Alejado de fuentes de agua, hubo que construir un acueducto para poder regarlo, hasta que un rabdomante descubrió agua subterránea; allí hoy se producen vinos de alta gama con un perfil exótico
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El paisaje de Valle Azul es único. Al pie de las antiguas y desgastadas mesetas llamadas “bardas” se encuentran las hileras de vides que dan color a la desértica llanura patagónica. Pero lo que llama la atención es que en esta localidad establecida en la margen sur del Río Negro, a medio camino entre General Roca y Choele Choel, los viñedos se encuentran demasiado lejos del río. Y lo que a simple vista puede parecer una locura, no lo es. O no por completo.
Las vides de Malbec, Merlot y Petit Verdot fueron plantadas allí en 2003 por la condesa italiana Noemí Marone Cinzano. Heredera de la más que centenaria casa productora de vermouth de Torino y apasionada por el vino de alta gama, la condesa descubrió en Valle Azul un terruño especial para producir vinos con una personalidad única. Tal es así que decidió construir allí su casa, una pequeña bodega y, también, un acueducto para poder regar el viñedo con agua del Río Negro.
Pero esa es solo una parte de la historia de este viñedo apodado Ribera del Cuarzo por la particular composición mineral de sus suelos. Hoy se encuentra en manos de otro apasionado por el vino: Felipe Menéndez, un argentino que, tras decenas de viajes y años de exploración por la Patagonia en busca del mejor terruño, se decidió por Valle Azul. Allí, con la ayuda de un puestero de la zona descendiente de araucanos que ofició de rabdomante, logró hallar el agua subterránea que actualmente da vida y hace crecer este vergel en medio del desierto.
Quien cuenta la historia del viñedo es Felipe Menéndez, que unió en este proyecto una historia familiar de un siglo y medio protagonizada por el vino y la Patagonia. “Mi chozno, Melchor Concha y Toro, comenzó su bodega en 1883, y mi tatarabuelo José Menéndez, unos años después empezó a producir y exportar lana en Patagonia -recuerda Felipe (39)-. De ahí viene mi amor por esta tierra a la que pertenezco. De chico, cuando me preguntaban qué quería ser cuando sea grande, yo decía “quiero trabajar en el vino”. Y siempre supe que la Patagonia sería el lugar”.
-Ese deseo se cumplió...
-Yo comienzo mi formación en el mundo del vino de muy chico, con Nicolás Catena Zapata. Él fue mi mentor, el que me enseñó todo y quien me transmitió la obsesión por la calidad. En 2008 tenía 23 años y ya estaba trabajando en la bodega. Un día en una cata de vinos probamos una botella cuya etiqueta decía “Valle Azul”. Ese vino nos encantó a todos, incluidos los enólogos, y nos dejó sorprendidos. Ahí uno de los presentes contó que lo producía una condesa italiana en la Patagonia.
-¿Cómo llega una condesa italiana a hacer vino en Patagonia?
-La condesa producía grandes vinos en Italia, como el “supertoscano” Solengo. Ella llega en 2001 a Río Negro y compra un viñedo viejo en Mainqué, pero en Valle Azul construye una casa y una bodega. Y planta también 5 hectáreas de vides al pie de la barda, porque le pareció un lugar ideal para producir vino. Años más tarde, cuando la conocí, ella me dijo: “A mí, Valle Azul me quemó todos los libros”. Porque ella imaginaba que iba a obtener vinos de una gran potencia, pero la mineralidad de los suelos de las bardas da como resultado vinos de una gran frescura. Esto, entre otras cosas, es lo que hace al viñedo tan único.
-¿Y cómo resolvió la condesa el tema del agua?
-Antes de plantar, hizo un estudio geológico que confirmó que el lugar era muy bueno para hacer vino de calidad. Entonces ella, como buena romana, mandó a construir un acueducto que transportaba el agua desde el río hasta el viñedo. Para hacerlo funcionar instaló bombas que permitían que el agua recorra los 3 kilómetros de acueducto y suba los 50 metros que hay de diferencia de altura entre el río y el pie de la barda.
-¿Cómo es el camino que te lleva a vos a Valle Azul?
-Trabajando en Catena Zapata, sabía que cuando estuviese listo quería armar una bodega propia a la cual dedicarle todo mi tiempo. Pero esa botella que probé en 2008 me impulsó a conocer Valle Azul, el lugar de donde venía ese sabor tan exótico. A ese primer viaje le siguió una secuencia de recorridos a lo largo de 10 años, explorando la Patagonia de norte a sur, de este a oeste, buscando todos los posibles lugares donde pudiera producirse vino para determinar cuál era el mejor. Estos viajes fueron en compañía de Ernesto “Nesti” Bajda, ingeniero agrónomo y enólogo.
Fueron en total 72 viajes, recorrimos la Patagonia entera. En todos descubríamos lugares que nos gustaban, pero ninguno como Valle Azul, al que llamamos Ribera del Cuarzo por el contenido mineral de sus bardas. Años después, en 2016, decidí que estaba listo para lanzarme a mi propia experiencia personal. Nicolás Catena Zapata me apoyó y me sugirió que su hija Adrianna podría ser mi socia. Y entonces comencé a explorar más seriamente distintos viñedos de Patagonia.
