Sus padres nunca le ocultaron que recurrieron a esta técnica de reproducción asistida para tenerla; hoy, ya recibida de médica, cuenta por qué donó sus propios óvulos y plantea la importancia del derecho a la identidad para los nacidos a través de estos procedimientos
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Una foto actual, otra de su infancia, y una carta para explicar las razones que la llevaron a donar sus óvulos a los 22 años. “Ojalá que con esto yo pueda hacer tan feliz a alguien como otra persona lo hizo con mis papás”, escribió Iara Zlotogwiazda, hija del famoso periodista y de Estela Chardon, exingeniera química y actual psicóloga perinatal. Luego adjuntó todo en la carpeta que dejó en Reprobank, uno de los pocos bancos de donantes de óvulos y esperma con PIA (Programa de Identidad Abierta) que existen a nivel nacional, ya que el resto solo cuenta con donaciones anónimas. En este caso, se trata de un banco privado que, desde 2014, ofrece una carpeta con información de los donantes para que los nacidos a partir de esta técnica puedan solicitarla al obtener la mayoría de edad.
Nacida ella misma gracias a una ovodonación en 1995, Iara sumó una aclaración fundamental para ese futuro niño o niña: si alguna vez sentía la necesidad de hablar con ella o de conocerla, siempre estaría disponible.
En la Argentina, la cantidad de familias formadas con gametos de terceros va en aumento. Se trata de un procedimiento al que recurren quienes desean ser padres y tienen algún tipo de dificultad; en el caso de las mujeres, la baja o nula reserva ovárica o las alteraciones genéticas de sus propios óvulos suelen ser las más comunes. Según los últimos datos de Samer (Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva), se estima que en Buenos Aires se realizan más de 1500 procedimientos de donación de semen y óvulos por año. En 2022, además, se creó la agrupación Nacidos por Donación (@nacidospordonacion_argentina), que agrupa a hijos e hijas nacidos de donación de gametos para que puedan conocerse e intercambiar experiencias.
En ese sentido, Iara cree que el derecho a la identidad es un punto clave de estos procedimientos que aún presenta cuestiones a debatir. Por ejemplo: aunque el artículo 564 del Código Civil y Comercial, reformado en 2015, establece que los nacidos de esta forma pueden solicitar el acceso a los datos genéticos de los donantes, para conocer la identidad de los mismos se requiere una autorización judicial que no siempre está garantizada ya que las “razones debidamente fundadas” quedan a criterio del juez.
“Yo no recuerdo en qué momento me lo dijeron, fue todo muy natural, creo que siempre lo supe”, asegura ella, que pudo conocer a su donante sin mediaciones legales porque se trataba de una allegada a la familia.
Desde chica, recuerda Iara, les contaba a sus amigos y maestras del jardín que los embriones crecían en hornitos y que luego se formaba un bebé. Así, con la palabra “embriones” bien clara y el concepto de “hornito” para referirse a las incubadoras donde se conservaban antes de ser transferidos. “Mi mamá viene del palo de la ciencia, siempre me habló con términos muy precisos”, detalla Iara.
“Mi papá también acompañaba, pero desde otro lugar, más tranquilo, de tomar todo con mucha naturalidad. En casa se hablaba de esto abiertamente, en la mesa familiar, en todo momento”, cuenta. Tanto, que a los 12 años ella misma pidió participar de las reuniones de Concebir, la asociación civil fundada por su madre para acompañar a personas con dificultades reproductivas que realiza talleres y charlas hasta el día de hoy. Para Iara lo extraño no era su experiencia sino la reacción de esos hombres y mujeres al escucharla. “Yo no lograba entender por qué estaban tan angustiados, para mí era lo más normal del mundo”, dice. “Les contaba que lo que más me impactaba eran las ganas y el esfuerzo de mis papás para tenerme. Les agradecía por haberme buscado así, por haberme querido tanto. Con respecto a la donación, lo que yo decía era: ‘Si te falta un órgano pedís un órgano, ¿por qué si te falta una célula no la pedís?’. El concepto me parecía muy básico. Ellos me preguntaban si yo pensaba en la donante y mi respuesta era que no. También me preguntaban qué hubiera pasado si me enteraba de más grande y entonces les decía que eso sí me hubiera jodido, por la mentira. Los hacía reflexionar al respecto y muchos lloraban, todos me agradecían”.
