Establecido en El Refugio, su chacra en Entre Ríos, el célebre representante de modelos habla de su adicción al trabajo y su presente
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Lo de Pancho Dotto resulta único por varias razones. Primero, porque no es necesario planear la entrevista, mucho menos estudiarlo demasiado. Es sabido (y comprobado) que él empieza por donde quiere. Se describe, hace catarsis, futurología y, desde ya, invita a un viaje al pasado donde no faltan las conclusiones, las reflexiones y una catarata de anécdotas con nombre y apellido. Fue rey en los noventa porque su ojo afiladísimo descubrió a modelos como Araceli González, Valeria Mazza, Carolina Peleritti, Dolores Barreiro, Carolina “Pampita” Ardohain.
Carismático e hiperactivo, asume –coincidiendo con el hit de Julio Iglesias– que con tanta cosa se olvidó de vivir. “Mi único motor era la agencia, pero a niveles demenciales. Mis novias me abandonaban por mi adicción al trabajo y la salud estaba al límite. Por eso llegué a Entre Ríos. La idea era bajar mil cambios en un centro adventista de vida sana, cosa que logré. Pero la vida hizo que termine instalándome en esta zona maravillosa. Hoy vivo en medio de la naturaleza, entre animales, autos de colección, recibiendo amigos, construyendo. Pero lo más importante es que no añoro nada. Porque lo hice todo”, dice mientras ceba unos amargos en su chacra El Refugio.
–Te quedaste definitivamente en este lugar pospandemia, ¿no?
–Yo tengo la chacra hace más de veinte años y siempre la disfruté, la agrandé, la trabajé con mis manos y mi mente porque la idea siempre fue lograr un refugio para la gente que amo. Por eso cada habitación tiene su chimenea al pie de la cama, un frigobar con yogur, frutas, agua y cerveza. Ahora acabo de terminar un patio; instalé un buda gigante al borde de la pileta; hay sauna, jacuzzi, galería para instalar charlas infinitas, un rancho con ladrillos de más de cien años. Hago asados memorables. Pero lo principal es la compañía. Hice un hotel 5 estrellas para recibir a mis amigos. Ah, ¡la pandemia! Y sí, ese fue el punto. Después de vivir dos años ininterrumpidos en este contexto, ya no pude volver a Buenos Aires. Mi mundo es este. Ahora hasta estoy pensado en vender mi casa en la barranca de San Fernando, que adoro, aun sabiendo que nunca voy a encontrar otra igual, tan espectacular.
– El retiro sereno del hombre que no podía parar…
–Mirá, cumplí 67 años y si bien me siento bien, el cuerpo duele y muchos seres queridos parten. Hace poco se murió mi hermano mayor, algo que me afectó muchísimo. Yo ya tuve mi pinta, mis novias y marqué una época. Jamás me involucré con el poder aunque podría haberlo hecho. Cuando uno vive rodeado de las chicas más lindas, las propuestas surgen. Pero yo siempre me mantuve firme. Protector de mis representadas y siempre lejos de las drogas. Mi problema era que no paraba de trabajar y me transformé en un alterado. Un día no di más y decidí internarme. Además todo el mundo me lo decía, empezando por mi madre. Lo hice, salí muy fortalecido y se transformó en una costumbre de todos los años. Era un service que me regalaba post temporada de Punta del Este.
–¿Pero cuál era el problema?
–Entre otras cosas, no dormía. Trabajé treinta años ininterrumpidamente, sin vacaciones. Me jactaba de ser un piola bárbaro cuando en realidad llevaba una vida enferma, esforzada. Estaba esclavizado por las carreras de Araceli, Dolores, Valeria, Marina Marré, etcétera. No tenía tiempo para mi vida y todas mis parejas me terminaban dejando. Así sucedió con Elizabeth Márquez. Ella me abandonó amándome porque sabía que no iba a cambiar.