-¿Y cómo lograste finalmente que el lugar sea Valle Azul?
-En 2017 fui a Nueva York a la feria de vinos de [la revista] Wine Spectator. Estábamos con Nicolás Catena Zapata, el enólogo Fernando Buscema y el barón Éric de Rothschild en una cena, y entonces nos saludó la condesa Noemí Marone Cinzano, que es muy amiga de la familia Rothschild. Finalmente terminamos compartiendo todos la misma mesa. Cuando me toca presentarme, le cuento que mi familia es de la Patagonia. Y ella me dice “yo tengo una bodega en Patagonia”. Le respondo que mi sueño era armar una bodega en Patagonia. “Por qué no vas a conocer mi bodega y después me contás”, me dice. Ni bien regresé a Buenos Aires, volví a Valle Azul.
Se me salió el corazón al conocer la bodega. Entonces retomé el diálogo con la condesa que me propuso que comience a elaborar vino en su bodega. Llegamos a un acuerdo que me permitió administrar el viñedo y la bodega durante muchos años, y empezamos a elaborar vino. La primera cosecha fue la 2018. Me acuerdo de la mañana en que fuimos con Nesti a probar nuestros primeros vinos. Nos miramos y dijimos: “Esto es espectacular”. Después, a lo largo de las cosechas 2019, 2020 y 2021, a medida que aprendíamos a interpretar el lugar, logramos elaborar cada vez mejores vinos.
Sin embargo, había un obstáculo: el costo del agua. Elaborar al pie de la barda atentaba contra la sustentabilidad. Teníamos que encontrar una solución.
-¿Y cómo lograste revolver el tema del agua?
-Con mi hijo Santos planeamos un viaje a caballo, saliendo de Valle Azul y bordeando toda la margen sur del Río Negro. La idea era llegar hasta El Chocón, cruzar a Alicurá, y de ahí recorrer Pichi Leufú. Yo buscaba terminar de confirmar que no hubiese otro lugar para hacer vino donde el agua estuviera más cerca. Fue un viaje largo, durmiendo con la cabeza en la montura. ¡El mejor viaje que me podés ofrecer! Pero una tarde, a la altura de El Chocón, arrancó un viento fuertísimo y un puestero que se llama Facundo Catriel nos ofreció hacer noche en su casa en medio del campo. Esa tarde Facundo carneó un cordero para hacernos la cena, nos dio su cama y nos dejó en claro que se ofendía si no lo aceptábamos. Parecía como si nos hubiese estado esperando...
Durante la cena, le conté historias del cacique araucano Catriel, que fue una persona muy importante en su época. Facundo me contó que él era su descendiente, que hacía 14 generaciones que su familia estaba en la zona, y me dijo: “Como vos me compartiste historias de mi familia, yo te voy a compartir un secreto”. Me dijo que en Valle Azul, justo donde yo quería hacer vino, había agua. Yo entonces me río: todos nos habían dicho que donde estaba el viñedo no había agua subterránea. “Ahí hay agua”, insistió.
-¿Te convenció?
-Al día siguiente nos despedimos, pero en la vuelta de nuestro viaje con Santos lo fuimos a buscar. Facundo nos acompañó hasta Valle Azul, donde juntó unas varitas de sauce en la ribera del río. Después, en el viñedo, caminó entre las hileras de vides y por la barda, y finalmente marcó 6 lugares. “En 4 hay mucha agua”, me dijo. Entonces llamé a una persona conocida que hacía pozos de agua para pedirle que venga a la finca. Apenas le mando la ubicación me llama y me dice: “Yo conozco la zona, ahí no hay agua. Si me contratás para hacer pozos ahí, te estoy estafando”.
Lo convencí diciéndole: “Repartamos el riesgo: hacé 4 pozos y yo te pago 3, aunque no haya agua”. Él aceptó. Vino a la finca, puso a trabajar el martillo neumático con el que se hace el pozo y al anochecer, después de 3 horas de trabajo, se empieza a sentir el ruido de piedra. Sorprendido, me mira y dice: “¡Hay agua!”. Y lo mismo pasó con los otros 3 pozos en los que Facundo había marcado el suelo para perforar.
-¿Qué cambió con el descubrimiento de agua?
-Nos llevó a completar nuestra apuesta por Valle Azul. En 2021 compramos unas 360 hectáreas que están al lado de la finca, y que no estaban plantadas, sabiendo que contábamos con agua para regar las vides. Por eso a 2021 lo llamamos el año de la confirmación. Plantamos Pinot Noir sobre la barda, con la idea de hacer un Pinot “de barda”, porque tiene un suelo completamente diferente al que se encuentra al pie de la barda.
Hoy soñamos con una Indicación Geográfica Patagonia que reconozca distintas clasificaciones de suelos en los que actualmente se hace vino. Porque si hay algo que descubrió la condesa y que terminamos de confirmar nosotros, es que son terruños con particularidades propias, de los que salen vinos únicos.
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