Reconocida por su trabajo en Argentina y el mundo, cuenta el recorrido que la llevó a convertirse en gestora cultural
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Hay personas que no se conforman aunque muchos piensen que, en la vida, ya tienen todo resuelto. Esa podría ser una de las cualidades de Teresa Aguirre Lanari de Bulgheroni. Aunque, quizás, no sea la que más le guste para que la describan. Nacida en cuna de políticos y embajadores, casada por más de tres décadas con el empresario petrolero Carlos Bulgheroni (fallecido en 2016), fue enamorándose del arte gracias a las posibilidades que le abrió su vida itinerante. Esas “caricias del alma”, como le gusta decirle a las obras, se fueron convirtiendo a lo largo de los años en uno de sus motores vitales. “En cada viaje en que acompañaba a mi marido, visitaba algún museo. Me daba tanta satisfacción salir y decir: ‘Aprendí algo’”, confiesa. Su otra pasión, sin dudas, es su familia. “Mi hijo Marcos, del cual estoy súper orgullosa [es CEO de Pan American Energy], y su mujer, la escritora italiana Nunzia Locatelli, así como mis dos nietas, Lucrecia y Lavinia, son mis regalos del cielo”, se emociona Teresa.
Su primera incursión como gestora cultural fue con una exposición que trajo a Buenos Aires desde Turkmenistán. Luego llevó platería argentina hasta el Museo de la Armería en el Kremlin. El arriesgado intercambio derivó en un encadenado imparable, prolongado a lo largo de más de tres décadas de trabajo destinado a impulsar proyectos artísticos, así como a colaborar con instituciones centrales de la vida cultural de Argentina y del mundo. Todo eso terminó por convertir a la actual presidenta del Consejo de Administración de la Fundación Malba en una de las más reconocidas promotoras y gestoras del arte de la escena local e internacional.
–Familia de abogados, políticos, embajadores. ¿De dónde vino su amor por el arte?
–En mi casa se hablaba todo el tiempo de política y literatura, pero nada de arte. Mi madre era una gran lectora y recién empezó a pintar de grande. Tuvo una vocación tardía. Estudió con el artista Eduardo Mac Entyre, y luego, con unas amigas, tuvo una galería en la casa que perteneció a Quinquela Martín en La Boca. Mi amor por el arte vino de la primera exposición que vi: De Cézanne a Miró, en el Bellas Artes, en 1968. Me impresionó tanto que la recuerdo hasta el día de hoy. Y ese amor nunca se apagó. En cada viaje en el que acompañaba a mi marido, me iba sola a recorrer museos y a la ópera.
–Si pudiese elegir un pintor para retratarla, ¿quién sería y por qué?
–¡Me encantaría Picasso! [risas] O Berni. Hay una anécdota sobre eso. Mis padres tenían un amigo de toda la vida, el embajador Carlos Muñiz, creador del CARI ( Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales). Él sabía mucho de arte y les sugirió que le encargaran un retrato mío a Antonio Berni cuando yo era pequeña. Lamentablemente eso no estaba a la altura de sus posibilidades, pero me hubiera gustado que pasara.
–Es una mujer de mundo, se debe haber cruzado con muchas personalidades en sus recorridos...
–Tengo muchas historias para contar porque he tenido la suerte de conocer a mucha gente interesante, sí. Pero hay dos anécdotas que me gustan en particular. En una comida ofrecida por un banco en Londres, no sé cómo, terminé en un grupo de conversación en el que estaba Margaret Thatcher. Fue súper simpática conmigo hasta que le dije que era hija del canciller Aguirre Lanari que había sacado la Resolución 37/9 de la Asamblea General de las Naciones Unidas [que reconoció la continuidad de la disputa de soberanía de las islas Malvinas entre Argentina y Reino Unido, pendiente de negociación y solución a pesar de haber perdido la guerra]. Desde ese momento, no me habló más. La otra sucedió durante una época en la que yo viajaba mucho a Turkmenistán. Eran vuelos eternos y con mucha diferencia horaria, en cada regreso a Buenos Aires quedaba exhausta. Una noche, en el avión, me tocó un joven en el asiento de al lado. A la mañana siguiente, al despertar, vi que la gente que pasaba lo miraba y algunos hasta le pedían autógrafos. Le pregunté a la azafata quién era y me dijo: “¡Es David Copperfield! Pensamos que los dos viajaban juntos”. Al volver a casa vi toda la ciudad empapelada con su cara. ¡Dormí toda una noche con David Copperfield y nunca me di cuenta! Quizá fue magia [risas].
