Escritor y empresario, al mando del laboratorio que lleva el apellido familiar, presentó su nueva novela en la Feria del Libro junto a Mario Vargas Llosa
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La novela que Alejandro Roemmers acaba de presentar en la Feria del Libro, junto a Mario Vargas Llosa, comienza con el hallazgo de un cadáver, pero el ADN de la historia tiene que ver con los vínculos, la confianza, la familia y la amistad. Morir lo necesario es un thriller atravesado por la poesía. Original y vertiginoso, casi un calco de su vida.
Poeta y empresario, al mando del histórico laboratorio que lleva el apellido familiar, también se especializa en cumplir sueños. “Puedo decir que no pasa un solo día sin que ayude desinteresadamente a alguien. Es una vocación, me siento un activista espiritual”, comenta el autor que destinará todo lo recaudado con su libro a Unicef y Médicos sin Fronteras.
–Muchos dicen que sos un distinto. ¿Cómo te cae eso?
–La realidad es que siempre me sentí diferente. Para mí las reglas de la normalidad nunca existieron. En épocas del auge de la televisión, en casa no se estilaba. Todos charlaban de fútbol y yo nada, ni lo veía ni me interesaba. Todos fumaban y yo no. Lo mismo pasaba con el alcohol. Lo que me gustaba era leer libros que nadie leía. Toda la vida estuve en una situación diferente y seguí mis convicciones, hice mi propio camino. A mi manera, fui una especie de activista.
–¿Cómo es eso?
–Claro, muchas veces me lo dicen. Me cuestionan que yo podría vivir sin necesidad de exponerme, de meterme en problemas o de querer solucionar la vida del otro. ‘Si tenés una vida espectacular, ¿para qué?’, suelen comentarme. Pero yo me doy cuenta de que hay un propósito en mi vida. Algo que me guía a hacerlo y que lo necesito para sentirme bien. No podría ser feliz pasándola bien solamente yo. Hay una vocación de ayuda al prójimo. Me siento un activista del amor y el fin es activarlo en las personas. Ponerlos en marcha y generar una especie de dinámica. La idea es: ‘Yo hago esto por vos, pero vos después hacé algo por el otro’. Y así se van formando olas de energía que siempre vuelven. Lo disfruto mucho.
–¿Cómo fue el inicio de tu vida espiritual?
–Yo creo que la despertó una frase de mi madre. Ella siempre decía: ‘Pónganse en el lugar del otro’. Y me quedó marcado a fuego; lo hice siempre. Hoy se habla de empatía. Yo aprendí a hacer el ejercicio de ver todo desde el otro lado. Cuando mi mamá nos señalaba eso se refería a cosas muy simples como el deber de dejar los cuartos ordenados. Y yo inmediatamente me ponía en el lugar de la persona que venía a ayudarnos. Siempre fui muy sensible.
–¿Y cómo es esto de los sueños cercanos, ayudar sin que se sepa?
–Cercanos y lejanos, también a absolutos desconocidos. Quiero pensar que con mi libro El regreso del Joven Príncipe, que tuvo millones de lectores, pude haber despertado a muchas personas. Pero después, de primera mano, también es algo constante. Cumplir sueños se convirtió en un ejercicio cotidiano que me hace feliz. Porque creo que no hay un día en el que yo no ayude desinteresadamente a alguien. Hoy, por ejemplo, lo pude hacer con dos personas.
–¿Temas de salud, económicos?
–Hay miles, de todo tipo. Alguien que necesita un préstamo para trabajar un campito, o su primera vivienda. Y vinculados a la salud, desde ya.
–Tu fama de excéntrico quedó marcada a fuego luego de festejar tu cumpleaños 60 en Marrakech, llevando un avión cargado con amigos.
–Todos saben que admiro muchísimo a San Francisco de Asís. De ahí mi obra de teatro Franciscus, que terminó adaptándose para un musical. Leí todo lo que existe sobre él. Y mucha gente se queda con eso de la persona despojada, que es cierto. Pero lo que hay que entender es que no era un fin sino un medio para lograr algo, que era nada más y nada menos que la fraternidad universal. Y con mi cumpleaños número 60, lo que se me ocurrió y deseé fue tratar de igualar. Invitar al que hubiera podido por sus propios medios, y al que no. Sentí que cerraba un ciclo en mi vida y claro, había que celebrarlo.
–Y no faltó nada: hoteles, eventos en pleno desierto, caballos blancos en la arena, paseos en camello, misa de acción de gracias, Ricky Martin en persona...
–Quería compartir eso con todas las personas que significaron algo en mi vida. Amigos, claro, pero también todos aquellos que me marcaron de alguna forma. También invité a los que me hicieron bullying en el colegio.
–¿Fueron?
–Sí, y para mí fue muy importante, casi lo más lindo. Porque lo que yo quería era cerrar. No me importaba si fueron buenos o malos conmigo. Y sucedió que con el que en su momento más me agredió se generó un vínculo. Yo quería una especie de reconciliación, que nos pudiésemos abrazar. Fue la mejor experiencia de mi cumpleaños. Nos dimos un abrazo muy lindo y fue maravilloso lo que él me dijo, que me reservo. Sanador en todo sentido.
–La vida te da sorpresas...
–Siempre es así. Pequeñas cosas que te pueden cambian mucho.
–También habrás padecido el tema de los prejuicios.
–Es muy difícil conservar una mirada fresca sin tener ningún tipo de preconcepto de las cosas. Casi todos los poetas escribieron algo sobre la rosa, ¿no? Pero cuando uno quiere hacerlo, el secreto es tratar de ver esa flor como si fuera la primera vez. Es decir, no tomar todo aquello que te contaron de la rosa. Ni siquiera saber que se llama rosa sino ver esa flor y maravillarte. Para lograrlo, hay que mirar la realidad con ojos de niño. Ojos puros. Resulta importante mantener la capacidad de asombro.
–¿Te considerás un optimista?
–En principio sí. Supongo que un optimista espiritual. Yo pienso que la humanidad, con todos sus traspiés, igual va avanzando a un ritmo. Por su puesto está el tema de la guerra –porque siempre hay una– que considero un crimen. Pero también creo que la gente va tomando conciencia de muchas cosas. No quieren más resabios de la vieja manera de sentir, pensar, actuar. A mí me gustaría ver una manifestación muy contundente de los jóvenes por la paz. Ese es un gran sueño y trabajo para que suceda.
–Tenés una excelente relación con el Papa Francisco, ¿no? ¿Lo hablan?
–Generalmente cuando charlamos me pongo a sus servicio, veo en qué lo puedo ayudar. Estamos con proyectos agrícolas en África, en el Amazonas, en el norte argentino. Temas de educación.
–¿Te duele que lo critiquen en su propio país, que se encuentre salpicado con el tema de la grieta?
–Sí, porque yo lo quiero mucho. Pero los argentinos somos así: no queremos a nadie. Él es una persona admirable. Yo a lo mejor peco de idealista, pero creo que si en algún momento decide venir nos uniría bastante. Es lo que me encargué de transmitirle.
–¿Y? ¿Viene?
–Por ahora no. Porque está el miedo de que pueda ser usado para todo lo contrario. Es muy triste que en el país reine la intolerancia. La Argentina siempre es una esperanza y tenemos todo el potencial. Es cuestión de organizarnos bien, ponernos en marcha y unirnos.
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