–¿Ni un esfuerzo de tu parte? Decís que esta situación siguió repitiéndose en el tiempo…
–Es que la vida pasa rápido y mi energía estaba puesta en las modelos, en construir sus carreras e inculcar la disciplina, palabra que hoy no está de moda pero que es indispensable para llegar alto. Algunos bromearon en su momento, pero yo me tomé meses para escribir los 13 mandamientos de Dotto. Recuerdo el ida y vuelta gracioso que teníamos con mi querido Jorge Guinzburg. Pero era muy en serio. Yo les exigía perseverancia, compromiso, autoexigencia, amor a sí mismas, respeto absoluto por el diseñador o marca, vivir impecables.
–¿Creés que en estos tiempos hubiera sido posible hacer un manual de ese tipo?
–No lo sé. Lo hice después de repetirle treinta veces las mismas cosas a las chicas. Estaba harto. Hoy, desde ya, hay que tener mucho más cuidado con las formas porque abunda la susceptibilidad, el #MeToo que fue poderosísimo y rompió mil esquemas que antes naturalizábamos. Pero yo nunca tuve miedo porque jamás hice algo que no corresponda. Jamás le falté el respeto a alguien. Cuando apareció el colectivo, algunos amigos me dijeron: “¿Y si salta alguna con algún tema?” Y les dije: “Conmigo, no”. Pueden inventar lo que quieran, pero siempre será un invento.
–¿Qué pasó con Valeria Mazza, que siempre parece que van a empezar un culebrón y después no? ¿Hablaron?
–No nos arreglamos. Cuando pasó lo de la golpiza a su hijo yo me solidaricé y ella me mandó un agradecimiento a través de una secretaria, que es muy amable. Y cuando se murió mi hermano ella me mandó un “lo lamentamos mucho”. Hubo un desfile hace poco, conmemorando los cincuenta años de una revista. Todas me agradecieron, me dedicaron unas palabras. Pero ella nada. No importa. Solo yo sé lo que me rompí el traste y me enajené por todas ellas. Hace días me llamaron desde Paramount, de parte suya, para que hable en una serie o documental que está haciendo. Pero no voy a colaborar porque no quiero que me editen. Además, creo que ya estoy a punto caramelo para hacer mi propia serie.
–Las anécdotas te las quedás para vos.
–¡Pero claro! Lo que tengo para contar, Dios mío. Pintar toda una época. Cómo se construyeron nuestras súper modelos, los caminos diferentes que fueron tomando. Sus ambiciones y estilos. Y voy a contar la verdad. Porque a algunas les da vergüenza relatar sus tiempos opacos, cuando no eran nada. Pero a mí, por el contrario, me parece espectacular relatar esos procesos de superación.
–¿Qué podés decir de la vigencia de Pampita?
–Que además de divina tenía y tiene una ambición única. No para pero, a su manera, es una disfrutadora. El caso Pampita es único e irrepetible, y mirá que la pegué con un montón. A veces les cuento a mis amigos que hay cosas de Carolina que ni ella sabe. Recuerdo el día que en un arranque llamé a un importante productor sabiendo que era ella o ella. O cuando la llevé con toda intención al cumpleaños de Araceli González, sabiendo que estaría Adrián Suar. Ella enseguida entendió el juego. Y laburó como nadie. Porque para tener semejante éxito y sostenerlo hay que trabajar todos los días. Siempre creí en Pampita. Mientras algunos la criticaban por bajita, yo la llevaba a España.
–¿Qué gran mentira dijeron sobre vos?
–Miles, pero lo que más me molestaba es que creían que me drogaba. Gente famosa le ha preguntado a mis novias cuántos gramos tomaba.
–Dotto hoy. ¿Estás de novio? ¿Ya no te dejan?
–De novio conmigo mismo. Tratando de quererme y protegerme. Hoy no me pierdo un atardecer. Cuando veo que baja el sol corro para agarrar el mate y disfrutarlo. Ya no tengo el berretín de ser padre. Tal vez conozca a alguien que ya tenga hijos criados. O no. No busco ni idealizo. Con 67 años, una hernia de disco y temas de salud que pude revertir, no tengo derecho a quejarme.
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