–Contó que tiene un grupo de amigas desde los siete años. ¿Cuánto impacta la amistad en su vida?
–La amistad es fundamental en mi vida. Fue, es y seguirá siendo importantísima. Con mis amigas nos juntamos a caminar y hacemos distintas cosas: en una época era ir al teatro, o a bailar en casa con una profesora. Vienen a las exposiciones y actividades en Malba, vemos las películas que programa Fernando Martín Peña en Malba Cine, que son excelentes. Cuando cumplí un número redondo nos fuimos 12 amigas a Nueva York. Desde ahí el chat se empezó a llamar morning walkers (caminadoras matutinas).
–Su nuera, la escritora y periodista Nunzia Locatelli, acaba de publicar su último libro sobre Mama Antula, la primera santa argentina, ¿Comparte con ella sus historias de fe?
–Estoy muy orgullosa de todo el trabajo que hizo Nunzia. Creo que Mama Antula fue una mujer empoderada que rompió los esquemas de su época. Como mujer tuvo que enfrentar muchas adversidades y no perdió vigencia, porque los valores que ella transmite siguen siendo actuales: el coraje, la confianza en sí misma por ser una mujer de acción y la vocación de dedicarse a los otros.
–¿Qué le gusta hacer cuando sale con sus nietas?
–Cuando viajamos con Lucrezia, de 15 años, y Lavinia, de 12, vamos mucho a museos o a escuchar música. Ellas me hacen conocer a los artistas del momento. Estoy muy contenta de que a ellas también les guste hacer ese tipo de planes. Las dos son muy distintas, pero cada una tiene mucha personalidad. Me encanta que me acompañen y disfruto mucho de su compañía, sus observaciones y comentarios. No pretendo que estén siempre detrás de la abuela, así que en cada ciudad trato de que tengan amigas. Ellas son muy sociables y enseguida aceptan mis propuestas de conocer a hijas o nietas de mis conocidas o amigas que viven afuera.
–¿Qué obra le quita el aliento?
–Una de mis favoritas es El jardín de las delicias. Es una obra en la que siempre se descubre algo nuevo, parece increíble que haya sido pintada en el 1500. Bosch era un genio. Del Malba me encanta La canción del pueblo (1927), de Emilio Pettoruti. Es alegre, son unos músicos callejeros que disfrutan de su música. Me gusta saber que está exhibida.
– ¿Qué sintió cuando Eduardo Costantini le legó la presidencia de la Fundación Malba?
–Lo sentí como un gran honor y una gran responsabilidad. Malba es un museo único por el nivel de las obras que tiene, y por sus muestras. El gran diferencial es su especificidad en lo latinoamericano: en un mismo lugar se pueden encontrar grandes obras maestras de los artistas de la región.
–¿Qué legado le gustaría dejar de su gestión?
–Creo que la gestión es un trabajo de todos los días con objetivos a corto y largo plazo. Mis grandes objetivos son lograr un Malba federal y más acuerdos internacionales. Me gustaría profundizar en ese sentido: lograr llevar más exposiciones al exterior, mostrar la Colección en otros países. En este momento, por ejemplo, la exposición que hicimos en 2022 en Malba, Vida Venturosa, de Yente Del Prete, estuvo en el Instituto Tomie Ohtake de San Pablo con gran éxito. En la misma línea, anunciamos la creación del Círculo Internacional de Malba para fortalecer el posicionamiento internacional.