A comienzos del siglo XX, el empresario Otto Wulff se inspiró en el Singer Building de Nueva YorK; la obra tardó menos de dos años en ser construída
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Con el fin de conservar el patrimonio e identidad del Caso Histórico porteño, el gobierno de la ciudad inicia la restauración e iluminación de la fachada de una de sus construcciones más emblemáticas: el edificio Otto Wulff, ubicado en el barrio Monserrat. El objetivo es recuperar el material original del exterior para que esta obra de arte de la arquitectura vuelva a brillar como lo hizo a comienzos de siglo XX cuando fue inaugurada.
Un sueño hecho realidad
Parece difícil de imaginar en estos días, pero en el país hubo una época donde los deseos, sin importar lo ambiciosos o extravagantes que pudieran ser, se convertían en realidad.
Cuando el empresario alemán Otto Wulff, magnate de la industria maderera, conoció el Singer Building de Nueva York (el edificio más alto del mundo entre 1908 y 1909) supo que quería hacer algo similar en el predio que había comprado en una subasta -junto al naviero Nicolás Mihanovich- y que actualmente está ubicado en el barrio de Monserrat. Para materializar su sueño, el empresario contrató al arquitecto danés Morten F. Rönnow y los ingenieros Pedro Dirks y Luis Dates. Fue así como, 107 años atrás, se construyó -con casi 60 metros de altura- una de las edificaciones históricas más emblemáticas de Buenos Aires y conocida como la obra que lleva su nombre.
El edificio Otto Wulff, emerge imponente en la esquina de la avenida Belgrano y Perú. Para su construcción, que comenzó en 1912 y finalizó dos años después, se utilizó hormigón armado, una técnica considerada muy moderna para la época (comienzos del siglo XX) y también otros costosos materiales traídos desde Europa.
El estilo arquitectónico del edificio es el Jugendstil, la versión nórdica y germana del Art Nouveau, aunque también tiene rasgos renacentistas, del neogótico y del eclecticismo, y hasta algunos trazos esotéricos propios de Mario Palanti, el arquitecto italiano que construyó el Palacio Barolo sobre Avenida de Mayo, en 1923.
Los constructores inmortalizados en su fachada
Uno de los rasgos más distintivos de la construcción que tiene 12 pisos y doble cúpula son las ocho figuras humanas (los atlantes o telamón) que cumplen el rol de columnas de cinco metros de altura que parecen sostener, desde el segundo piso, el resto de la edificación. Las siluetas que rodean el edificio (tres sobre Belgrano y cinco sobre Perú) representan a los distintos rubros que participaron en la construcción: hay un albañil, un carpintero, un electricista, un herrero, un pintor, un forjador, un escultor y un aparejador, y en algunos de sus rostros se reconocen los rasgos del propio Rönnow, de Wulff y de los dos ingenieros. Entre todas sus esculturas, la fachada presenta 680 ojos que miran a los transeúntes.
Reemplazar las columnas por figuras humanas es una singularidad que data de los tiempos de la arquitectura griega. En Atenas, las cariátides -mujeres- sostienen el techo del pórtico lateral del templo Erecteión. Cuando los que sostienen, son hombres se los identifica como atlantes, por Atlas el un joven titán al que Zeus condenó a cargar sobre sus hombros el cielo.
El edificio que cuando se construyó era uno de los más altos de Buenos Aires, además de amalgamar símbolos griegos, nórdicos, masones, imperiales y zoológicos (cóndores, pingüinos, lechuzas, cóndores, sapos, entre otras especies), posee dos torres cupuladas a partir del séptimo piso que rematan en dos altas agujas. Una lleva el sol en su extremo; la otra, una corona. Se conjeturó que representaban al emperador Francisco José y a su esposa, Isabel de Baviera, conocida como “Sissí”, la mítica emperatriz austriaca que murió en 1898.
La casa de la virreina vieja
Antes de que se construyera el edificio, el terreno en el que se sitúa también tiene una historia que merece ser contada. Se trata de la casa conocida como “la casa de la Virreina Vieja”, por Rafaela de Vera y Mujica, la segunda esposa del virrey Joaquín del Pino, octavo virrey del Río de la Plata.
Como escribió Daniel Balmaceda, en LA NACION: “La casa había sido construida en 1782. Tenía veinte ambientes y caballeriza. Se cuenta que su primer propietario no la habitó, pues fue encarcelado. Enseguida pasó a manos de Pedro Medrano, tesorero y secretario de la gobernación del Río de la Plata, quien luego la vendió al citado virrey, que murió en 1804. Doña Rafaela, su viuda, le dio nombre popular al inmueble. Al principio era la “Casa de la Virreina Viuda” pero luego, con la llegada de nuevas virreinas, el adjetivo trocó en Vieja”.
Durante la segunda invasión inglesa, en 1807, la casona fue un refugio y desde donde las tropas se defendieron de los ataques del enemigo. En 1816, al morir Rafaela la residencia volvió a la familia Medrano y se transformó en residencia obispal. Luego, Joaquín Almeida, y más tarde su viuda Juana Cazón, la ocuparon hasta 1848 cuando fue cedida en renta para beneficio de algunas instituciones caritativas. Treinta años más tarde funcionó en el predio un Monte de Piedad de la Ciudad de Buenos Aires, una entidad de préstamos a cambio de joyas. Una década más tarde se la transfirió a la ciudad y se llamó Banco Municipal de Préstamos y Caja de Ahorros.
A comienzos del siglo XX la casona se había convertido en un conventillo hasta que en 1910 fue demolida para la construcción del gran edificio del empresario alemán.
Curiosamente Otto Wulff conservó la propiedad del suntuoso edificio tan solo cuatro años. En 1918 le vendió la propiedad a la familia Harteneck y decidió viajar por el mundo.
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