Carla Galiano y Lucas, padre de su segunda hija, enfrentaron el “qué dirán” y se animaron a mantener relaciones en simultáneo con otras personas
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Alos 20 años, Carla Galiano entendió que podían gustarle varias personas a la vez, incluso estando en una relación de pareja estable. Claro que aún estaba muy lejos de hacer algo concreto con eso. Al haber asistido a un colegio católico desde su infancia pensaba que lo que estaba haciendo no era propio de alguien que, como ella, iba a Misa todos los domingos, se confesaba seguido y se persignaba cada vez que pasaba frente a una iglesia.
¿Qué es ser libre? ¿Es la monogamia la norma o es algo impuesto? ¿Se puede amar a dos o más personas a la vez sin sentir culpa?, se preguntaba casi a diario. No fue hasta muchos años más tarde, cuando ya cerca de los 30 empezó a introducirse en los estudios de sexología y se recibió de sex coach, especializada en sexología clínica, que fue entendiendo “que el amor y el sexo pueden o no ir de la mano, que el amor es mucho más amplio y que podemos amar a dos personas, así como amamos a nuestros hijos, tíos, padres, madres y abuelos”.
Así, luego de hablar sobre lo que le pasaba con otras personas y habiendo leído mucho sobre el tema, decidió plantearle a Lucas, su pareja desde hacía siete años y padre de su segunda hija, la posibilidad de practicar el poliamor, es decir, el involucramiento romántico, emocional, afectivo y sexual con más de una persona en simultáneo.
“El día que decidí exponerlo fue una odisea. Cuando él regresó de trabajar empezamos a hablar, como siempre, sobre lo que nos había pasado en el día, pero yo ya no podía ocultar mis emociones. Así que de repente tuve que decirle que sentía cosas por otra persona, pero que al mismo tiempo lo seguía amando. Fue un shock. Sus creencias no eran las mismas que las mías y se interpusieron los celos, la frustración, los sentimientos de pérdida de tiempo, de traición y, obviamente, de desamor”, recuerda Carla. Lo primero que pensó fue que iban a separarse, si él no quería ese tipo de vínculo y ella se sentía atrapada en la relación. “Se había abierto la caja de pandora”, dice entre risas.
Pero el tiempo hizo lo suyo. Y en ese vaivén de emociones pudieron continuar la relación hasta que, un año más tarde, Lucas empezó a entender lo que Carla había querido decirle. Es más: él mismo se permitió empezar a sentir cosas por otra mujer. Ese, dicen ambos, fue el momento ideal para que volvieran a tener otra charla, esta vez mucho más serena y relajada.
“Creo que los dos accedimos al mismo tiempo, nos dimos cuenta de que estábamos haciendo lo mismo, porque buscábamos vincularnos sexo-afectivamente con otras personas, pero lo ocultábamos para no lastimarnos. Ahí fue cuando nos planteamos: ‘¿Y por qué no lo hacemos?’ Los dos nos queríamos, disfrutábamos de nuestra compañía, solo se trataba de abrir el abanico para poder experimentar otras cosas”, dice Carla.
Por supuesto, llevar a cabo esa experiencia amorosa implicaba acordar previamente una serie de puntos para evitar celos y malos entendidos. Y eso fue lo que hicieron Carla y Lucas antes de abrir su pareja. Algunas de esas normas establecían limitar la cantidad de personas con las que podían estar, pactar de antemano los momentos en los que se iban a compartir con un tercero, ser sinceros con las personas involucradas (no ocultaban la existencia de su pareja), contarse si empezaban a hablar con alguien con otras intenciones y tomar recaudos para prevenir enfermedades de transmisión sexual. “También nos comprometimos a cuidar los tiempos que compartíamos juntos, o sea, no mirábamos el celular en lo posible –agrega Carla–, y respetábamos la individualidad del otro a la hora de hacer una llamada, pactando de antemano los momentos que cada uno iba a charlar con otra persona”.
