Construido en Inglaterra, llegó a la Argentina en la década del 40 y durante una travesía a Mar del Plata, en medio de una fuerte sudestada, encalló; durante cuatro años, un equipo de 20 personas lo reconstruyó desde cero en el astillero del Yatch Club Argentino, en San Fernando, y hoy corre en las regatas más exclusivas del mundo
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Fue uno de los barcos más imponentes que hayan navegado por estas costas. Pero una tremenda sudestada durante la regata Crucero a Mar del Plata en febrero de 1942 (en la que estaba en juego la Copa Atlántico que organizaba el Yatch Club Argentino) lo condujo a un indigno final. Esta es la historia del naufragio de un gigante que vuelve a emerger casi 80 años después. De una reconstrucción. De una familia -de apellido notable en el mundo de la náutica- que lo hizo posible. Y de un libro que documentó el proceso y queda como testimonio no solo de esa proeza arquitectónica naval, sino de una época de esplendor de Argentina, cuando el país era uno de los más pujantes constructores de barcos de madera a nivel mundial. Hasta aquí, los hechos. Ahora, los protagonistas.
Zelmira Frers es nieta de Germán Frers e hija de Germán Frers (h). Su abuelo, a quien no llegó a conocer, y su padre no sólo compartían el nombre, sino, además, el amor por los barcos y la navegación. “Mi abuelo era un curioso de todo que empezó volando aviones a principios de siglo pasado. Era un vanguardista. Se fue en zeppelin desde Río de Janeiro hasta Barcelona para representar al país en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936. El tenía estas y otras ocurrencias y siempre las llevaba a cabo -relata-. Incluso fue uno de los primeros en construir barcos livianos que mandaba a hacer a las fábricas de ataúdes porque no había gente que pudiera realizar ese trabajo técnico que necesitaba. Estudió Ingeniería, pero dejó la última materia sin rendir porque no quería que lo llamaran ingeniero. El quería ser reconocido como un artista, un bohemio”, describe Zelmira, arquitecta y fotógrafa, autora del libro The Story Behind Recluta, que documenta mediante fotografías y textos que ella misma escribió, el proceso de reconstrucción de aquel gigante de los mares, que había sido construido en 1901 en Inglaterra.
Después de varios dueños, el Recluta fue adquirido por la familia Badaracco, un clan naviero pionero de la marina mercante argentina. Charlie Badaracco quiso hacerle unos ajustes y recurrió a su amigo Germán Frers para las mejoras. “Mi abuelo renovó los mástiles del original, los reemplazó a un aparejo bermuda, más moderno, con vela triangular. En la regata en la que se produce el naufragio corrió con ese aparejo”, cuenta Zelmira, que relata cómo fueron las últimas horas de esa nave esplendorosa: “En esa época el Recluta era muy vistoso, muy grande, tenía gran impronta. Y para el recorrido sea más corto y llegue más rápido la estrategia era ir más cerca de la costa, donde hay mucho más viento. Pero nuestra costa a la altura de la Bahía de Samborombón es muy poco profunda y les agarró una sudestada muy fuerte, se vararon y en la maniobra hubo un grito de ‘hombre al agua’. Para rescatarlo tuvieron que volver hacia la costa y ahí quedaron varados definitivamente”.
A pesar de los esfuerzos por salvarlo, el Recluta quedó allí, encallado en las poco profundas aguas del mar argentino, donde dio su última función. Enterado del penoso desenlace del barco, el abuelo de Zelmira decidió darle una nueva posibilidad y diseñó los planos de lo que sería el nuevo Recluta. Su objetivo era construir el barco más grande de ese momento en Sudamérica (con 67 pies, unos 20 metros de eslora), para agigantar el la historia de la nave y la suya propia. Con partes rescatadas (entre ellas el aparejo que el mismo había diseñado) puso manos a la obra. Pero su entusiasmo encontró demasiado pronto un inesperado freno en la Segunda Guerra Mundial porque era difícil conseguir los materiales que llegaban desde Europa para tan ambicioso plan. La obra se suspendió por tiempo indefinido y el Recluta volvió a encallar, esta vez en tierra. Las partes rescatadas se dispersaron por distintos lugares y casi nada quedó de ese gran barco.
Fue Germán Frers (h), el padre de Zelmira, quien lo rescató definitivamente del olvido. Buscando unos papeles descubrió los planos y se dispuso a terminar la obra que su padre no pudo. “Empezó a reconstruir el barco a partir de los diseños de mi abuelo que hizo en 1942. Cuando me lo dijo, fue como una urgencia la que sentí de documentar eso tan único que iba a pasar -confiesa Zelmira-. Primero pensé en un documental filmado, haciendo entrevistas, donde se muestre el proceso. Pero yo no tenía los conocimientos técnicos del video y tampoco los fondos para hacerlo. Aun así, fui todos los días astillero del Yatch Club Argentino, en San Fernando, para sacar fotos, sin saber que esas fotos iban a formar parte de un libro. Eso lo supe un año después”, cuenta, aun atravesada por la fascinación que fue retratar todo el proceso, que demoró unos 4 años, teniendo en cuenta el tiempo que estuvo parado por la pandemia.
