El restaurante y almacén creado por José Luis Yereguinació en 2001, en plena crisis, y con el tiempo se consolidó como una referencia en el universo de los quesos y la charcuterie
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Ni suizo ni francés. Aunque el nombre de su restaurante sugiere algún vínculo con el centro montañoso de Europa, José Luis Yeregui, dueño de La Fondue, desciende de vascos y se crio en Emilio Bunge, un pueblo a 500 kilómetros de la capital, en donde su padre era encargado de una fábrica de quesos.
En la década del 80, cuando tenía 21 años, José Luis llegó a Buenos Aires para poner una fiambrería en Beruti y Salguero, que funcionó durante 30 años. A la vuelta de aquel negocio tenía su consultorio el psicoanalista José Eduardo Abadi, cliente y amigo de la casa. “Él me trajo a este barrio, me dijo que era una zona que se iba a poner linda y me encontró este local, que estaba en alquiler”, explica José sobre su mudanza a Seguí 4674.
En su nueva dirección, se animó a poner unas mesas. Al principio solo ofrecían tablas de quesos y fiambres; luego sumaron pizzas, y finalmente llegó el plato emblemático del restaurante. “Cuando nos mudamos acá yo no sabía qué nombre ponerle al negocio y a mi mujer se le ocurrió La Fondue. Así fue como la gente empezó a pedirla y la agregamos al menú”, recuerda. Hoy, en las noches frías, en todas las mesas se ven las ollas colmadas de queso fundido en las que los comensales hunden sus pinchos.
Eso no es todo. La Fondue es, además, un almacén gourmet. Del techo cuelgan patas de jamón una junto a la otra. En las heladeras se apilan los quesos junto a los frascos de caviar y alguna lata de foie gras. Los estantes de madera rebasan de paquetes de pastas italianas y toda clase de conservas: desde alcauciles y aceitunas catamarqueñas, hasta mermeladas de la Patagonia.
–¿Cuándo abrieron?
–En el 2001, un año difícil. Arrancamos con el negocio lleno de mercadería, pero sin clientes porque no había plata ni tarjetas de crédito. Además, esta era una cuadra muerta, solo estaban el 50 por ciento de los edificios que hay ahora. Pasaba muy poca gente porque no había casi ningún comercio. Después se construyeron muchas torres, abrieron un supermercado, y empezó a haber movimiento. Pero al principio fue difícil. Durante cuatro o cinco años tuve que remarla.
–¿Qué había antes acá?
–Un bistró chiquito que funcionó poco tiempo, y antes de eso, El Oso Charly, que era un restaurante muy conocido. Cuando yo llegué, estaba vacío. Empezamos con una cocina común, como las que hay en las casas, y un amigo venía a preparar pizzas. Después nos fuimos equipando. Pusimos una cocina industrial con seis hornallas y un horno pizzero. Las pizzas de panceta y queso picante, o las de tomates confitados con queso de cabra las hacemos desde que arrancamos y la gente las sigue pidiendo.
–¿Y cómo preparan la famosa fondue?
–Usamos aproximadamente medio kilo de queso para dos personas: gruyere y una fontina bien estacionada, lo que es muy importante para que quede sabrosa. En temporada necesitamos una horma de 35 kg de cada uno de estos quesos por semana para abastecer la demanda. Antes le poníamos emmental pero ahora no está entrando. Para prepararla se comienza con vino blanco seco y una vez que está caliente se incorporan los quesos, previamente rallados. El secreto es añadirle un poquito de maicena disuelta en agua para que la preparación ligue y quede como una crema. Antes de llevarla a la mesa le agregamos el kirsch, un aguardiente de cerezas que traemos de Bariloche.
–¿La receta es la misma que hacían cuando empezaron?
–Sí. Nosotros acompañamos la fondue con nueve ingredientes: pan, tomates cherry, salchicha ahumada, papines, pollo, ciruelas. También cebollita en vinagre y manzana verde que van muy bien porque el ácido limpia la boca. Todos los años cambiamos alguno de los acompañamientos para que la gente no se aburra. Ahora estamos haciendo unas croquetitas de carne y una polenta crocante.
–¿Ofrecen alguna otra fondue?
–Tenemos otra de queso, pero a base de cerveza, que es un poquito más amarga, y la de chocolate. Esta última la hacemos con crema y chocolate marca Fénix. Viene acompañada por frutas de estación, brownies y vainillas.
–Ahora empieza la temporada alta, ¿no?