La primera vez
A través de un grupo de amigos que tenían en común, Carla conoció a un hombre de 34 años y quedó impactada por su carisma, su humor, su actitud positiva. “Primero fuimos amigos, todo a través de WhatsApp y de videollamadas, hasta que un día decidimos vernos fuera del grupo. Yo miraba los mensajes y se me dibujaba una sonrisa, pero siempre esperaba estar a solas para responderle ya que era parte del acuerdo con Lucas”, dice. La primera vez fueron a un bar a tomar algo y ella estaba más que nerviosa. “Como no veo muy bien de lejos no me di cuenta cuando entró, pero lo reconocí por su forma de andar. Me hice la distraida y agarré mi celular preguntándole por dónde andaba. Me acuerdo que él se acercó, se sentó y empezamos a hablar de la locura que era habernos encontrado. Recuerdo mucho su perfume, no sé cuál era, pero no podía dejar de sentirlo, me distraía, y su sonrisa aún más”.
Esa fue la primera de las noches que Carla pasó con ese hombre, durante una relación que duró seis meses en total. “No era simplemente sexo, había sentimientos de por medio. Nos decíamos cosas lindas, teníamos una comunicación muy fluida, algo que es muy importante durante un encuentro sexual. Era una relación de amor, de compañía”, recuerda Carla. Y agrega: “El no quiso avanzar más, me dio sus motivos y los acepté, aunque me dolió mucho. Hubiera deseado que durara más. Estaba pendiente de su vida así como también él de la mía, nos preocupábamos el uno por el otro. Me di cuenta de que tengo mucho amor para dar y recibir, pero que a veces la sociedad no está lista para vivirlo”.
Lucas, por su parte, también había empezado a salir con una chica, aunque le costaba contar en público que se había abierto al poliamor. Para él todo resultó un poco más difícil y tanto él como Carla debieron pagar un costo emocional por sus decisiones. “Un día unos amigos suyos empezaron a cargarlo diciéndole que yo lo engañaba. Fue un momento duro, la decisión de no contar lo que estábamos haciendo era justamente por el miedo al qué dirán. Pero cuando Lucas entendió que a mí todo eso me lastimaba, les escribió por WhatsApp explicándoles lo que era tener una pareja abierta”, describe Carla, Ese día se abrazaron y lloraron juntos. “Pudimos lograr que nuestro círculo más cercano dejara de molestarnos. Hasta empezaron a preguntarnos cómo lo hacíamos. Fue toda una revelación para mí ver en los ojos de Lucas que quería estar conmigo sin que le importara la opinión del resto”.
Desde ese día, Carla estuvo con tres personas más: dos varones y una mujer. Actualmente, dice, tiene conversaciones con varios a quienes, por el momento, no considera parejas. A sus 31, confiesa que estos cambios trajeron aire fresco a su relación. “Ahora nuestras conversaciones son más sinceras y emocionales; cada uno puede expresar sus deseos sexuales y afectivos hacia otra persona sin que eso nos lastime. No siempre es todo perfecto, pero sí podemos comunicarnos qué es lo que nos molesta y plantearnos qué hacer para que cambie. Si la felicidad pudiera medirse, creo que somos más felices así”.
Para quienes desean incursionar en el poliamor, Carla y Lucas hacen hincapié en la responsabilidad afectiva que deberían tener los integrantes de la pareja con el objetivo de no lastimar a la persona amada. “Se trata de tener en cuenta al otro en tus acciones, tus dichos y pensamientos, porque todo tiene consecuencias. No es un ‘vale todo’, es un ida y vuelta, si algo nos genera malestar hay que decirlo”, expresan. Y Carla finaliza: “Si no hay límites, responsabilidad afectiva y comunicación asertiva, no se puede llevar a cabo. Los acuerdos son para evitar malos entendidos y no todas las parejas están preparadas para este tipo de apertura”.
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