A principios del siglo XX, Buenos Aires era una ciudad pujante donde las mujeres gozaban de libertades y oportunidades
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Hoy parece una tontería, pero hace 110 años era, por lo menos, un acto de transgresión. Sacar el registro para una mujer en 1912 no era cosa de todos los días. Tampoco estudiar una carrera universitaria, pilotear un avión o manejar un auto de carrera. Mucho menos dirigir una película. Incluso, ponerse un pantalón o prender un cigarrillo en público o mostrar los hombros. Para todas esas cuestiones hubo pioneras. Mujeres que que se animaron a romper paradigmas, terminar con los mandatos de época y hacer cosas que hasta ese momento estaban reservadas solo a los varones.
Las primeras mujeres en sacar el registro de conducir en la ciudad de Buenos Aires fueron las hermanas Violeta y Ofelia Gath, hijas de Alfredo Gath, uno de los dueños de la tienda Gath & Chaves. Según los registros, recibieron su licencia (en esa época era un certificado) en mayo de 1912, después de rendir una prueba muy simple (nada de esquivar conos, ir en reversa o estacionar en paralelo) delante del intendente y otros dos funcionarios. En ese mismo año le siguieron Julia P. de Oviedo, Teresa Farga, Elvira Jones y Raquel Aldao. Aunque tenían su permiso de conducir, pocas se animaban a manejar en público. Fue Magdalena “Malena” Madero de Tornquist, dueña del carnet femenino de conducir número 7 (otorgado el 11 de octubre de 1912), quien tuvo la ‘valentía’ de manejar por Palermo en compañía de su marido banquero -Carlos Alfredo Torquinst-, fundador del Automóvil Club Argentino. Cabe aclarar que había muchas -muchísimas- que manejaban sin ningún tipo de licencia.
En los Bosques de Palermo
“Las primeras que manejan autos son varias, todas en la misma época. Las hijas de Gath o la esposa de Torquinst lo hacen por una cuestión social, se pasean con el auto por los Bosques de Palermo, y es para mostrarse en determinado círculo social. Les daba cierto prestigio. Pensemos que los Bosques de Palermo en la década de 1910 era un lugar alejado, con sitios tipo Lo de Hansen donde la gente iba a tomar unas copas. Es un lugar en el que se mezclaban todas las clases sociales porque se permitía el ingreso de todo el mundo. En esos lugares las clases altas mostraban su poder. Porque ahí llegaban manejando, no caminando”, cuenta la historiadora Catalina Cabana, creadora y coordinadora de Experiencia Abasto, proyecto que busca difundir la historia del tango.
“En esa época los autos iban a muy baja velocidad, algunos había que girar una manija para hacerlos arrancar y además las mujeres usaban ropa poco cómoda como para subirse, bajarse, poner en marcha el coche... usaban o polleras muy amplias o tipo tubo y ninguna de las dos era muy compatible con el manejo. Digamos que era todo un sacrificio entre comillas -sostiene-. Y lo hacían para mostrarse. Ir en auto era como ir en una carroza, desde la actitud. Todos te miraban, la gente que tenía coche era muy poca, de mucho poder adquisitivo. Y había un parque automotor muy, muy reducido. Estas mujeres que rompen con algunos esquemas y se muestran en público, lo hacían porque podían hacerlo. Estamos hablando de gente con poder adquisitivo que se lo podía permitir”, destaca Cabana que es docente universitaria de Historia del Arte, Comunicación y Filosofía.
Pero la más osada fue, sin dudas, la escritora Victoria Ocampo, que en 1914 salió a manejar su auto sola -sin su marido- por Buenos Aires a la vista de todos. “Ella fue un poco el ícono de todas estas mujeres. Manejaba sola, con un cigarrillo en la mano y en pantalones. Era su forma de rebelarse. No le quedó ninguna transgresión por hacer. Tampoco tuvo hijos, que era algo que era visto como lo más transgresor para la época. Ella hizo lo que quiso, en el buen sentido”, plantea la historiadora, que además destaca a Carola Lorenzini como la primera mujer en manejar un auto de carrera. “Muchas decían que no querían manejar sino competir. Le gustaba la parte deportiva del manejo. Ella está asociada a la historia del automovilismo, pero años más tarde tendrá otro rol fundamental, en otra área”.
