Una, inspirada en la arquitectura de Antoni Gaudí, tiene una fachada y esculturas admirables, y la otra fue un antiguo convento franciscano; ambas reciben visitantes
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En medio del encantador e insondable paisaje isleño del Tigre, con sus características casas de madera, se distinguen dos antiguas y atípicas edificaciones, construidas con estilos, materiales y muebles traídos de Europa a fines del siglo XIX, que con los años fueron abandonadas y luego recuperadas: una fue el hogar de descanso de una pujante familia catalana, y la otra un convento destinado a la orden franciscana. En cada una de ellas hay ahora una mujer emprendedora que le abre sus puertas al turismo para contarles sus curiosas historias, recorrerlas y disfrutar de una variedad de servicios.
Domingo Faustino Sarmiento, que vivió casi treinta años en una casa construida en el Delta en 1855 –hoy museo- afirmaba que por su suelo húmedo y las crecidas del río, las viviendas –como la suya- debían ser de madera apoyadas sobre pilotes, accediendo a ellas por escaleras o rampas. Sin embargo, la arquitectura europea logró filtrarse en el Delta en los primeros años del siglo XX. Fue cuando se construyó la casa del industrial Pablo Masllorens, quien había dejado su hogar del municipio catalán de Olot, para instalarse y abrir una fábrica en la Argentina. Su actual propietaria, María Mercedes López, relata a quienes llegan a conocer el lugar, cómo se concretó esta singular morada que día tras día intenta mantener, y que ha sido declarada de valor patrimonial arquitectónico por la municipalidad local.
También el arquitecto Eduardo Masllorens, nieto de Pablo, que suele acompañar a María cuando recibe visitantes en el Paraíso, repasa la historia. La fábrica textil que abrió su abuelo en el país prosperó tanto que le permitió “tener una casa de fin de semana que lo hiciera sentirse en su Catalunya natal; por eso se la encargó a su compatriota, el escultor Josep Llimona”, seguidor de Antoni Gaudí, en cuyas construcciones prevalecen las fachadas.
“Acá pasa eso: uno cree que va a entrar a una mansión y no; es una impresionante fachada con una buena casona, grande, pero estándar”, aclara Eduardo, al reafirmar que “sin dudas ésta es una casa gaudiana”
“Acá pasa eso: uno cree que va a entrar a una mansión y no; es una impresionante fachada con una buena casona, grande, pero estándar”, aclara Eduardo, al reafirmar que “sin dudas ésta es una casa gaudiana” y que a sus ascendientes “no les importó romper con los códigos arquitectónicos de la época ni del Delta”.
Un Paraíso sobre el río Luján
“No hay quien pase por aquí y no se detenga impactado por esta fachada”, asegura María. En ella prevalece un inmenso vitral semicircular que representa una telaraña gigante y colorida, por el cual se accede a la vivienda. Y no es todo, además, la entrada luce una fuente de agua con sus gárgolas –actualmente en reparación- la estatua de un perro, dos imponentes columnas y un enorme jaulón.
El interior de la casa es sobrio pero amplio, con once dependencias, baños y una cocina abierta al parque trasero. En medio de la frondosa y variada vegetación que rodea toda la propiedad se accede a una capilla románica, aparecen estatuas de mármol blanco y una mesa con azulejos que describen la historia del Quijote, entre otras reliquias que también se conservan adentro de la propiedad.
En honor a Francisca, la esposa de Pablo, la casona se llamó La Paquita. Cuando ellos fallecieron la familia la vendió a un sindicato que la usó como lugar de recreo, pero “dejó que la casa se viniera abajo”, lamenta María. Ella pasó ocasionalmente por ahí a mediados de 1990, junto a su pequeño hijo Antú, y le atrajo tanto que “malvendió” todo lo que tenía y la compró. “Nunca imaginé que eran seis hectáreas y a machete limpio descubrí esculturas que estaban cubiertas por el monte y un lago artificial que limpié solita”, resalta.
El predio se convirtió en El Paraíso de María, adonde instaló una hostería con cabañas y pileta. “Pero como yo no entendía nada de temas inmobiliarios, diez años después el mismo sindicato puso reparos a la venta y perdí la casa; sólo me llevé unas palmeras para cuidarlas”, recuerda. Se mudó entonces con su hijo a una isla cercana y cada tanto pasaba a ver su paraíso desde el Luján.
Cinco años después, al fallecer su papá, le cedió parte de la herencia “para que recupere la casa de mis sueños –reseña- y el día que volví traje las palmeras de vuelta y restauré todo por segunda vez, rompiéndome la espalda”, con secuelas en su estado de salud que aún sobrelleva.
