Consultor enológico de bodegas de todo el mundo, estableció en Mendoza uno de sus proyectos para desarrollar Malbec de clase mundial
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Franceses, suizos, italianos, norteamericanos... Son muchos los que, enamorados del vino argentino, eligieron esta tierra para hacer realidad el sueño de la bodega propia. El caso del enólogo californiano Paul Hobbs y su Viña Cobos podría ser considerado paradigmático: fue de los primeros en instalarse en el país y hoy sus vinos se cuentan dentro de los mejor puntuados por la crítica internacional. Sin embargo, admite el propio Hobbs, “me insistían que venga pero yo me negaba... ¿por qué venir si la reputación del vino argentino entonces era muy mala?”. Pasaron ya más de 30 años desde que, casi por casualidad, llegó a la Argentina y su mirada sobre el tiempo transcurrido permite entender el salto de calidad del vino argentino y, sobre todo, del Malbec, variedad que lo terminó atando a un país del que hoy habla como local.
–¿Cómo llegaste a hacer vino en Argentina?
–Es una larga historia. En 1985 empecé a trabajar en Simi Winery, en California, y al poco tiempo la compra el grupo de lujo LVMH. Mi jefe estaba nervioso con el cambio y me tenía trabajando en temas de directorio, pero yo quería estar en los viñedos haciendo vinos y no podía. No veía una salida, así que empecé a pensar en un proyecto propio. No quería que sea en California y terminé eligiendo Chile, que en ese momento estaba creciendo en términos de reputación. Un ex compañero de la Universidad de California en Davis era chileno y me invitó a visitar bodegas en Chile, y yo por mi parte invité a un amigo argentino, Jorge Catena, para que me acompañe. Pero cuando llegué y mi amigo chileno se enteró que iba con un argentino, y que encima era enólogo, me dijo que me tenía que ir, porque eso dañaba su reputación ante sus pares. Así que terminé viniendo a la Argentina con Jorge en 1988.
–¿Con qué te encontraste en la Argentina?
–Jorge me venía insistiendo desde hacía años que venga, pero siempre me negué porque la reputación de los vinos argentinos en Estados Unidos era muy mala. Pero no sabía que eran tan malos hasta que los probé...
–¿Pero entonces por qué te quedaste?
–Lo que vi fue un gran terroir. Lo único que se necesita para hacer vino es buena fruta, el resto, el equipamiento, se puede comprar. Además acá el background de las personas era una muy buena educación y una gran cultura del vino. Años después, cuando comencé a hacer consultoría en Chile, empecé a ver las diferencias entre las culturas. En Chile los enólogos toman Coca Cola, no toman vino, porque ellos producen vino como industria, para vender. Pero los argentinos tienen pasión por hacer lindos vinos, y eso me atrapó. Acá hay vino en cada mesa, en el almuerzo y en la cena, y hay un respeto en la forma en que la gente habla del vino. Pero volviendo a 1988, fui a un almuerzo con Nicolás Catena, hermano de Jorge, y me dijo que estaba trabajando desde hacía 10 años para tratar de mejorar sus vinos y nada estaba funcionando. Me preguntó si estaba interesado en ayudarlo. Yo le dije que estaba pensando en abrir mi bodega en California, pero que al mismo tiempo podía hacerlo, y así fue como volví en 1989 y pasé unas semanas en su bodega.
–¿Trabajando acá entendiste cuál era el problema de los vinos argentinos de entonces?
–Lo que vi es que el problema era el aislamiento. No se podían importar equipos de buena calidad para trabajar en bodega, y también los enólogos tenían un problema de aislamiento: no tenían una visión global del vino. Por suerte era una época de cambio y pronto se abrió la posibilidad de importar equipamiento, y como los enólogos tenían un buen entrenamiento, los cambios se aceleraron. Cuando llevé a una cata a ciegas en California uno de los primeros Chardonnay que estaba haciendo con Catena quedó segundo, incluso superando a los vinos franceses.