Es que si bien en su caso todo se habló abiertamente, son muchos los padres y madres que por miedo, desconocimiento o vergüenza, aún insisten en ocultarles el origen a sus hijos o no saben cómo abordar la temática. Un estudio realizado en CEGyR (Centro de Estudios en Genética y Reproducción) demostró que la mayoría de las parejas heterosexuales planea compartir el dato previo a la concepción, pero una vez que comienza el tratamiento y luego de que el bebé nace, solo un 37,4% decide hacerlo.
Cómo hablarlo
La psicoanalista Laura Wang, especialista en técnicas de reproducción asistida, asegura que de un tiempo a esta parte las consultas más recurrentes en su consultorio son precisamente de parejas que no saben cómo hablar de esto con sus hijos. “Se preguntan si hay un momento determinado, vienen con una demanda clara: necesitamos que nos digas si estamos preparados, si está bien que le digamos esto o mejor aquello, qué palabras tenemos que usar. Piden autorización”, comenta. Los riesgos del ocultamiento, coinciden todos los expertos, son los mismos que aparecen en los casos de adopción no revelada: la verdad tarde o temprano sale a la luz y las consecuencias pueden ser devastadoras. “Si vos estás criando a un niño, le estás enseñando como base de la relación familiar decir la verdad, y en algún momento de ese proceso le contás que le mentiste o le ocultaste información, se quiebra la base de ese vínculo”, plantea Iara.
La figura de la donante
Hoy, a sus 27 años y recibida de médica, ella homologa la donación de óvulos a la de sangre y plaquetas, que realiza con frecuencia. “Si hago todo eso, ¿por qué no donaría una célula reproductiva?”, se pregunta.
En la Argentina, cualquier mujer puede donar sus óvulos de manera anónima acercándose a un centro de fertilidad y si bien se recibe un pago, los móviles económicos suelen estar acompañados por otros. En 2016, Wang y su colega Diana Pérez realizaron un estudio para determinar el perfil de las donantes en Buenos Aires. El título era “La otra cara de las TRHA (técnicas de reproducción humana asistida)” y, si bien se trató de un recorte en un único centro y sobre la muestra de 40 mujeres, fue la primera vez que se echó un poco de luz sobre una figura que, hasta entonces, permanecía en las sombras. Entre otras cosas, la investigación reveló que estas mujeres, de entre 25 y 29 años, entendían que al donar óvulos estaban ayudando a otra a ser madre. A la motivación económica, entonces, le seguían fines solidarios: “Mi hermana perdió un bebé y después intentó quedar embarazada y no pudo”; “Me emociona ayudar a otra persona a formar su familia”; “Me pongo en su lugar, alguien que no puede terminar de sentirse llena”, fueron algunos de los testimonios recogidos.
Vanesa Rawe, co-directora de Reprobank junto a la doctora Pilar Regalado, comparte que en su caso las donantes, como Iara, suelen pertenecer al campo de la salud: enfermeras, médicas y chicas jóvenes que deciden preservar su fertilidad y, en el mismo proceso, donan determinada cantidad de óvulos.
Lejos de creer que esto implica un lazo de parentalidad, Iara coincide con la reformulación del Código Civil y Comercial argentino que estableció una tercera vía filiatoria para los nacimientos derivados de técnicas de reproducción humana asistida. En esos casos, la maternidad o paternidad se definen según la voluntad procreacional y no a partir del material genético. Para eso, son fundamentales los consentimientos informados, tanto del padre y/o la madre, como del o la donante, que se adjuntan al legajo del recién nacido cuando se lo inscribe en el Registro Civil.
“Cuando hablamos de revelar la identidad no estamos diciendo que se establezca un vínculo, el o la donante, de hecho, puede no querer hablar, o negarse a generar un encuentro, pero eso no implica que los nacidos de esa donación no tengan derecho a saber quién es”, sostiene Iara, quien también respalda otro reclamo de diversos sectores ligados al campo de la reproducción asistida: el Registro Único de Donantes. La iniciativa sería una forma de evitar riesgos de consanguinidad (ya que así se controlaría la cantidad máxima nacida de cada donante) y les permitiría a los nacidos por donación de gametos conocer su origen sin tener que recurrir a instancias legales. Así, sería una vía directa para garantizar el derecho a la identidad previsto en la Convención Internacional de los Derechos del Niño.
Cuando le preguntan, Iara dice que no tiene ganas de convertirse en madre; tampoco lo planea a futuro. “Posiblemente no lo quiera ser nunca”, arriesga. Aun así, puede comprender “el deseo de maternar” de otra mujer y la impotencia ante las dificultades para lograrlo. Y si puede ayudar a evitarlo, dice, se siente feliz de ser parte de ese proceso.
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