“Recuerdo que llegué el primer día y me encontré con Tito Szyjka, el constructor principal, que era el carpintero que conocía de chica, cuando acompañaba a papá al trabajo. El estaba empezando a construir el barco con 82 años, empleando las técnicas de antes -y algunas nuevas- y estaba trabajando con sus nietos. Me emocionó eso y me pareció que había algo con el tema tiempo que tenía que contar. Era un gran deseo alguien que no lo pudo hacer (mi abuelo) que se estaba retomando muchos años después por mi padre y para eso había convocado a su equipo de toda la vida. Y un barco que naufragó estaba teniendo una segunda oportunidad; eso también había que contarlo de alguna manera”, resume Zelmira, que hizo cursos de fotografía con Aldo Bressi y con Hisao Suzuki, que es el prologuista de su libro. “Es una persona que me marcó. Hice un workshop con él en Catalunya y me quedé impresionada: es muy poético y a la vez muy técnico”, define.
Pero así como la Guerra fue un impedimento para el primer intento de reconstrucción, la pandemia fue un nuevo e inesperado obstáculo. “Interrumpir ese proceso fue duro porque hay una cierta efervescencia mientras estás en ese proceso. La gente viene con el hilo de lo que está haciendo y después, cuando retomaron, nadie recordaba con qué estaba. Fue muy difícil volver a agarrar el ritmo pre cuarentena -reconoce Zelmira-. Pero no temí que no se pudiera terminar porque papá estaba muy empecinado en concluirlo. Sí me daba miedo que se siguiera extendiendo en el tiempo porque los que estaban trabajando eran todos grandes y el temor era que alguno se enfermara y no pudiera concluir la obra o ver el barco terminado. Pero por suerte eso no pasó”, cuenta Zelmira, que agrega que el equipo original de trabajo fue de unas 20 personas en distintas etapas.
Finalmente, hace meses el barco tuvo su bautismo soñado, cuando atravesó el Atlántico con cinco tripulantes en busca de nuevas aventuras. “Fue una travesía dura, se les rompió el motor y quedaron 20 días varados en la isla Martinica. Salieron en junio y llegaron en agosto. Después participó en Europa en muchas regatas clásicas: Islas Baleares (Menorca y Mallorca), Antibes y Saint Tropez. Yo participé de algunas. Pudimos conocer el barco y saber cómo navega, porque hasta que no está en su hábitat natural no tenés idea cómo va a responder. El nuevo Recluta es un barco robusto que le encanta el viento, como al original”, describe Zelmira que confirma que hoy el barco pertenece a los Frers. ”Fue cumplir el sueño de terminar lo que mi abuelo no pudo y darle trabajo a todos estos artesanos para que no se pierda ese conocimiento. Pero a mi papá le divierte más construirlo que navegarlo. Es un barco que requiere de fuerza física y muchas manos para maniobrarlo, no es para salir a dar una vuelta. Hoy está en Santo Stefano haciendo arreglos. Yo nunca había navegado demasiado. Pero este proyecto me despertó nuevamente el interés por la vida de abordo y hoy siento que la extraño”.
Familia de artistas, corredores, modelos... y un soñador
Los Frers son una familia reconocida en Argentina. Zelmira (la hermana más grande del segundo matrimonio de su papá) creció rodeada de parientes que se dedicaban a distintas artes y disciplinas y de todos absorbió algo (su abuela fue escritora, su mamá modelo, estilista de moda e interiorista) que se destacan por su bajo perfil. Acaso la que rompió con ese molde fue su tía Delfina Frers (modelo y corredora de autos, mamá de Delfina Blaquier). “Somos muy introspectivos, Delfina tal vez es la más pública, fue modelo, corredora de autos en un ámbito muy masculino... Ella era la más chica de cinco hermanos, y mi papá fue una especie de padre para ella”, asegura Zelmira.
Volviendo a su abuelo, Zelmira cuenta la que fue su anécdota más famosa, también relacionada con la navegación. “Tiene que ver con el Fjord III, un barco que construyó para participar de la primera regata Buenos Aires-Río de Janeiro. En 1946 alguien le propone correrla. Al principio a mi abuelo le pareció un disparate porque se había mandado unos años antes con un navegante, Claudio Bincaz, y había sobrevivido a las tormentas del mar de Brasil de casualidad -cuenta-. Pero a medida que pasaban los días se fue tentando, vio que todo el mundo iba a participar y decidió que él también iba a participar y que iba a construir un barco. Faltaban tres meses para la regata y compró un terreno al lado de la casa en Martínez, plena zona residencial, para construir ahí la nave y poder supervisarla día y noche. Era muy gracioso porque ponía a trabajar a todos los que iban a su casa de visita. Cuando estuvo casi listo, como estaba pegado a las vías, hizo cortar la circulación de trenes para sacar del terreno el barco a remolque con una anguilera que iba largando chispas. Me imagino la efervescencia de todo el barrio mirando esto”, dice Zelmira.
Pero a pesar de los avances en tiempo récord, al barco todavía le faltaban un montón de cosas. “El resto de los barcos largaron y a ellos los dejaron largar dos días después y salieron en plena noche hacia Río de Janeiro. Como era un barco muy veloz, muy novedoso para la época, terminaron llegando en el mejor tiempo real. Después hicieron otros modelos más parecidos a ese que compitió. Él hizo varios barcos para muchas personas, todo el mundo le pedía y con tal de que se haga el barco lo hacía aunque no le pagaran...era un soñador, un loco lindo”, define Zelmira a su abuelo.