Tras 35 años de carrera, el Negro les dijo adiós a los medios y a la Argentina; desde Punta del Este, habla de su salud y del presente
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Seguí por Pescadilla, doblá en Lobos y ahí estoy, en la Calle de las Lisas”, indica el audio del “Negro” Oscar González Oro en la versión más zen que uno pueda imaginar. Y ahí mismo, en El Chorro, Punta del Este, nos recibe. Está parado con un pañuelito de seda al cuello, frente a un portón de hierro antiguo, en una casa que huele a mar y a tabaco, algo que todavía lo acompaña.
El periodista, que después de 35 años de carrera y éxito sostenido en el tiempo les dijo adiós a los medios y también a la Argentina, ofrece café o algo fresco en un patio-living coronado de enamoradas del muro, que asoma a la pileta y a otro espacio donde graba entrevistas que salen semanalmente en un medio uruguayo. Hace lo que quiere y cuando quiere. Vive con Diego, alguien que adora, pero que no es su pareja. “Lo amo porque me ayuda, me cuida, es una buena persona. Pero somos amigos, además él es hetero. En estos asuntos yo soy muy borgiano, ya que Borges decía que entre el amor y la amistad se quedaba con lo segundo. Coincido. Porque el amor exige presencia, explicaciones. En cambio la amistad es siempre sin reproches”.
Le pone una gota de leche al café. Pondera el producto, que viene en envase de vidrio, a la antigua, y se declara feliz. “Ya no tengo horarios. Después de décadas sumergido en estudios, perdiéndome capítulos enteros de la vida de mis hijos [Agustín y Pablo, que viven en Europa], merecía este retiro voluntario. Me vine el 17 de agosto de 2020 y no volví más. Cambié de vida, de hábitos, hasta de cuerpo”, comenta.
–Estuviste en Buenos Aires para un homenaje que te hizo Aptra. Muchos susurraban, hablaban de tu delgadez, y vos les seguiste el juego...
–Sí, vino alguien a preguntarme por mi delgadez y le dije: “Es que me estoy muriendo”. La vez pasada, en Montevideo, me pasó algo similar. Una señora se acercó y me dijo: “¿Por qué estás tan flaco, Negro?” Le dije que por la quimio. Casi se muere. La realidad es que digo todas estas barbaridades porque estoy harto de la pregunta. ¿No quedamos en que no se puede opinar de los cuerpos ajenos? A mí no se me ocurriría ir por la calle y decirle a alguien estás más gordo, más flaco, qué te pasa. Son patéticos porque no saben si estoy con un cáncer, una leucemia. Yo adelgacé, sí. Bajé 20 kilos y nunca supe el por qué. Ya lo averiguaré, porque en breve me haré unos chequeos, pero creo que tuve Covid y me dejó secuelas. Digo creo porque tampoco le di mucha bola al tema. Odio los barbijos, el alcohol y todo eso. Qué suerte que lo pasamos, por Dios.
–¿Sos hipocondríaco?
–No. Y además me curo solo. No hay nadie que conozca mi cuerpo como yo. Hace un tiempo me receté vitaminas. Y abandoné un remedio que me habían dado para retener el potasio. Me hacía mal, así que lo reemplacé por licuados de banana. Estoy extrañamente cansado, pero ya recuperé 5 kilos. Me siento mejor, pero no descarto colocarme el chip que te ponen en la espalda con una pastilla de testosterona. No por un tema sexual, sino de energía. Te ayuda en el deporte, te mejora la piel... Averigüé y es serio. Pero estoy bien, en términos generales Uruguay me ayudó un montón. Estuve 4 meses en Europa con mis hijos, disfruté de mis nietos, la pasé genial. Cuando volví hacía un frío de locos así que me fui a Buzios 10 días. Regresé con el calorcito, ya estaba floreciendo todo. Es muy placentero estar acá.
–¿Tenés mano verde, ahora?
