La actriz acaba de publicar un libro basado en la historia de su madre, quien llevaba una vida de lujos que no podía pagar
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Leonora Balcarce (43) nació de una mujer muy particular: la suya, dice, fue una madre dispuesta a encarar una vida de lujos que no podía pagar, sin medir riesgos ni consecuencias. Era distinta a todas, asegura Leonora, y aunque se ubica bien lejos de esas excentricidades que la marcaron a fuego, también se reconoce a sí misma como dueña de un perfil singular. Por su soledad extrema, por una vida de valija en mano entre bienes prestados, por su decisión de trabajar siendo niña, por sus amores vinculados al rock, por su voluntad de ser una actriz precoz. Incluso sus rulos desatados en tiempos de alisado permanente la hicieron diferente al resto, así como su marcado perfil bajo pese a haber trabajado en películas como Martín (Hache), La Ciénaga, Cordero de Dios y tantas más.
El punto es que mientras crecía de mano de esa madre fabuladora, sin padre ni hermanos, la chiquita de melena dorada escribía sin parar. Desde los 13 garabateaba ideas y postales en un cuadernito que todavía conserva pero recién ahora, luego de tanta agua bajo el puente, se animó a encarar su propio libro. El título es Una perla en la arena, y ahí Leonora cuenta la historia de esa madre que atravesó la vida como un tsunami, coloreando la realidad con mentiras y tomando decisiones drásticas o violentas, siempre al borde de lo legal. A pesar de eso, o de no haberla mandado al colegio para que estudiara en su casa como “los chicos bien, hijos de diplomáticos”, por ejemplo, la actriz logró rescatar de su madre una fortaleza que hoy ve con más claridad. E incluso, abraza.
–En algún momento sugeriste que en tu madre había un tema de salud mental tal vez no detectado, o ignorado...
–Eran tiempos en los que nadie era muy consciente de esos temas. Se estilaba mucho aquello de “ella es así”. Mi mamá no estaba tratada y nadie hizo nada. No había información, como ahora. Y tampoco hubo una red de contención, que hubiera sido importantísimo. De todas formas, no sé si ella se hubiera dejado ayudar, que le aconsejaran algo, que la juzgaran. Tampoco apareció nunca alguien que dijera: “Está sola con una hija, todos le están dando la espalda, hagamos algo”. En la novela narra ella y ahí sí hay autocrítica, pero eso lo decidí yo. No quería ponerme en el lugar protagónico y bajar línea. Es Sara, y es un personaje. Hay cosas ficcionadas, desde ya.
–Pero más allá de ciertos detalles y pinceladas, es tu vida, es tu mamá. ¿Por qué decidiste contar esto?
–Me dieron ganas de escribir la historia de una mujer políticamente incorrecta, que tiene que ver con lo femenino en una época donde todavía no se hablaba tanto de eso. Había mucho tabú y poco espacio para la empatía. Esas décadas fueron bastante complicadas y yo construí este personaje con muchísimo de mi mamá, que era otro estereotipo de madre, distinto al que se estilaba por ese entonces. Porque era fabuladora, porque era rebelde, porque tenía muchas oscuridades. Pero también se las rebuscaba para sobrevivir en un mundo hostil. Por supuesto que leyendo el libro no encontrás un personaje para enamorarte, aunque sí puede producir cierta fascinación.
–Contás su manera de resolver problemas, los lujos que no podía pagar pero a los que llegaba por su carisma. Era como una actriz, pero en la vida real.
–Una gran actriz. Creo que si hubiera usado eso para su propio beneficio, hubiese transitado una mejor vida. Tenía gran talento para mentir y conseguir muchas cosas. Vivía fuera del sistema. Tenía sus herramientas y además la ayudaba su lado estético. No solo era muy linda sino que tenía un estilo, una sofisticación y una seguridad aparentes que resultaban brutales. Eran épocas en las que se estilaban las pieles de verdad. Y ella las llevaba para todos lados, con su perfumazo, una manera de moverse e impactar socialmente que daban qué hablar.
–Usar pieles era un símbolo de estatus, además.
–Absolutamente. Se calzaba esos tapados y discutía lo que fuera. Vivió muchos años de una manera insostenible. Logró encantar a mucha gente, y eso fue durante un período largo, hasta que los cansó. Pero por otro lado, sin justificar nada, fue una gran luchadora, que además lo hacía en soledad, criando a esa chiquita como podía. Fue muy juzgada en una época en la que a las mujeres se las señalaba muchísimo más.
–¿Hoy vos discutís en tu entorno por cuestiones políticas o sociales?
–A mí me enoja que la gente con poder tire discursos que confunden. Pienso en los más jóvenes. Después, lo que me puedan decir a mí me importa nada, porque yo no hablo de pensamientos políticos sino de cosas que son inobjetables. Me da miedo y tristeza que se escuchen ciertas voces. De elegir, prefiero estar con personas que compartan mi línea de pensamiento, conversaciones, maneras de vivir y sentir. Pero soy respetuosa en caso de que el otro sea lo opuesto.
–¿Ignorás al que piensa distinto o te despachás con argumentaciones épicas?
–Cuando me enojo me cuesta ponerlo en palabras y no tengo los mejores modos en general, así que prefiero esquivar el tema. Elijo no confrontar. Si vos ya sabés que el otro piensa todo lo contrario, ¿para qué te vas a meter en esa? Aprendí a cambiar el tema. Echarle la culpa al clima y next.
–¿Hiciste un ritual, algo, cuando terminaste el libro?
–El círculo cerró con la dedicatoria: “Fue mis ojos durante un tiempo, la tengo impregnada, me veo en ella, la veo en mí”. Para mí lograr el libro fue tan importante como parir.
–¿Qué tenés de tu mamá? ¿Qué clase de madre sos?
–Con Vinicius, que tiene nueve y Río, de seis, soy una mamá normal. Y en este contexto, de esta historia, no es poca cosa. Son chicos que tienen una madre y un padre [Cruz Pereyra Lucena] presentes. Salvo que se sientan mal, van siempre al colegio. Hago todo lo que tiene que ver con la crianza de ahora. Las llevadas y traídas, los deportes, los encuentros con otros padres, las reuniones, el grupo de WhatsApp. No soy una madre opuesta a la que tuve: soy otra persona, en otro contexto. Y me considero empática. ¿Qué tengo de ella? Eso de siempre querer hacer las cosas mejor.
–¿Y lo sofisticada?
–Eso lo dejamos para ella. Yo soy más rea. Y lo de los rulos ya es relativo, ahora ando bastante más lacia, con la cabeza acomodada.
–¿Domesticada?
–De chica viví muchos años en una especie de anarquismo, era hora [risas]. A veces, cuando me da tanta fiaca levantarme tempranísimo en invierno para llevar a los chicos al colegio, pienso en mi mamá. Qué loco hacer lo que se te antoja sin medir las consecuencias.
–¿Te quedó algo por perdonarle a tu mamá?
–No me quedó nada por perdonarle, lo que pasó ya está hecho y no tengo ese sentimiento. Además escribir desde su voz, contando su historia en primera persona, me hizo empatizar con ella, pude ver las cosas desde otro lugar. Siempre es importante tratar de ponerse en los zapatos del otro para poder entender.
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