–En 1991 armaste tu propia bodega en California y seguiste trabajando como consultor en Argentina. ¿Qué te convenció de abrir una bodega acá?
–Yo había estado trabajando con Nicolás, primero enfocado en Chardonnay, y luego en Malbec con la creación de la marca Alamos. Pero yo quería estudiar el Malbec, quería hacer una exploración, y Viña Cobos se formó porque quería entender la influencia del terroir en el Malbec. El concepto original era trabajar en Las Compuertas, Vistalba, Lunlunta y Perdriel. Pero formar la compañía era muy difícil, sabía que necesita socios locales. En esa época estaba casado con una mujer de San Rafael, que trabaja en Bianchi. Ella es muy extrovertida y le dije “Mariela, me ayudás a encontrar socios”. “Ok”, me dijo y en una viaje de Mendoza a San Rafael, se paró delante del micro y dijo “mi esposo está buscando socios para crear una bodega, ¿alguien está interesado?”. Era una locura, quién haría eso. Pero había alguien en el micro interesado y así empezamos.
–¿Tenés recuerdo de las primeras cosechas?
–En 1998 formamos la compañía y Nicolás nos ayudó, porque nos permitió hacer el vino en la vieja bodega de Rutini. Pero la cosecha 1998 fue un desastre y perdimos toda nuestra inversión. Pensé que los dioses estaban en contra nuestra: había estado trabajando en Argentina 10 años y nunca una cosecha tan mala; de hecho era la peor de los últimos 30 años. Al año siguiente, le pedimos a Nico Marchiori, el padre de uno de mis socios, si nos ayudaba y nos dijo “pueden hacer el vino gratis en mi viñedo hasta que lo vendan”. Y pudimos hacer un muy buen vino. Pero fue difícil: era abril, todavía no habíamos levantado la cosecha y hubo una tremenda tormenta que inundó el viñedo. Así que todos nos arremangamos los pantalones, nos sacamos las zapatillas y cosechamos las uvas como chinos cosechando arroz. Así comenzó Viña Cobos. ¡La primera cosecha fue arroz!
–¿Cuándo comenzamos a hacer Malbec de clase mundial?
–Creelo o no, ya en los 90 hicimos Malbecs maravillosos. Pero para finales de los 90 había una gran influencia del crítico de vinos Robert Parker: él amaba los vinos grandes, poderosos, y tenía poder sobre el público. Si a él le gustaba un vino, su precio subía. Enólogos, bodegueros, todos querían los 100 puntos Parker y empezaron a hacer vinos concentrados, con mucha madera. Y los vinos estaban muriendo, eran gordos y tontos. Pero nos culpo a nosotros, la industria. Perdimos la personalidad y todo tenía el mismo sabor. No había terroir. Podías hacer el vino en Cafayate o en Neuquén y el sabor era el mismo. Pero pasado ese periodo bizarro en que perdimos el camino, hoy el Malbec es excepcional.
–Basado en tu experiencia, ¿cuáles son las desventajas de hacer vino en Argentina?
–Bueno, por supuesto que uno de los desafíos en Argentina es el inestable escenario político, y cómo impacta en el escenario económico. Yo quiero hacer crecer algo acá y tengo que hablar con inversionistas extranjeros, pero ellos no quieren hablar conmigo. Es algo muy triste: no quieren invertir en Argentina porque después no puede disponer de su dinero. Es algo que para mi es contraintuitivo. Es como ser un gran corredor y pedir que me corten una de las piernas. Más allá de eso, no veo otra desventaja. La gente me pregunta por qué hago vino en la Argentina. Primero, porque hay una fuerte cultura de trabajo. Y porque es gente que se adapta muy fácil al cambio y en nuestro trabajo eso es muy importante, porque si hay algo que requiere la agricultura es flexibilidad y adaptabilidad. Y más en tiempos de cambio climático.
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