–Lo descubrí hace años cuando compré una casa en Pilar que no tenía cerco. Empecé a hacer la primera línea de árboles, después me entusiasmé y fui por la segunda. Me encantó. Cuando vendí, costaban más las plantas que la casa.
–¿Podría decirse que ya casi perdiste la urbanidad?
–La gente me tiene como urbano, pero se equivoca. Yo no voy a eventos ni a fiestas. Cuando estoy en Buenos Aires respeto mis rutinas. Siempre los mismos restaurantes donde me traen la comida y el vino sin que se los pida. La última vez me costó muchísimo: 5 días con desayunos, almuerzos y cenas. Me ponían programas todo el tiempo y no estoy acostumbrado.
–Algunos creen que ya no querés al país. Se enojan...
–Eso fue al principio. Es cierto, a los que nos vinimos para acá nos puteaban en hebreo. Pero ahora me felicitan. Me escriben chicos jóvenes preguntándome cómo hacer para venir a vivir acá con sus parejas. Argentina, que amo, es un país agresivo. Con esa grieta enorme que nos está haciendo tanto daño a todos. Porque no para. El discurso del odio es mucho más fácil que el discurso del amor. Se mete más rápido. Y el argentino medio odia al que le va bien, al que se va a vivir adonde se le canta. A pesar de todo, yo sé que soy querido porque hice todo para serlo.
–Tuviste muchos golpes en los últimos años. Gente de tu círculo que partió.
–¡Enterré 20 personas! Fue terrible. A Sofía Neiman [relacionista pública], que era mi hermana, mi amiga, mi amante, mi esposa, la extraño todos los días de mi vida. Voy a un restaurante y pienso cuánto le gustaría, espero su llamado de las mañanas, que me invite a La Juanita a comer milanesas. La amé tanto, y fue el primer golpe que recibí en esa racha espantosa. Yo iba a estar en esa comida en la que se desplomó. Daniel Hadad me había invitado, pero yo no podía porque debutaba en radio. Menos mal, porque me hubiera muerto yo también. Sofía cayó sobre la mesa; no hubiera resistido presenciar esa escena. Me llamó mi asistente, fue fatal. Tuve un duelo enorme. Después pasó lo de Jorge Brito, Cacho Castaña, Raúl Lecouna. Todos amigos de mi banda.
–¿Así y todo no le tenés miedo a la muerte?
–No. A veces hasta la deseo. Por curiosidad. Cuando voy a Londres, donde vive uno de mis hijos, siempre tengo armado el cronograma de conciertos porque me fascina la música, los pianistas y demás. La última vez llegué a un pico tan grande de felicidad (por el momento que vivía, la música, ver todo lo que mis chicos lograron), que dije: “Dios, si tenés que matarme hacelo hoy, acá. Porque es el momento más afortunado de mi vida”.
–¿Sos creyente?
–Creo mucho en Dios, tengo una diferencia enorme con la iglesia y el Papa, pero en Dios creo, sí. Y mucho más a partir de mi operación. Ahí vi mi organismo. Tengo tres bypass. Me sacaron el corazón, pusieron una bomba. Fue hace 5 años. Escuché mi torrente sanguíneo. Conozco mi música interna. Ahí aprendí que alguien me inventó, que es perfecto el organismo, que existe un Dios.
–Estás hipersensible, ¿no?
–Creo que siempre fui así. Me gusta serlo, lo necesito. Yo conté toda mi vida al aire. El que la quiso escuchar la escuchó. La relación con mis padres, con mi hermano. Lloré en pleno programa, me emocioné con la música. Jamás pude escuchar la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler sin llorar.
–¿Te traicionaron mucho?
–No. Bueno, tal vez alguna pareja, Pero ya a esta altura me doy cuenta de quién está conmigo porque me ama o porque quiere ser famoso y salir en las revistas. Ahora los olfateo a 100 kilómetros. Lo tengo a Sergio, que fue mi expareja pero hoy se transformó en mi mejor amigo. Es el hombre en el que más confío. Somos como hermanos; estas son las relaciones que hoy me interesan.
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