Tras los dichos de Tolosa Paz. Qué esconden las guarangadas de los políticos
Qué lectura hacer de los insultos y las malas palabras que se han vuelto comunes en la actual campaña electorial
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¡Qué linda palabra es la palabra guarangada! Es maravillosa y de las más elocuentes para expresar un estado de cosas con el que convivimos en nuestra cotidianidad social y política.
Que sepamos, guarangada no es una palabra muy usada en los textos psicológicos y sin dudas es algo antigua, propia de una generación en retirada. Sin embargo, bien vale su uso silvestre para estos tiempos en los que se compite por sacar de la cancha a todo aquello que tenga algún atisbo de sutileza, nobleza u hondura a la hora de hablar de las cosas humanas.
Si la vida fuera una carrera de tan solo 100 metros, la guarangada ganaría la carrera. El tema es que no lo es, y, pasados esos primeros metros hacen falta otras formas de expresión que honren la inteligencia que supimos conseguir a lo largo de la evolución.
En estos días se suman guarangadas en el discurso público. En nombre de lo visceral y supuestamente auténtico lo que se hace, en definitiva, es simplemente decir lo que surja “desde las entrañas” con tal de generar algún impacto en una población abrumada.
En todo caso el secreto está en no afincarse en esa dimensión y entender que la contracara del “guaranguismo” no es la pasteurización robótica de las palabras ni las melifluas sutilezas del mero espíritu, sino un andar por la vida que no le teme a lo visceral pero no lo toma como un fin en sí mismo. Es que una cosa es haberse embarrado por correr la cancha y otra es quedarse en ese barro a vivir, revolcándose allí como si fuera la única alternativa.
Cuando en Psicoanálisis se habla de sublimar el instinto no se lo hace con el fin de eliminar su poder vital sino de agregarle valor ofreciéndole un horizonte. Si una candidata habla de manera arrabalera de la actividad sexual de su militancia, el desagrado no pasa por el hecho de que se refiera a la sexualidad (¿quién se asusta de la sexualidad en estos días?) sino por el hecho de que pareciera que no surge en ese discurso un contrapunto fecundo entre esa expresión y algunos horizontes que vayan más allá del sexualismo farrista como programa de gobierno.
Lo mismo pasa con otros candidatos que guarangamente golpean la mesa insultando con la obscenidad discursiva como plataforma electoral, o simplemente patoteando con ostentación de testosterona a falta de mejores aportes. Si es por guaranguería, la hay de colores varios y son más una marca cultural que patrimonio de una actividad en particular, por más que en este tiempo electoral se note mucho esa guaranguería en el plano de la política.
No se aconseja pretender utópicamente cambiar este estado de cosas, sino apuntar a que este estado de cosas no cambie a quienes aún confían en un horizonte de vida ajeno a la guarangada. No hay que luchar contra ella, solo pasarle por el costado, cultivando lo mejor de nosotros, dejando que, a palabras necias, los oídos sean sordos.
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