La exmodelo y conductora comparte los hitos más importantes de su vida
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“¡Qué pregunta difícil!”, se queja Teresa Calandra cuando se le pide que se defina. No solo porque, según dice, ya se olvidó de la cantidad de cosas que hizo en esta vida, sino porque quizás no le sea fácil encasillarse en un único rol. Teresa, o Teresita, como la llaman desde chica, es la mujer relajada que abre la puerta de su casa de Barrio Parque en jeans y camiseta, con la cabeza enmarcada por ruleros hechos con tubos de papel higiénico. La que con el cuerpo fogueado frente a la exposición pública, aún tiene miedo, casi con inocencia, de lo que pueda decir en una entrevista. Pero también es la misma que deslumbra en una fiesta de gala con un vestido largo de tafeta de Carolina Herrera.
Teresa es dualidad: una señora con una niña interior, siempre lista para jugar. Curiosa y sin pruritos, se animó (y se anima) a todo. Fue esposa y madre joven, modelo tardía, martillera pública, empresaria con su propia línea de indumentaria y anteojos, conductora, panelista, participante televisiva, e incluso tuvo un breve paso por la actuación. Pese a todo, ella asegura que su mejor rol es el de esposa de Gonzalo Bergadá desde hace cuatro décadas, madre de sus hijos [Hassen y Diego Balut] y abuela multifunción de sus seis nietos, a los que cruza a visitar a la otra orilla del Río de la Plata, donde viven desde hace años.
–Empezaste a trabajar como modelo bastante grande, ¿no?
–Sí, a los 28, ¡pero decía que tenía 24! Soy de La Plata y cuando tenía 16 modelaba, pero medio amateur. No era de las que soñaban con ser modelo, nunca lo busqué, la moda me encontró a mí. Pero me casé muy joven, y después fui azafata de Austral, que en esa época era algo top: para entrar hice el casting más difícil de mi vida. Después me volví a casar y nacieron mis hijos. Hasta que una tarde fui con mi mamá a ver un desfile a Harrods y justo estaba desfilando Teté Coustarot, que también era de La Plata, y me conocía. Me propuso empezar a trabajar profesionalmente y me recomendó a distintas casas. Allí conocí a todas las que hoy son mis amigas, que me abrieron las puertas y me enseñaron todo. No te olvides que en esa época no existían las agencias y nos recomendábamos entre nosotras. Eran desfiles chicos, de apenas 10 o 12 modelos. La primera que me dio la oportunidad para hacer un desfile de alta costura fue Elsa Serrano. Y después, a los 39, tuve mi primera oferta para trabajar en los famosos magazines de la televisión de los 90.
–¿Cómo te sentiste?
–Bárbaro, yo me siento muy cómoda trabajando en televisión. Me encanta conducir un programa en vivo donde tenés contacto directo con el público. Así que paralelamente a esos magazines que hice [Bienvenidas (ElTrece) y Entre amigas con Teresa (Televisión Pública)] me armé mi propio programa de cable, Con Teresa, que ganó un Martín Fierro y duró 27 años al aire.
–¿Cómo te llevás con los comentarios y las críticas en redes?
–Tengo muchas seguidoras y seguidores en Instagram. Les contesto siempre y es un problema con mi marido, porque estoy mucho tiempo con el teléfono. Lo que nunca tendría es Twitter, porque es muy agresivo. A mí me gustan las críticas constructivas, porque entiendo que no todo lo que muestro le puede gustar a todo el mundo.
–Hace tiempo tuviste una experiencia directa con la muerte...
–Sí, pasó hace muchos años. Era muy joven, los chicos todavía no se habían despertado para ir al colegio y me sentí mal. Fui al baño y de repente vi todo negro. Alcancé a llamar a Gonzalo y lo último que vi fueron sus pies. Pensé que era un sueño. Me vi elevarme, despegarme de mi cuerpo y sentí que entraba en una luz. Fue lo más lindo que me pasó en la vida. Pero cuando volví de ese sueño, Gonzalo me cuenta que me había hecho respiración boca a boca, RCP, y que una ambulancia venía en camino. Tuve un síncope. Mi marido me contó que cuando me vio yo estaba rígida como una pared y tenía los labios bordó. El primero que me llamó fue Víctor Sueiro, y cuando le empecé a contar me preguntó: “¿Quién te dio la mano?”. Yo me quedé petrificada, y le pregunté cómo sabía que había visto la mano de alguien. Me dijo: “Siempre te recibe alguien”. Y efectivamente, me recibió alguien que quise mucho, mi primer marido, Juan Taverna, y a lo lejos vi un túnel. Mientras tanto, una luz me iluminaba y tuve una sensación de placer y de gozo de la que no quería volver. En ese momento no pensé en mis hijos, ni en mi marido ni en mi vida. Sentí que estaba en una gracia celestial, algo que no sé definir. Cuando abrí los ojos, lo vi a Gonzalo desencajado y le dije: “Ya volví, la próxima vez no me traigas”.
–¿Antes de eso le tenías miedo a la muerte?
–Uno siempre tiene esa duda de cómo será, pero hoy te digo que no le tengo miedo. Me asustan otras cosas, la muerte no.
–¿Cómo llevás el paso del tiempo?
–Mal. Cuando veo gente mayor lúcida, pero que no puede moverse o depende de terceras personas, pienso que no quiero vivir tantos años si voy a ser una carga o tengo que depender de otros. No le tengo miedo a la vejez, sino al deterioro.
–¿Qué hacés para prevenirlo?
–Trato de agilizar mi cabeza leyendo, aprendiendo un idioma, ahora estoy con el francés. Salgo a caminar todos los días cinco kilómetros. Trato de ser constante con el ejercicio físico, aunque me cueste. Todo se logra con constancia y esfuerzo, nada es fácil.
–En la parte estética, ¿sos de probar todos los tratamientos?
–Soy un desastre. Me operé dos veces, primero me hice el lifting mannequin cuando tenía 41 años, ¡era una beba! Pero estaba en la tele y me miraba en los monitores con cámaras de 1978 y no me veía bien. Después, antes de entrar al programa de Pamela David, me hice otro lifting con el cuello. Soy del cuchillo, no creo en la aparatología ni en lo que te cambia las facciones. No tengo constancia para hacer 10 sesiones de tal o cual.
–Y se te ve siempre impecable.
–La imagen es una carga muy pesada. Cuando era chica yo reconozco que era una bomba. Me miraban, y en ese entonces me molestaba, me intimidaban. Ahora cuando me miran o piropean me doy vuelta con una sonrisa. ¡Después de los 60 años agradecés todos los piropos!
–¿Cómo es la relación de este matrimonio, que ya tiene el nido vacío y varias décadas juntos?
–Gonzalo me acompaña bastante en todas mis salidas y mi trabajo. Como es el hijo de Liu Terracini, elegida en Europa dos veces entre las más elegantes del mundo, sabe mucho de moda. Cada vez que me visto voy a su cuarto, porque a esta edad cada uno tiene su cuarto, y le pregunto qué le parece. Si me hace “mmm”, me cambio. Siempre tiene razón.
–¿Un pendiente?
–Una telenovela. Tuve una breve oportunidad una vez que mi marido me compró una participación en Perla negra [protagonizada por Andrea del Boca] en una subasta solidaria porque era mi sueño. Me crearon un personaje que duró siete capítulos porque la novela estaba en el final. ¡Fue divino! No soy actriz, pero soy una osada. A los 70 sigo siendo una caradura, siempre lista a probar lo que me gusta.
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