A punto de volver con sus icónicas llamas, pero en versión metaverso, habla de la cirugía que le salvo la vida y de la política de la cancelación
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PUNTA DEL ESTE.- Si hay alguien que no es aburrido, que siempre sorprende y que una charla con él exige el ritmo de una clase de spinning, ese es Ramiro Agulla, el publicista estrella, autor de la campaña que llevó a Fernando de la Rúa a la presidencia de la Nación, el creador (junto a Carlos Baccetti, dúo icónico de los 90) del comercial de Telecom La llama que llama. Y así mil temas para recordar: el batacazo en la política de Francisco de Narváez cuando él lo asesoró, las campañas y eslóganes que hizo para Menem, Massa, De la Sota, Sebastián Piñera, Vicente Fox o John McCain.
Vestido de Gucci, melena revuelta, en el deck que flota sobre la playa de Punta Piedras, el capricorniano orgulloso de su signo ofrece Bellini en jarra bien helada, e improvisa un brindis mientras muestra su cicatriz. “Me cambiaron la válvula del corazón, me pusieron una de chancho, hicieron un collage”, cuenta el hombre que asegura que la Argentina perdió el humor y que por ese motivo le divierte volver con las llamas políticamente incorrectas, esta vez en otro mundo, en el metaverso.
–¿Qué es eso de cancelar la cultura de la cancelación?
–Cancelarla, pero sin odio. Junto a Baccetti y Patricio Fucks estamos lanzando un NFT, el Club de la Llama Políticamente Incorrecta. Apostamos a romper paradigmas, generar polémica. Yo me encargo del storytelling. El que compre esta NFT será parte de una comunidad única, irreverente. La llama para nosotros es un fetiche y será la voz que interpela, que cancela la cultura de la cancelación. ¿Qué significa eso? Tratar con humor temas tabú. Ellas se meterán con el machismo, la homofobia, la cultura, el feminismo exacerbado, la política en general, el racismo. Hoy no se puede hablar de nada, no se puede hacer un chiste. El político correctismo te acorrala, te castiga, te amenaza. Es asfixiante.
–Siempre te gustó provocar. En Twitter te despachás con todo...
–Sí, asumo que me gusta, y me divierte que me digan barbaridades. Me interesa experimentar hasta dónde puede llegar un chiste. Fijate lo que pasó en los Oscars. Un tipo le da una cachetada a otro porque hizo una humorada. Nos estamos pasando de la raya. Como dice Charly García, yo tengo mi propia antena, que me transmite lo qué decir. Me muevo muy bien en algunas aguas porque vengo de ellas. Entonces ahí es más fácil romper, provocar. Fui a colegio marista de Barrio Norte, en un punto me atraen las iglesias aunque no las frecuento. Tengo el marketing. Jugué al rugby hasta la reserva, pero después me golpearon la cabeza un par de veces y dejé. Me apasiona ver a Los Pumas; el fútbol también me encanta. Mi mujer, Delfina, se enoja cuando digo que hay códigos de vestuario, cosas que les comento a mis hijos. Me acusa de machirulo (risas). Creo que en el fondo soy un conservador.
–Tu padre fue asesinado en la dictadura. ¿Hablás de eso?
–Claro que sí. Yo tenía 14 años. Era un tipo muy especial, con mucho humor, como yo. Abogado, dirigente, también se había hecho periodista. Tenía la revista Confirmado y trataba de buscar data con colegas vinculados al poder, políticos, militares, subversivos. El viejo era muy derecho y sugería que había que dar una salida democrática rápida. Siempre estaba en comidas, muchas se hacían en mi casa. Y una vez el humor lo condenó. En esa ocasión estaban Neustadt, Grondona y Suárez Mason. A mí me interesaba, siempre estaba a su lado y los conocía a todos. Mis hermanos eran diez años más grandes que yo, pero no tenían idea. La cosa es que esa noche, cuando llegó este general, se cortó la luz. Me acuerdo que mi papá dijo mala tos tiene el gato, una frase que me quedó grabada. Cuando el tipo se fue, todos empezaron piripipí piripipí. Y mi viejo, fiel a su estilo, dijo: muchachos, acabamos de comer con un asesino. De pronto tocaron el timbre. Era Mason que se había olvidado el arma. Mi madre contó que subió con otra cara. No sabían si había escuchado. Pero ella sintió escalofríos
–Y pasó lo peor.