Por tierra y... aire
Sucede que hubo mujeres que no se conformaron con manejar solo por tierra. Y quisieron hacerlo también por aire. Amalia Figueredo (además era obstetra) fue la primera mujer en obtener una licencia de piloto de avión en 1914. “No tenía que ver con la profesión. Nació del deseo de querer hacerlo. De decir ‘yo también quiero pilotear un avión’. En ese momento era como manejar un auto, pero en el aire. No lo hacían para trabajar de eso. Muchas cosas las pensamos con ojos de hoy: si saca la licencia para volar es porque quiere trabajar en una aerolínea, que además ni siquiera existían. Tenía que ver con la adrenalina, con el deseo de estar cerca de las nubes. Otra mujer pionera de la aviación fue Lorenzini, que pasó de los autos de carrera a los aviones. Estaba a la par de Jorge Newbery”, afirma Cabana.
En el ámbito universitario la pionera fue Cecilia Grierson, que en 1889 obtuvo un título universitario, nada menos que de Medicina. Escribió libros, fundó la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios y se dedicó a la docencia universitaria pese a las resistencias que había sobre las mujeres en ese ámbito. “Pero en ese momento la lucha feminista no era por la igualdad de género, estaba centrada por el lado de igualdad política, por el voto femenino. Por ejemplo, Alicia Moreau de Justo se destacó por sus discursos para lograr la igualdad política. En cambio, el tema de los roles no estaba tan presente -plantea-. En parte porque Buenos Aires a principios del siglo XX era una genialidad. Había una libertad que en Europa no existía. Hay muchas españolas que llegaron de la España franquista y no pueden creer lo que sucedía acá. Afuera la mujer estaba mucho más controlada y con menos libertades. Y esto tenía que ver con el hecho de que estaban sin sus madres, que eran las que marcaban las pautas sociales. No solo no tenían el mandato familiar cerca sino que además llegaban a una ciudad en plena construcción con todo por hacer”, resume Cabana, que sostiene que en una época todo esto cambia.
Arte y cine
“Hasta la década del 50, las mujeres, en la medida que podían, hacían lo que querían. Esto cambió hacia 1955, después de la caída del peronismo y el fallecimiento de Evita, unos años antes, que era un ícono feminista muy fuerte, mas allá de las cuestiones ideológicas. Después no vuelve a haber una figura femenina tan fuerte en la escena pública. Y si dejás de recibir modelos femeninos fuertes, todo lo anterior empieza a caer. De hecho hacia esa época empieza a aparecer la imagen del hombre salvador, el Superman. El tema castrense reafirma todas estos imaginarios porque no se veía una mujer jamás en la áreas de poder. Igual el estereotipo de la mujer en la casa con los hijos y el hombre proveedor es muy de afuera. Acá fue posible en la medida que la economía lo permitía”, analiza la historiadora, que destaca también a Emilia Saleny que dirige en 1917 el primer largometraje infantil argentino: La niña del bosque (sin sonido), y a Lola Mora, la artista tucumana autora de Las Nereidas que fue una de las primeras en usar pantalones y mostrar sus hombros. También a la gran Tita Merello, que protagonizó Tango, la primera película sonora argentina, entre otros grandes hitos.
A la hora de saber qué era lo más transgresor a principios de siglo, Cabana, enumera: “No tener hijos, mostrar los hombros, fumar en algún salón, emborracharse y llevar el pelo suelto porque era una provocación, una estrategia de cortejo. Pero muchas se animaban porque eran varias las que lo hacían. Una vez le preguntaron a Nacha Guevara cómo había hecho todo lo que hizo y ella contestó: ‘Yo crecí viendo mujeres que se animaban a hacer lo que querían’. Ahí entendés todo”.