–Sí, la fondue es una comida de invierno y como somos unos de los pocos que la preparamos en Buenos Aires a la noche viene muchísima gente. Recibo 45 cubiertos por día, y debo rechazar otros tantos. Pero a veces estar tan asociados a esta preparación por el nombre nos juega en contra. Algunos clientes vienen únicamente cuando hace frío. Creen que es el único plato que servimos.
–¿Aprendiste sobre quesos desde chico?
–En mi pueblo se producía sardo, brie y cuartirolo con fécula blanca arriba, un queso riquísimo que había desaparecido pero que ahora está volviendo. Mi padre trabajaba en la fábrica que los hacía y de él aprendí algunas nociones básicas de la elaboración: cómo trabajar las masas del queso, a qué temperatura, con qué máquinas, qué molde usar para cada uno. Pero ya casi no me acuerdo.
–¿Qué fiambres tienen?
–Yo trato de tener todo lo mejor que hay en el mercado porque la zona lo requiere. Tenemos una buena selección de jamones: españoles clásicos, de jabugo, de Parma, y nacionales. También mortadela de pistacho, pastrón, cantimpalo, salames caseros de Mercedes y de Colonia Caroya, lomo español de bellota, matambres caseros, longaniza calabresa.
–¿Cómo fue que empezaron a hacer pastas?
–Las recetas las trajo un amigo, Juan, que vivía a una cuadra de mi local de Beruti y Salguero. Él es ingeniero civil y da clases en la UBA, pero su hobby es la gastronomía. Estudió en el IAG y les enseñó a los chicos de la cocina todas estas pastas que hoy seguimos preparando. Ravioles de seso, de espinaca, de salmón y batata con salsa de langostinos. Se hacen todas acá y son los clásicos del lugar. En la carta hay además una sección de bruschetas y otra de pescados.
–¿Están los mismos cocineros desde que abrieron?
–Si, Fernando y Lisandro están en la cocina desde ya hace 22 años.
–¿Qué postres tienen?
–Almendrado casero, tiramisú, mousse de chocolate, flan de naranjas y jengibre, brownie con helado, y queso y dulce. Hacemos siempre los mismos cinco y no los puedo cambiar porque acá la gente viene a buscar “lo de siempre”. A veces Fernando, a quien le apasiona la repostería, quiere hacer algo nuevo. Pero después llegan los clientes y piden los mismos que prepara desde hace 20 años, y que por eso le salen tan bien.
–¿Quiénes son “los clientes”?
–Tenemos clientes de todos lados. Mucha gente del interior y también del exterior: me reservan desde Miami, desde Brasil, desde Colombia. Yo no sé si llegan por las redes sociales o por recomendación. Generalmente, cuando viene una mesa de cuatro piden una tabla de fiambres y después una fondue, pero nosotros tratamos de que prueben otras cosas. Tenemos muchos habitués, clientes de hace más de 20 años, que con la pandemia dejaron de venir y después volvieron.
–¿Cómo los trató la pandemia?
–Trabajamos como nunca. Fue impresionante. La gente hacía cola en la puerta todo el día. Vendíamos quesos, fiambres, conservas y platos de mostrador. En ese momento empezamos a hacer la fondue para llevar. La entregamos con un pan de campo para que en su casa los clientes le hagan un agujero arriba de 10 centímetros, le quiten la miga y le echen el queso fundido adentro. Si no son del barrio y cuando llegan a su casa se enfrió, la pueden calentar en el microondas antes de volcarla en el pan.
–¿Qué caracteriza a este restaurante?
–Es un lugar muy chiquito pero cálido. Entran como máximo 45 cubiertos, lo que lo hace muy manejable, la cocina tiene tiempo para ir armando las cosas que le piden. Es muy familiar. Se charla con el de al lado. Los clientes vienen y se quedan haciendo sobremesa, nadie los apura. Tampoco tenemos turnos con horarios fijos, pueden venir a la hora que prefieran, pero la mayoría suele llegar a las 9.30. Todos se van contentos por el buen trato y por la comida. Para terminar, les damos siempre un lemoncello.
–¿Cuál fue el mejor momento del restaurante?
–Todos los días son lindos acá en La Fondue. A mí me gusta mucho lo que hago: la atención, las charlas con la gente, y además me encanta comer. Yo vengo a trabajar y me encuentro con amigos, nos tomamos un vino, una copa de champagne y así va transcurriendo la vida acá adentro.
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