“Esta casa tiene una energía terrible y así como me atrajo me cuida desde hace más de treinta años en los que hubo quienes intentaron estafarme, pero también amigos que me ayudaron a repararla”. Además de ofrecer el Paraíso para eventos privados, recibe contingentes que llegan con empresas de miniturismo y con guías del municipio.
“Todos quedan fascinados por las joyas arquitectónicas, pero sobre todo por la paz que se respira aquí”, remarca la anfitriona, encargada de compartir también con antiguas fotos una historia que le pertenece, porque “los Masllorens me consideran de la familia”.
El convento de la felicidad
A diez minutos de la estación fluvial de Tigre, sobre el arroyo Gallo Fiambre y a 200 metros del río Carapachay, sobresale entre los bosques otro edificio imponente: el Convento de San Francisco, construido en 1910 por el arquitecto italiano Virgilio Cestari, en un terreno de 4 hectáreas. Los sacerdotes lo ocuparon hasta 1946, cuando una terrible inundación destruyó todo y los pobladores tuvieron que abandonar el Delta.
Si bien el turismo se impone hoy como la principal actividad económica en estas islas, antes de aquella sudestada prevalecía la producción de frutas que habían introducido los franciscanos. “Por eso la marca de sidra La Real abrió su fábrica cerca del Convento; pero después de aquel desastre se mudaron al Alto Valle de Río Negro y dejaron el establecimiento vacío y abandonado”, reseña Silvina de Prado, la guía del lugar.
“Unos pocos religiosos continuaron durante un tiempo en la capilla del Convento, donde abrieron una escuela primaria y talleres de oficios. Pero como el edificio es muy grande para mantenerlo, en 1995 se fueron y dejaron un casero que lo descuidó”, comenta la anfitriona.
Después de años de abandono el santuario fue vendido en 2011 a un matrimonio que buscaba una linda casa de fin de semana, quienes lo restauraron respetando su estilo “para que todo quedara tal cual era, como la capilla con sus santos”, destaca Silvina que, junto con su pareja Demián Gasco, anexaron al Convento su posada vecina, creando el Complejo Senador Dupont, que en conjunto ofrece una variedad de opciones “para que los visitantes disfruten en estos increíbles espacios al aire libre”, enfatiza.
El Convento se distingue por la elegancia de su exterior, inspirado en el realismo italiano característico de Cestari. Está construido sobre una estructura palafítica y en la planta baja tiene una extensa galería con acceso directo a los jardines y bosques. En el primer piso se encuentra la capilla, junto a importantes salones; y en un segundo nivel hay seis habitaciones con las comodidades necesarias para hospedar turistas
El Convento se distingue por la elegancia de su exterior, inspirado en el realismo italiano característico de Cestari. Está construido sobre una estructura palafítica y en la planta baja tiene una extensa galería con acceso directo a los jardines y bosques. En el primer piso se encuentra la capilla, junto a importantes salones; y en un segundo nivel hay seis habitaciones con las comodidades necesarias para hospedar turistas. Desde allí se accede a dos terrazas que permiten apreciar la exuberante vegetación que lo rodea y las aves que proliferan.
La posada de los Gasco también tiene su historia. Comenzó cuando la mamá de Demián “descubrió el Delta y se enamoró”, rememora el hijo. Entonces su papá, experto en gastronomía, decidió montar esta posada con el nombre de Senador Dupont, como se llama el perro parlante que en la novela La hierba roja, de Boris Vian, sale junto a su amo a buscar la felicidad. Hace unos diez años, Demián y Silvina se hicieron cargo del lugar y decidieron mantener ese nombre para este Complejo que incluye el Convento, convencidos de que quienes lo visitan encuentran ahí la felicidad.
La posada es una gran casa rústica, también de construcción palafitica. “Acá no ofrecemos lujos –aclara Silvina- sino la experiencia de palpitar y explorar un ambiente donde se combina todo: historia, arte y un escenario verde inmensurable”. Todo está todo dispuesto para cumplir con tan ambicioso propósito: las habitaciones de ambos edificios, la piscina, una gastronomía en la que ponen toda su pasión, shows musicales nocturnos, paseos guiados y actividades deportivas. Como María en el Paraíso, Silvina pone en relieve la magia de estos lugares en los que, por sobre todas las cosas, reina la naturaleza.
Datos útiles
El Paraíso de María. Desde Estación fluvial de Tigre: Líneas Delta, 15 minutos hasta la puerta. Facebook: El paraíso de María. Correo: elparaisodemaria10@gmail.com.
Complejo Senador Dupont-Convento de San Francisco. Desde Estación fluvial de Tigre: Líneas El Jilguero, 10 minutos hasta parada La Real. Ig @senador_dupont – Correo: demian.delta@gmail.com. Tel: 1132091818 y 1168769666
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