La pornografía violenta es un elemento problemático en la educación afectiva y refleja en el aumento de agresiones sexuales entre adolescentes
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MADRID.– Poner puertas al campo, tapar el sol con un dedo, vaciar el Atlántico con un balde. Cualquiera de esas frases hechas vale para explicar cómo de posible es restringir completamente el porno en internet para los menores. Móviles, tabletas, videojuegos, televisiones. Está en todas partes. Y donde hay conexión, hay porno. Salta en ventanas emergentes, aparece en los resultados de los buscadores con las palabras clave más inverosímiles, en publicidades que no se han pedido, en redes sociales.
¿El problema? Hay varios. Que la mayoría de esos clips muestran un sexo violento –en su práctica totalidad hacia las mujeres–, en lo físico y lo verbal, carente de toda empatía, consentimiento, reciprocidad y, obviamente, afecto. Que es eso y prácticamente ninguna otra cosa lo que sirve de educación sexual a muchos niños, niñas y adolescentes: bofetones, mujeres arrastradas por el pelo, asfixia, simulaciones de violación, y a veces, también, violaciones reales. Y que ya, desde hace varios años, los especialistas apuntan a ese tipo de porno –el llamado mainstream, no toda la pornografía es igual– como uno de los factores a tener en cuenta en el aumento de la violencia sexual entre los menores.
Supone una contradicción dictar normas reguladoras de los contenidos de esta clase en los medios, mientras que, a la par, no existen protocolos para tratar de impedir el acceso de los menores a páginas web pornográficas. Si se abre cualquiera de ellas por primera vez, aparece una ventana con una advertencia: “Solo para adultos”. Y un botón: “Aceptar”. Con pulsarlo basta para tener delante millones de videos. Cuando vuelve a haber acceso desde el mismo dispositivo, la advertencia ni siquiera saltará, la memoria (las cookies) de la página reconoce que ya se entró antes y da vía libre.
Fuentes de la Agencia de Protección de Datos recuerdan que sus competencias se ciñen a la protección de la información personal, que son “muy conscientes de que el acceso por menores de edad a contenidos online para adultos y el uso adictivo de las nuevas tecnologías son hábitos que pueden comportar graves riesgos para su desarrollo y salud mental y serias consecuencias en su ámbito familiar, educativo y social”.
Un debate necesario
El debate sobre cómo seguir el camino para proteger a los menores de cierto tipo de pornografía es para el doctor en Sociología Lluís Ballester, experto en la relación entre juventud y pornografía, necesario: “Ese mismo debate lo tuvimos respecto de otros productos que se identificaban con la libertad, como el tabaco. Socialmente, hemos llegado a aceptar fuertes restricciones al acceso y consumo porque la investigación demostró los efectos que producía. Ahora mismo, la evidencia en relación al consumo habitual de pornografía es casi del mismo nivel que la que teníamos antes de las restricciones al tabaco”.
Ballester cree que en este sentido hay medidas posibles que podrían tomarse, como “establecer por ley que todos los dispositivos con conexión a internet que se pongan a la venta tengan activados controles parentales y establecer líneas telefónicas de denuncia y asesoramiento a menores y familias, fijar un consejo asesor de expertos sobre menores y riesgos del entorno audiovisual de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, o poner en funcionamiento el Consejo Audiovisual en todas las comunidades autónomas, para trabajar sobre este tema”.
Tanto Valero como Ballester apuntan hacia un objetivo claro: la prevención. Para este último, “el mejor enfoque es el de la educación de las emociones, los afectos, las relaciones, la sexualidad; así como la educación digital”. Además, dice que hay que activar mecanismos de protección para las personas que están en riesgo y las que ya han sufrido daños y “procesos de participación e investigaciones que permitan entender mejor qué está pasando, por ejemplo, con el riesgo en redes sociales y videojuegos, donde también llega la pornografía”.
Ambos proponen que se hagan “filmaciones de la sexualidad sin mostrar violencia, sumisión, bien guionadas, que sirvan para contestar la curiosidad sexual que tenemos los humanos”. Contenidos que podrían desarrollarse a través de la educación afectivo-sexual que se ha incluido como obligatoria para todas las etapas educativas.
José Luis García, doctor en Psicología y codirector del primer curso universitario de experto en prevención de los efectos de la pornografía, dice que es “más partidario de capacitar a los chicos para que aprendan a tomar decisiones de forma argumentada, y que sepan qué y dónde buscar si tienen inquietudes o necesidades de estímulos eróticos”.
Sin eso, sin educación, en las aulas y en casa, coincide el director de la asociación Dale Una Vuelta, Jorge Gutiérrez, niños y adolescentes están expuestos a efectos en su salud sexual, mental y emocional. No se pueden hacer desaparecer los millones de resultados que aparecen si se introduce la palabra “porno” en el buscador, pero se puede enseñar a niños, niñas y adolescentes qué se van a encontrar entre esos millones de resultados. Que sepan por qué no tienen que ver con la realidad. Y con qué sí tiene que ver el sexo.
“Con lo que no aparece en el porno mainstream”, dice Ana Valero, “el cuidado, la reciprocidad, el consentimiento, la empatía”.
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