–Cuando lo mataron a papá estaba solo con mi madre, Angelita. Siempre nos amenazaban y era yo el que atendía el teléfono. Pero ese día sonó el portero eléctrico y ella me dijo que la acompañe a la comisaría, que parecía que papá había tenido un accidente. Fuimos caminando a la 17 de Recoleta. Mientras mi madre hablaba con el comisario, yo estaba afuera contando los mosaicos del patio entero. Es el día de hoy que los puedo describir uno por uno. Esperaba con la esperanza de que esté detenido, pero no. Al rato salió mamá y dijo que lo habían matado. Enseguida adoptamos eso de que, a partir de ese instante, debíamos ser fuertes. No tenía sentido exilarse porque el asunto ya estaba. Ellos se podrían haber ido antes; lo sigo cuestionando. Muchas veces digo: te dejaste matar, pelotudo. Es algo que psicológicamente trato de esquivar, pero vuelve.
–¿En qué se refugió ese chiquito de 14, testigo de semejante horror?
–Me puse a componer canciones, a tocar la guitarra. Yo siempre exorcizo a través de las ideas y la creatividad. Tocaba mis temas y todos lloraban. Al tiempo tenía el cuarto repleto de fotos personales, en papel. Las pegaba y les ponía un título recortado de las revistas. Buscaba frases relacionadas con cada imagen. Con el paso de los años me di cuenta que estaba haciendo avisos.
–¿Cerati te dedicó una canción?
–Sí, fuimos amigos con Gustavo. Recuerdo que en 2000 o 2002 salió el video-oke, previo al karaoke. Comprabas unos cartuchos, los conectabas al televisor. Nos juntábamos con amigos, chupábamos y era una catástrofe. Un día le dije a Gustavo que necesitaba que venga porque había canciones suyas que no las podía cantar. Llegó y nos quedamos con eso hasta las seis de la mañana. Al tiempo yo estaba en una estación de servicio frente al estadio de River y aparece él. Me dijo que acababa de sacar un disco con un tema dedicado a mí. Le puso “Karaoke”; increíble.
–Hiciste el slogan más recordado de la historia política, pero algunos te chicanearon asociándote al fracaso de la Alianza.
–El “dicen que soy aburrido” de De la Rúa nació en esta misma playa. Lo escribí acá tirado. Recuerdo que había salido Duhalde a decir “imagínense un día gris, con llovizna y este hombre gobernando; qué aburrido”. Me la dejó picando. Claro que me hubiese gustado saber que no te podías pelear con Alfonsín. O darme cuenta lo que estaba pasando con los sindicatos, lo que hacía Duhalde y los gobernadores, que lo dejaron solo. Para mí era un tipo inteligente, honesto, sin ningún carisma. Yo estuve muy ilusionado en un principio. Dejé todo para meterme de lleno. Con todo lo de mi viejo era como que la política me debía algo.
–¿Tuviste un cruce con Tinelli por este tema?
–No. Pero lo escuché defendiéndose por la burla y todo lo que le hicieron en su programa a De la Rúa, preguntando por qué no me acusaban a mí. Marcelo lo destrozaba con ese imitador. Estuve muchas veces con él pero nunca lo hablé. Hasta que un día, cuando empezó con ese cuento de la mesa del hambre, se hizo hacer un reportaje, arreglado. Y ahí me tiró eso. Yo no lo podía creer.
–¿Qué es lo más impresionante que viste últimamente?
–La información genética, que es implacable. Casi toda mi familia con el mismo problema de la válvula del corazón. A mí me tocó hace unos meses, me preguntaron si quería una mecánica o una de chancho. Me quedé con la segunda. Es muy groso el chancho. Te da el matambrito y también la válvula. Ahora estoy muy bien, como un jet. Si bajo unos kilos soy un avión a chorro.
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