y el refugio de mar Caleta Sara, ubicado en el ingreso al Parque Patagonia Austral. “La costa se caracteriza por rocas de amarillos y ocres que contrastan con el mar. De estilo patagónico, desoladas e imponentes, las playas tienen distintas características: con canto rodado, con restingas, con arenisca”, describe
Kitesurf, surf, kayak, buceo, pesca... Son muchas las actividades a las que se prestan las distintas caletas de Camarones, con una temperatura del agua que en verano llega a los 16°. En cuanto a la gastronomía, las opciones son A-Mar, un restaurante a puertas cerradas de una sola mesa, y Alma Patagónica: “Mariscos como el langostino salvaje patagónico, el pulpo dormilón, grande y robusto, o pescados como abadejo, salmón, mero o palometa son la base de nuestros platos”, describe Mara.
La siguiente parada de esta ruta es Bahía Bustamente, un lodge nacido en el marco de una estancia dedicada a la producción ovina, en el que reconvirtieron las casas de un antiguo campamento dedicado a la extracción de algas. Allí, afirma Astrid Perkins, detrás del proyecto, “el lujo real es el exterior, la naturaleza”.
Llamada “la nueva Galápagos” por The New York Times, Bahía Bustamante comenzó a atraer a los fanáticos del avistaje de aves, pues ahí anidan 13 de las 16 especies de aves marinas que habitan la Patagonia. En este santuario de naturaleza también hay una colonia de 4000 lobos marinos y 100.000 pingüinos de Magallanes. Las playas, describe Astrid, “proponen una experiencia como de safari, donde los caminos solo se pueden atravesar en 4 x 4, con guías expertos”.
En cuanto al lodge (que solo recibe huéspedes con reserva previa), “cuenta con casas de mar, con un sistema tipo all inclusive, y las casas de estepa, más económicas, con cocina, donde los huéspedes deben traer sus víveres”.
Camping de playa
En Santa Cruz, la ruta 3 atraviesa varias localidades que funcionan como destino turístico de veraneo. Una de las más convocantes es Puerto San Julián, que cuenta con un circuito costero en la Bahía San Julián.
A solo 15 kilómetros del puerto se encuentra un destino para los amantes del camping, al que se accede a través de caminos rurales. Se llama Cabo Curioso y es una costa acantilada que ofrece una playa de arena clara, en la que en bajamar se forman piletones, y que mira a un mar de un azul profundo, donde se puede acampar. No hay camping ni servicios de alojamiento de ningún tipo, vale aclarar. Solo hay naturaleza: tal vez, el mayor atractivo para los viajeros.
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