El argentino aprendió a forjar metales en el campo y hoy sus creaciones son las favoritas de las celebridades
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Graduado en Comunicación y con un MBA en Administración de Empresas, Federico de Alzaga decidió un día que era capaz de dejar todo para dedicarse a una pasión de infancia: forjar metales. “Desde chico tuve claro que esto era la razón de mi vida”, dice hoy, al frente de Aracano, su propia firma de joyería. No casualmente cada una de las piezas de su colección (que a veces parecen más esculturas que joyas) celebra las imágenes y los recuerdos de su niñez. “Aracano viene de araucano, de las tribus más aguerridas del sur de Argentina y Chile, indios de montaña. Es Aracano porque la combinación fonética de las vocales no funciona bien en inglés, entonces lo simplifiqué”, asegura el creador de la firma de culto admirada por mujeres de la talla de la princesa Máxima de Holanda, la reina Letizia de España, Carolina Herrera y Juliana Awada.
Federico asegura que a los cinco años tuvo una epifanía luego de galopar muchas horas junto a su padre, el Coronel de Caballería Federico de Alzaga. Habían llegado a un “lugar mágico” en la bahía de Samborombón, una curva del río donde los indios acampaban. Allí, le contó su papá, los indios habían dejado un tesoro hecho de restos de vasijas y puntas de flechas. “Ese día quedé atravesado por nuestra historia indígena”, plantea Federico. Después vinieron los metales, el fuego, el martillo y el cincel, que aprendió a dominar “intuitivamente”, a prueba y error.
–Te criaste en el campo, en una familia con tradición criolla: ¿ahí nació tu pasión por forjar metales?
–Soy el mayor de tres hermanos y apenas nací nos fuimos a vivir al campo de mi familia en Punta Indio, provincia de Buenos Aires. Nuestra estancia, Cruz del Sur, era parte de una gran estancia que había pertenecido a la familia Alzaga en la época de la Colonia. Esta estancia envió gauchos y tropas que ayudaron en la reconquista en las Invasiones Inglesas. Durante toda la primaria yo volvía de la escuela y salía a recorrer el campo y a trabajar con las vacas. Con mi padre siempre tuvimos una relación muy estrecha, de iguales. Él me contó todas las historias y me dijo que teníamos sangre india en la familia Alzaga, algo fundacional para mí. A partir de ese momento, empecé a apasionarme por la historia y la vida de los distintos grupos de habitantes de nuestra tierra. Y casi intuitivamente me puse a trabajar los metales con herramientas que había en un galpón. Aprendí a forjar yo solo, con la guía de un gaucho que veía mi entusiasmo. Ya de chico empecé a hacer cuchillos, que son mi pasión.
–¿Y de dónde viene este amor por el sur, por la Patagonia?
–El sur me encanta desde siempre. Cuando cumplí 12 volvimos a la Capital. Hice la secundaría y estudié Comunicación Social en la Universidad del Salvador. Trabajé en varias agencias de publicidad y después entré al departamento de comunicación de YPF, lo cual me permitió viajar mucho por el país y compenetrarme más con esos lugares que ya había conocido de chico. Empaparme de esa naturaleza me sirvió para encariñarme más con esa geografía.
–Y de repente el chico amante de las montañas se fue a Estados Unidos y terminó en el mundo de la tecnología.
–Sí, a los 29 hice en un año un MBA en USC (University of Southern California) y conseguí trabajo como director de ventas en una consultora de tecnología en Silicon Valley. Esa fue la experiencia profesional concentrada más fuerte de mi vida. Pero llegó el 2001, fue el atentado de las torres y empezó el crack de la economía, así que decidí volverme a la Argentina.
–¿Qué encontraste?
–Al llegar a Buenos Aires me di cuenta de que algo iba a cambiar para siempre en mi vida. Tenía 30 años y mis planes, entonces, eran trabajar en consultoría de negocios hasta cumplir los 50, y después retirarme para forjar cuchillos, hacer objetos y esculturas de inspiración indígena. Ese era mi plan. Pero una mañana me desperté y lo vi. Yo soy un tipo bastante formal, que no ha hecho locuras, pero me dije: “Es ahora o nunca”. Decidí no esperar hasta los 50 para empezar con esa pasión. No sabía cuánto tiempo me iba a tomar poder vivir de esto. Los primeros años se me hizo difícil. Hice más diseños, amplié mi círculo, todo de una forma orgánica, sin publicidad. Tuve mucho apoyo de mi hermana Luisa, cuya colaboración e intuición fueron fundamentales.
–Tus piezas son de un tamaño importante. ¿Es un riesgo alejarse de la estética minimalista?
–El tamaño de las piezas es algo que no se discute. Yo no puedo hacer cosas indígenas haciendo miniaturas. Las piezas de Aracano son grandes, potentes y hablan por sí solas. Una mujer que tiene un collar hecho por mí no tiene que decir nada, entra a un lugar y la pieza habla. Una chica vino un día al taller muy elegante y me contó que estaba bastante nerviosa porque ese día tenía que cerrar una venta de un campo, y que era una operación muy importante porque iba a definir el futuro de su familia. Eligió una flecha de rodio negro que hacía un contraste impresionante y bastante violento con el look que tenía. “Yo quiero estar preparada con esto”, me dijo cuando la eligió. A la semana me llamó para contarme que todo había salido increíble. La flecha la empoderó.
–Sin embargo, alguno podría pensar que tus diseños y tus formas tienen una mirada demasiado masculina...
–Aunque a la vista no lo parezca, de alguna forma yo soy feminista. Mis diseños son masculinos, cien por cien. Son ásperos y fuertes, y muchas de mis piezas más sobresalientes son armas. ¡La mayoría no podrían pasar por un control de aeropuerto! Una mujer con un Aracano en su cuello es peligrosísima. Pero estas armas que tienen la fuerza de un rayo, son de una elegancia fantástica. Son objetos para que la mujer lleve en su pecho mostrando toda la fuerza, la gracia y el estilo femeninos. También hago cosas para hombre, de hecho lo primero que hice cuando empecé fue una flecha de plata que llevé colgada muchísimo tiempo. Aun así, el 90 por ciento de mi público son mujeres.
–¿Muchas celebridades tienen tus piezas?
–Están los Reyes de Holanda. También Carolina Herrera, que es amiga y tiene varias pulseras y collares míos. Madonna tiene un collar y Roger Waters tiene un indio de plata que le regalé. A Nacho Figueras le hice unos trofeos de polo para unos torneos que se jugaron en 2010 y 2011 en Los Hamptons.
–¿Cómo llegaste hasta la Corona Holandesa?
–Hay una foto muy importante donde Máxima salió con el collar con el cóndor que tiene su nombre y la pulsera con una corona que dice “Max”, posando con su familia en Villa Eikenhorst. Es la primera foto que se hizo de la familia real con motivo de la mudanza del palacio. Con Máxima somos grandes amigos, desde hace más de 20 años.
–¿Hay alguien especial que te gustaría que tuviera tus piezas?
–Al revés, quiero que la gente venga a mí. Siento que soy como un indio parado en una roca con algo que habla a través de su simbología. Entonces, quien lo quiera, que venga a buscarlo.
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