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De espíritu nómade, la diseñadora Sofía Willemoës vive entre Buenos Aires y Nueva York y viaja todos los meses a la Patagonia. Sus empapelados escénicos visten las paredes del Starbucks Reserve frente a la Universidad de Harvard, el Hotel Saint Petesbourg Opera de Paris. Actualmente, sus diseños forman parte de la restauración del TSX Theater de Broadway, NY. Innovadora, aplica herramientas digitales a sus empapelados para generar una aproximación interactiva entre los usuarios y los paisajes argentinos que lleva a recorrer el mundo. La embajada francesa la seleccionó como representante local para participar en septiembre de la próxima feria Maison & Objet, en París, junto a profesionales que marcan tendencia de 40 países. Dentro del programa Business France Internacional disertará sobre la ruta del estudio de diseño que fundó hace 12 años y que en 2018 la llevó a la tapa de la Revista Forbes como una de las 30 Promesas del año.
La pasión por viajar y el amor por la naturaleza están en su ADN. Vivió hasta los 6 años en el campo familiar, donde prefería andar a caballo a ver dibujitos en la tele. Sus tres hermanos polistas se dedican a criar caballos para prácticas y competencias. Entre bosques, lagos, flores y aves autóctonas la usina creativa Sofía Willemoës, que dejó la abogacía para emprender, apunta a generar experiencias inmersivas donde todos los sentidos están en juego.
–¿Atravesar la pandemia en una ciudad como Nueva York fue el click que despertó tu preocupación por el planeta?
–Cuando vivís una pandemia que paraliza el mundo caes en la cuenta de que no se trata de una película sobre el calentamiento global que transforma a la tierra en un mundo no apto para terrícolas. Una tarde del 2020, en mi casa de Nueva York, no entendía si estaba viviendo el fin del mundo, una serie fantástica o qué. Reaccioné de golpe. Me di cuenta que no había más tiempo. A los pocos meses, cuando se pudo, volé a Peuma Hue e inicié un proyecto agroecológico. La noche que terminamos de sembrar, un viento descontrolado se llevó el invernadero entero y los álamos cayeron sobre la huerta, que quedó destruida. Era todo muy intenso. Mucho viento, mucha agua, mucha sequía. Fue la manera más fácil de entender que nosotros no controlamos nada y que el día que la tierra no pueda más nos va a expulsar si no cambiamos la manera de hacer las cosas. Es increíble lo que aprendí en ese proceso. Me mostró la importancia de estar abierta a gestionar la incertidumbre. Como humanidad estamos más perdidos que nunca. Mientras nacía este proyecto también nacía “Plantas Mágicas”, un diseño inspirado en un invernadero. El año pasado los elementos de nuestros diseños cobraban vida a través de realidad aumentada y, esta vez, quise pasar de la virtualidad a la vida real. El invernadero se perdió entero pero pudimos recuperar la huerta y la colección se llamó Be Reborn (Ser renacido).
–¿Por qué abandonaste la abogacía?
–Identifico ciclos de 10 años en mi vida. Antes de recibirme de abogada (en la Universidad de Buenos Aires) ya estaba trabajando en un estudio (empecé “haciendo” Tribunales y llegué a ser socia). Perdí la motivación porque me impulsaba la idea de justicia pero en Argentina funciona demasiado lenta. Me fui, cedí todos mis clientes y me inicié en la aventura de emprender. Estaba embarazada de Charo, mi primera hija.
–¿Cómo lo tomó tu familia?
–En casa tuve muchísimo apoyo. Pero mis padres no lo podían creer, mi mamá casi se infarta. “Ya se le va a pasar a Sofi”, decía mi papá. Y no. No solo no se me pasó sino que pude construir una marca, armar un equipo con colaboradoras excepcionales y mostrar nuestros paisajes en las ferias internacionales de diseño más importantes.
–¿Qué impacto tienen las mudanzas en tus hijos, que fueron a la escuela entre Buenos Aires y Nueva York?
–Ellos están acostumbrados al movimiento desde que nacieron, lo tienen muy naturalizado. Son expertos en hacer el check-in. Hace años que no paso un mes entero en casa. Charo (13) e Hilario (10) van a una escuela internacional. Desarrollaron un poder de adaptación que seguramente les sumará en sus vidas futuras. No tienen demasiado apego con lugares, juguetes, cosas. De hecho, toda la casa de Nueva York estuvo en un depósito durante la pandemia hasta que volvimos a Buenos Aires a partir de un pedido de Charo: “Mamá, queremos una casa, donde sea pero elegí un lugar”. En el peor momento de la pandemia queríamos ir unos meses a Miami desde Nueva York y fue a Charo a la que se le ocurrió ir en casa rodante, evitando de esa manera hoteles, baños públicos y lugares cerrados. Fue tan divertido que repetimos el viaje un año después. Tengo el recuerdo de mirar hacia atrás y verlos en viaje tomando clases online del cole de Nueva York.
–¿Los chicos sueñan con dedicarse a algo vinculado al diseño?
–Dicen que van a ser arquitectos. Lo único que me importa es que hagan lo que les apasione.
–¿De qué origen es el apellido Willemoës?
–Danés. Peter Willemoës fue un joven líder naval en Dinamarca. Tengo muchas ganas de conocer su casa que hoy es un museo en la ciudad de Assen. Su figura fue muy valorada y la fragata más grande de la flota real danesa lleva hoy su nombre. Me pasó de estar viendo la serie Borgen y asombrarme con el capítulo que gira alrededor del secuestro de la fragata Willemoes. Hay una historia ancestral con el escudo familiar, una tradición que se transmite de generación en generación y me gustaría cambiar: A cada primogénito le corresponde un anillo con el sello del escudo. Resulta que soy la mayor de mi familia, pero el anillo se lo dieron a mi hermano, por ser varón. Entonces quiero diseñar un anillo para las mujeres de la familia.
–Después de desarrollar murales interactivos y aplicaciones digitales para customizar los diseños, ¿cuál es el próximo paso que vas a dar en cuanto a innovación?
–Hace un tiempo comenzamos con el INTI a planear el desarrollo de tintas basadas en plantas y un proyecto de nanotecnología aplicado a empapelados escénicos para profundizar en el campo de las experiencias interactivas y el cuidado del medio ambiente. Es algo que me encantaría retomar. Sumar el aroma del paisaje, de las flores y del entorno para transformar los espacios que habitamos es una idea que viene hace tiempo dándome vueltas. Lleva su tiempo desarrollar algo así en la Argentina, porque cuesta acceder a materiales y no siempre, o casi nunca, tenemos apoyo para emprender movidas así. Hay muchos profesionales muy talentosos en el país, pero todo cuesta el doble. Me pasó hace unos años que avancé con el diseñador Marcel Wanders [director creativo del estudio Moooi] un proyecto para un palacio de los Emiratos Árabes. No pudimos avanzar porque fue imposible conseguir la calidad de la seda que precisaban. Pero aprendimos mucho. Innovar es mi pasión, cueste lo que cueste.