Es el residuo más abundante de la vía pública y tarda hasta 14 años en degradarse
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Costó millones de vidas, gastos siderales en atención médica y décadas de campañas de concientización, pero pareciera que el mundo está empezando a controlar la epidemia del tabaquismo. Si bien falta un largo camino por recorrer, el número de fumadores disminuye lentamente: en la actualidad hay 1300 millones de consumidores de tabaco en el mundo, frente a los 1320 millones que había en 2015. Y se espera que esta cifra descienda a 1270 millones en 2025, según los datos de la Organización Mundial de la Salud, que también destaca que alrededor del 60% de los países han experimentado una disminución del consumo desde 2010, entre ellos la Argentina.
A esta altura, es más que sabido que el cigarrillo es el enemigo público número uno para la salud humana. Lo que todavía no es tan conocido es que también lo es para el ambiente: las colillas de cigarrillo son el residuo más abundante de la vía pública en el planeta. Se estima que los fumadores desechan unos 18.000 millones de colillas por día, aproximadamente. Solo en Argentina, por cada minuto que pasa, 54.000 de estos residuos llegan al ambiente. Además, una sola colilla puede tardar 14 años en degradarse y contaminar hasta 1000 litros de agua.
Un acto en apariencia trivial como tirar una colilla al piso genera un considerable impacto ambiental. Por eso es importante repasar de qué están hechos estos residuos. Según un flamante informe sobre el impacto socioambiental de las colillas del cigarrillo publicado por la ONG Eco House Global, cada una contiene diferentes sustancias químicas que son liberadas al ambiente con el correr del tiempo, lo que las convierte en un residuo peligroso. Se estima que el humo del tabaco contiene unos 7000 componentes, de los cuales casi 70 son sustancias cancerígenas, tales como arsénico, benceno, berilio, cadmio, cromo, óxido de etileno, níquel y cloruro de vinilo. Todas estas sustancias son absorbidas por el filtro y pueden permanecer en la colilla, remarcan.
“¿Cómo es posible que exista un producto masivo, de venta libre, altamente contaminante para el agua, el suelo, el aire, la humanidad y la biodiversidad, cuyo residuo es arrojado consciente e inconscientemente en espacios públicos más de cuatro billones de veces, aproximadamente, por año? A partir de una simple colilla de cigarrillo, podemos hablar del mundo y de la profunda crisis socioecológica en la que estamos”, reflexiona Máximo Mazzocco, fundador de Eco House Global. Este inquieto activista recuerda que una tarde de agosto del 2009 salió a juntar colillas de cigarrillo por el Microcentro porteño con cinco compañeros de la facultad. Lo que comenzó como un inocente experimento universitario enseguida se transformó en algo más grave: en una hora recolectaron 2000 colillas.
Lamentablemente, las cosas no cambiaron demasiado desde entonces. Según una encuesta realizada por la misma organización entre 2017 y 2020 a más de 10.000 fumadores en la ciudad, el 70% de los entrevistados reconoció que arroja la colilla al piso en un acto automático. Esto ocurre tanto en espacios públicos urbanos –calles, veredas y plazas–, como en ambientes naturales. Muchas de estas colillas son arrastradas a los desagües por el viento o las lluvias y así llegan hasta los arroyos, ríos y océanos y contaminan millones de litros de agua, advierten en el completo informe, que llevó dos años de investigación y busca generar conciencia y proveer herramientas para reducir las consecuencias de la mala gestión de las colillas.
Además, desde la ONG presentarán al Congreso un proyecto de ley de Responsabilidad Extendida del Productor para que la industria tabacalera, tal como sucede por ejemplo con las pilas y baterías en desuso en Buenos Aires, tenga que hacerse cargo del impacto ambiental de sus productos.
¿Qué podemos hacer para combatir a este silencioso enemigo del ambiente? Para los fumadores, el camino es claro: dejar el vicio o en su defecto no tirar la colilla al piso sino guardarla y buscar un tacho. Pero los no fumadores también tienen formas de colaborar. Por ejemplo, adoptando un cesto de colillas. Se trata de una original iniciativa que aprovecha los caños de PVC para transformarlos en una suerte de cigarrillo gigante donde se pueden depositar las colillas. Ya hay más de 1000 instalados en bares, boliches y en esquinas porteñas, sobre todo a partir de que en 2020 se aprobó la llamada Ley de Colillas, que prohíbe arrojar estos residuos en la vía pública y sanciona con multas a quienes lo hagan.
“Si queremos ayudar, debemos educar sobre el impacto de las colillas, prevenir sus efectos negativos, realizar un tratamiento adecuado, disponerlas donde corresponde, recolectar todas las que podamos para que no sigan contaminando, invertir en investigación, innovación y formas de reciclado”, enumera Mazzocco. Y concluye: “Podemos utilizar esta causa como un ejemplo sencillo y práctico de la transformación cultural que buscamos”.
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