Después de años de una vida corporativa y un accidente que casi lo deja cuadripléjico, Claudio Bevilacqua se sumó al cocinero Gonzalo Araujo en la producción de lácteos en José Ignacio
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PUNTA DEL ESTE (enviada especial).- Su vida bien podría ser una película. Tan es así, que ya recibió una propuesta para transformarla en una serie. Claudio Bevilaqcua, 63 años, nació en Buenos Aires, y se crio en el bullicio de la ciudad, en Corrientes y Talcahuano. De origen trabajador, un improvisado padrinazgo profesional lo posicionó en la cumbre de su carrera, pateó el tablero por la docencia en Nueva York y volvió a apostar al país, pero un accidente automovilístico casi lo mata. O lo mató: él cuenta que dejó de respirar y pasó cuatro meses en coma, pero volvió a vivir. Hoy habita en la tranquilidad de una chacra esteña, a pocos kilómetros del mar y se dedica a la producción de dulce de leche El Silente, junto al chef Gonzalo Araujo, de 32 años.
Dueño de una cálida sonrisa, Bevilacqua luce unos pequeños lentes azules y pide con timidez el nombre a LA NACION. Lo anota, lo subraya y se disculpa. “Todavía me cuesta registrar datos, especialmente nombres”, explica. Así, bajo la atenta mirada de su socio, narra su historia.
“El Señor”. Así llama al empresario Eduardo Eurenkian. Lo conoció a través de su secretaria, cuando recién había terminado el colegio secundario y encontró su primer trabajo en una empresa textil en Palermo. “Había un único lugar en el edificio para almorzar, entonces todos los días nos encontrábamos allí”, repasa sobre su vínculo con la mujer griega que lo convocó a trabajar un fin de semana a pedido del magnate. Bevilacqua aceptó. “A las pocas semanas me llama la secretaria y me dice que iban a lanzar el primer canal de televisión por cable, el tercero en el mundo después de Estados Unidos y Canadá”, cuenta.
Arrancó con al armado de rutinas de transmisión. Corrían los 80 y con la llegada de la democracia de Alfonsín se lanzó la primera señal de cable en el país. “Armaba a las rutinas y después manejaba hasta La Lucila con los casettes de la transmisión”, repasa.
El vínculo entre Bevilacqua y el dueño de Aeropuertos Argentina 2000 se intensificó. “Tiempo después ingresé a la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, para estudiar Lingüística”, cuenta. No dispuesto a soltarlo, Eurnekian le alquiló un departamento en Manhattan: un piso para su vivienda, otro para la oficina. “Traducía notas el diario El Cronista y luego las enviaba por fax”, sostiene, y además se ocupaba de recibir gente.
Una vez graduado, comenzó a dar clases en la misma casa de estudios y renunció a su trabajo a distancia. Siete años después, sin embargo, durante el triunfo de Carlos Menem en los 90, Bevilacqua volvió y con rapidez se revinculó con Eurnekian. Lo nombró jefe de programación de Cablevisión y -posteriormente-, tras la venta de la compañía, el ya empresario quedó como CEO cuando fue adquirida por el CEI Citicorp y Telefónica Internacional.
En el 1-1, los nuevos dueños le dieron rienda suelta a nivel creativo. Como CEO, Bevilacqua creó canales nuevos, entre ellos, El Gourmet. También creó el canal Europa Europa, especializado en cine europeo, y fue responsable de las primeras transmisiones de conciertos de ópera en Argentina.
Con más de 30 años de aportes, se sintió listo para dar un paso al costado, en 2004. Asegura haber ahorrado lo suficiente para descansar en su autonomía económica, y se compró varias propiedades, una de ellas en Punta del Este.
En 2009, durante un verano en el Este, Bevilacqua volvía a su casa en el auto de un amigo. El auto volcó dos veces. “Uno de los que iba en el auto es médico neurólogo y se dio cuenta que no estaba respirando. Me movió apenas para que recuperara la respiración”, afirma. La cabeza se le había desprendido de la columna, y en el nosocomio esteño dudaban de si sería posible que volviera a caminar.
Cuatro meses pasó en coma en el Sanatorio Cantegril hasta que pudo ser trasladado en avión sanitario a Buenos Aires. Bevilacqua perdió la memoria. “Tuve que aprender hasta mi nombre, a escribir. Tuve que empezar de cero en todo”, asegura.
Tras muchos trabajos de rehabilitación física, mental y emocional, Bevilacqua recuperó el habla y la movilidad. No obstante, afirma que ya no es la misma persona, incluso sus amigos se lo señalan. “Me dicen que yo solía ser más serio, que jamás me hubiera comportado así de suelto en una entrevista”, indica.
El Silente
Dos años después del choque, Bevilacqua volvió a Uruguay, a su chacra ubicada cerca de la coqueta zona de José Ignacio. En la propiedad lindera, Gonzalo Araujo, un chef de Hurlingham, provincia de Buenos Aires que se instaló en el Este, había abierto su primer restaurante a puertas cerradas, en 2015. El retirado CEO se volvió un habitué, con un particular fanatismo por el dulce de leche casero que hacía el cocinero.
“En mi familia siempre se cocinó mucho, y yo mamé ese amor por la comida casera”, afirma Araujo. En su restaurante que duró una temporada, la propuesta estaba enfocada en productos orgánicos y de calidad. “Me acerqué a Elvira, una vecina de la zona, y me enseñó a hacer dulce de leche casero, que no tiene nada que ver con uno industrial”, cuenta.
Su primera venta fue a una familia de argentinos, que le pidió una olla de dulce de leche. Lo que siguió fue la producción para vender en ferias. Araujo cargaba los frascos en su moto y los ofrecía en un mercado por Piriápolis. Así nació El Silente.
El pequeño emprendimiento empezó a crecer, y Bevilacqua decidió sumarse como inversor hace tres años. La marca mantiene tres valores fundamentales de la receta original del dulce de leche de campo: está hecho en cacerola, a fuego directo y a partir de leche cruda. “Utilizamos azúcar orgánico y le incorporamos chaucha de vainilla en lugar de esencias artificiales”, afirman, y agregan: “El resultado es un dulce de leche suave, cremoso, sin rectificantes ni aditivos químicos, que no empalaga y que sigue la receta que cocinaron por décadas nuestras abuelas en el campo”.
Entre los objetivos de la marca, Bevilacqua y Araujo están determinados a la producción de lácteos orgánicos de calidad, que genere impactos positivos en lo ambiental, social, económico y cultural. “Nuestro modelo de crecimiento apunta a generar focos de agroecología y sinergias con pequeños tamberos que se encuentren en una situación económica crítica y que uniéndose a nuestro modelo de producción de lácteos orgánicos, puedan encontrar una opción de desarrollo sostenible y ecológico”, explican.
“Ahora estoy solo con esto, con las cosas que son buenas”, señala Bevilacqua.
De los 10 frascos iniciales, El Silente ya vende unos 3000 frascos por mes, a través de su sitio web y en tiendas locales. “Nuestro objetivo es que cualquier persona, cualquier uruguayo, tenga acceso a productos lácteos orgánicos, evocar las emociones que vienen de la mano de lo casero”, cierran.
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